Leonardo Romani
Leonardo Romani - @dehieloydefuego
Copyright © Derechos Reservados 2015 Escribo cuentos absurdos en un mundo lógico y predecible ¿O al revés?
"Turista".- de Leonardo Romani
Vivo en un departamento en el último piso de un edificio. Cuando lo compré olvidaron decirme dos cosas. La primera de ellas era que si intentaba clavar un clavo en una pared muy probablemente esta se viniera abajo, la segunda era que la terraza que estaba sobre mi techo era "no transitable", es decir, sólo estaba allí para que no lloviera dentro de mi casa.
Supongo que tampoco se lo comentaron al resto de los propietarios por lo que, entre el niño del séptimo y su bicicleta, las hermanitas del cuarto y sus patines y todas y cada una de las veces que mis vecinos colgaron sus célibes sábanas al sol, la terraza se vino abajo sobre mí (yo estaba debajo de ella usándola como techo).
Me dieron cuatro puntos en la cabeza y dinero para que me fuera a vivir a un hotel mientras reconstruyen mi casa.
Ahora vivo en un hotel en esta Buenos Aires sucia y desprolija, hermosa. Opté por quedarme en el microcentro y utilicé mis antiguos estudios de portugués para simular ser un turista brasileño con dos premisas inobjetables. La primera de ellas, divertirme cuando intentan estafarme, la segunda era enamorar alguna chica argentina que ocupe su lugar en en lado izquierdo. Siempre me gustaron las argentinas, mucho más desde que soy un turista brasileño.
El único problema es que ya conozco esta ciudad, y aunque intente verla con ojos cariocas, en casi todos lados estás vos, aunque nunca la caminamos juntos de la mano. Supongo que tan sólo fui un turista en tu vida, que estuve de paso y ap***s cruzamos algunas miradas más que las que se le dedica a ambos lados de la calle antes de cruzar.
No sé porque nunca me leíste, si siempre escribí sobre vos, no sé porque no me contestás los mensajes, supongo que me habré olvidado cómo se escribe "me gustás" en español.
Quizás ahora me leas, sólo porque ya no te importa si escribo sobre vos, sobre otras, sobre cualquiera o sobre mi muerte. Yo voy a seguir dándole "me gusta" a tus interminables pestañas y comprando siempre dos entradas para los recitales de Fito, para el cine y para ese micro amarillo al que me acabo de subir y que me lleva a todas partes y a ningun lado al mismo tiempo. Por suerte una chica con voz de soltera y un megáfono me explica que es lo que me rodea. Quizás al final del recorrido pueda explicarme también como hacer para que me contestes los mensajes.
Tomara que voce seja feliz menina.
FIN
Muchas gracias...
"Felices fiestas".- de Leonardo Romani.
No era tan terrible. Siempre se habían llevado bien con Marta luego de la separación. A él las fiestas no le importaban en lo más mínimo. Después de todo, lo único que lo motivaba a asistir a la reunión en la casa de su ex esposa era que había tenido con ella dos hijos que iban a estar allí, y que le pidieron que por favor no faltara. En verdad, como los chicos habían pasado la Navidad anterior con su madre, tenían la obligación de acompañarlo a casa de su hermano Sergio. El problema era que Sergio vivía en Vicente López y Gisela quería, luego de las doce, encontrarse con su noviecito y sus amigas para ir a bailar. Vicente López está como a cuarenta minutos de Caballito, quizás un poco más en esos días de borrachos al volante. Gisela también agregó que no soportaba a sus primos, pero él no reparó en el comentario. No quería ser motivo de amargura para sus hijos. A Martín, el menor, mucho no le importaba pasarla acá, allá o más allá también, aunque él sabía que era bueno que el chico estuviera cerca de su madre.
Con Jorge, el nuevo marido de Marta, mantenía una relación bastante cordial. El tipo no se inmiscuía en el trato con sus hijos, y se notaba que los apreciaba en serio, pero nunca usurpando su rol de legítimo padre. No había podido olvidar, sin embargo, que la semana anterior cuando habló por teléfono con Martincito para saludarlo este le dijo que esperaba ansioso a Papá Noel, a quien le había pedido un auto a control remoto. Martín estaba convencido de que se lo traería, pues se había comportado muy bien durante el año entero.
El le pidió que le pasara con su madre y le recriminó a Marta el no haberle dicho del autito. Es que lo hubiera comprado gustosamente, en lugar de ese espantoso muñeco articulado que era Marine y Surfer al mismo tiempo, pudiendo crear un niño con contradicciones ideológicas suficientes como para que le duren el resto de su vida. Marta le dijo que no se preocupara, que el auto ya lo había comprado Jorge, que era lo mismo, si de todas maneras, lo traería Papa Noél. Pensó que tenía razón, para el chico no habría diferencia. Se lo traería Papá Noél, ni él, ni Jorge. No obstante, algo le molestó. La distancia, quizás. El no saber qué era lo que su hijo más anhelaba. Que otro sí lo supiera. Su soledad.
A la cena, aparte de él, sus hijos, su ex esposa y Jorge, asistieron también sus ex suegros y un par de parejas amigas de Marta con sus respectivas descendencias, bastante insoportables por cierto. No pudo dejar de pensar si esas parejas no tenían familiares con quienes reunirse, o si sí los tenían pero estos tampoco los soportaban. De los cuatro o cinco infantes odió particularmente a uno que se empeñaba en llevarlo por delante montado en un vehículo de arrastre en forma de zapatilla. La comida estuvo bien, pese a que nunca disfruto mucho de todas esas fuentes frías y atestadas de mayonesa que suelen servirse para las festividades. Contrariamente a la comida, la reunión dejaba mucho que desear. Los hombres hacían grandes esfuerzos por exponer idiotas teorías propias de cómo el país había llegado a donde había llegado y las mujeres asentían a todas ellas y no únicamente a las que le parecieran correctas, por mas antagónicas que fuesen unas y otras entre sí.
Se dio cuenta que estaba ebrio recién cuando hubo de incorporarse, con las campanadas de las doce, para salir detrás de Martín que corría hacía la calle con una bolsa de peligrosos petardos proporcionados por el abuelo Marcos. Todos brindaban, nadie se miraba a los ojos y en seguida vamos, vamos con los chicos y después comemos la pavita.
Dinamitó un par de cajas de cartón junto a su hijo, le explicó también que no debía hacerse lo mismo con una virgen de yeso que los miraba apesadumbrada desde su resguardo de cemento, y se hizo un tiempo también para pensar adonde iría un borracho que pasó a cien kilómetros por hora siendo ap***s las doce y cinco. Después se metió en la casa, aburrido, solo, borracho y enojado.
No pasaron más de dos o tres minutos cuando se encontró con la puerta del horno abierta y rociando la dorada pavita con su o***a casi transparente y alcohólica.
Marta lloró, lo insultó y lo echó, en ese orden. Gisela y algunas de sus recién llegadas amigas rieron un poco. Jorge le pidió con un tono dramático que por favor se retirara.
En el mensaje que le dejó en el contestador a la mañana, Marta, todavía llorando, le recriminaba no entenderlo y le pedía explicaciones para ella y para sus hijos. Recién devolvió el llamado al otro día. Como la explicación nunca apareció en su departamento sucio, triste, demasiado grande para él solo, fueron el vino, el champan y esa copita de lemonchello únicos culpables del baño ácido de la vedete de la cena.
Durante la semana habló dos veces más por teléfono con una Marta un poco más calmada. Ella le comentó que Martincito, por suerte, no había entendido mucho y que Gisela se lo tomo “para la risa”, aunque no dejo de ser un “momento desagradable”. Después su ex esposa intentó una suerte de psicoanálisis barato, dijo algunas cosas como “deberías encontrar a alguien, como yo encontré a Jorge” o “sabés que podés contar conmigo para lo que quieras”. Incluso lo invitó a pasar año nuevo con ellos, si prometía comportarse.
Comportarse. Odió esa palabra. Tenía que comportarse cuando crecían dentro suyo unas incontenibles ganas de agarrarse a trompadas con alguien cualquiera, por cualquier razón. Necesitaba ir y provocar a un desconocido, escupirlo, insultarlo y terminar en el piso pegándose trompadas en la cabeza, con la camisa rota y perder el reloj, o el s**o.
El sabía que Marta tenía razón, aunque la misericordia con que lo trataba lo ponía peor. Hubiese preferido que lo insultara, que pidiera una orden de restricción a un juez, cualquier cosa menos que lo tratara como a un niño celoso. Se pasó toda la semana estrellándose contra las paredes del monoambiente con su vehículo de arrastre con forma de zapatilla.
Asistió a la reunión de año nuevo con la misma sensación, entre avergonzado y molesto.
Disfrutó solo un poco cuando Gisela le habló como a un amigo de su edad, “que p**o te agarraste viejo, me hiciste reír”. La mayoría de las veces su hija le decía cosas como “aburrís viejo”, generalmente cuando él se mordía el labio inferior y meneaba la cabeza delante de algún programa de televisión que ella disfrutaba. No le importó mucho que Jorge no le dirigiera la palabra, o que su ex suegra lo mirara con una expresión de asco cada vez que se volvía a servir vino. Después de todo siempre le había parecido una vieja hipócrita y malintencionada.
Cuando se hicieron las doce se levantó y fue detrás de Martincito. Entre los dos cargaron el baúl del auto a control remoto los petardos más grandes que encontró en un puesto cercano a su casa. El mismo tipo que se los vendió le dijo que los prendiera él, “ojo con los chicos”, le dijo en realidad. Era una verdadera maravilla el autito ese, se podía maniobrar perfectamente. Se apostaron en el umbral de la casa y, mientras todos se deseaban felicidades y un próspero año nuevo sin mirarse a los ojos, ellos dos solos, juntos, volaron la virgen con casita y todo.
Aprovechó el estupor general, los qué barbaridad, los dios mío y los retos a Martín para rociar, con su ácida y amarilla soledad, la pavita.
FIN
Viene navidad... la tapa es roja... saquen sus propias conclusiones...
dosgatosbrujos Leonardo Romani
Los gatos brujos salieron en la Revista Ñ. Ahora quien se los banca a estos dos, están agrandadísimos. ¡Hoy a la mañana me escondieron el azucar y el mate!
Los dibujos de los chicos. Más contento no puedo estar. Muchas gracias.
Más opciones para el 🎄Dos gatos brujos escondieron los dibujos
Autor: Leonardo Romani
Sinopsis🎉
Leer un cuento es la posibilidad de vivir una aventura, visitar otros mundos, ser un héroe o conocer criaturas fantásticas. En este libro vas a encontrar ocho historias donde no solo vas a poder ser parte de ellas a través de la lectura sino que vas a tener la posibilidad de darle forma vos mismo a los personajes. Vas a poder dibujar cada momento importante que vivan los protagonistas, con los colores que más te gusten y con tu toque personal. El único límite es tu imaginación.
YA SALIÓ EL LIBRO Y ESTAMOS TODOS MUY CONTENTOS. HAGA FELIZ A UN NIÑO (A MÍ) Y VAYA A COMPRARLO. SE CONSIGUE EN LIBRERÍAS CÚSPIDE Y EN EL SIGUIENTE ENLACE.
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Ya está a la venta mi nuevo libro "Dos gatos brujos escondieron los dibujos". Una serie de cuentos para niños en los que los pequeños lectores podrán ilustrar ellos mismos los textos.
Lo hicimos con Elena (mi hija menor), comenzó como un juego y casi sin darnos cuenta fue tomando forma.
Así que ya saben, si me quieren dar una mano, en estas fiestas sorprendan a ese hijo, sobrino o ahijado que MENOS quieren y en vez de pelotas, muñecos, videojuegos y otras cosas maravillosas desaten su furia con un libro.
Nunca se sabe... hasta podría gustarles...
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dosgatosbrujos
“Todo está bien”.- de Leonardo Romani
Todo está bien, lo de mi padre fue un susto nomás.
No llegó a ser un cálculo o piedra, era ap***s un cúmulo de arenilla, barro. Extirparon la vesícula y limpiaron las vías biliares. En un par de semanas podrá hacer vida normal, ni siquiera necesitará una dieta estricta.
Yo me ofrecí a cuidarlo por la noche, Me sirve el silencio y la contundencia de esa nocturnidad plana y sincera. Ese aislamiento que te absorbe y te permite ver todo con claridad. Podés encontrar muchas respuestas en los interminables pasillos, las habitaciones vacías y esos enormes espacios exageradamente iluminados.
Algunas de las decisiones más importantes de mi vida las tomé de noche en hospitales mientras buscaba algún escondite para fumar ci*******os prohibidos. En esa tensa calma decidí que iba a ser abogado, que nunca dejaría de escribir (aunque nadie fuese a leerme), que iba a ser “padre” antes que todo lo demás y que iba a dejar de querer a gente que ya no lo merecía.
Mi padre está bien, no siente dolor y toleró bien el caldo y la gelatina que le llevaron a las seis de la tarde. Sus ronquidos me invitan a dejarlo un rato solo y buscar un lugar donde fumar un par de ci*******os y tomar algunas decisiones.
Hace unos meses que no me caigo bien. Lo último que escribí no es digno siquiera de imprimirse en un sobre de azucar y no me llevo bien con la nueva normalidad y sus pantallas. Tengo que cambiar algunas cosas antes de convertirme en alguno de esos hombres que, hasta no hace mucho tiempo, miraba con desprecio en el subterráneo.
Una enfermera me encuentra y tengo que volver a la habitación sin respuestas. Allí mi padre le habla sin parar a otra enfermera mientras esta le toma la presión. Ap***s entro al cuarto me señala y le dice a la enfermera “acá está, un fenómeno”. La enfermera me mira y sonríe, luego nos desea buenas noches y se va. Tiempo atrás mi padre hubiera evitado esos diálogos amables, decorativos e inconducentes. Está perdiendo esa volátil intolerancia que lo caracterizaba. No se aún si eso es algo bueno o malo.
Todo está bien, la presión es normal y mi padre sigue sin dolor, aunque yo nunca me sentí más alejado de esa descripción de “fenómeno”.
Estoy cansado, pero no quiero dormir. Necesito aprovechar esos pasillos, sé que tienen mucho para decirme. No puedo, no logro aguantar. No sé bien a qué hora pero me duermo para despertar con las voces de varios médicos que rodean a mi padre y le dan indicaciones que él no va a respetar. Le dan el alta, ya puede irse a su casa, todo está bien.
Volvemos en un taxi. Mi padre está contento y habla con el taxista de todo y de nada en una suerte de ensalada Waldorf de la dialéctica. Yo no puedo dejar de sentir que desperdicié esa noche de hospital llena de silencio, luces artificiales y respuestas. No encontré nada de lo que fui a buscar, ni siquiera busqué seriamente.
No, no todo está bien.
FIN
¡YA CASI ESTAMOS!
Los gatos brujos ya tienen página propia. Los esperamos. dosgatosbrujos
En dos meses, quizas menos, sale a la luz un hermoso proyecto que surgió cuando menos lo esperaba. Un libro de cuentos para chicos que me eligió para que lo escribiera.
"DOS GATOS BRUJOS ESCONDIERON LOS DIBUJOS"
"Contención".- de Leonardo Romani
Podría decirse que Hernán no era una buena persona, hasta podría ser definido como “un ser despreciable”.
No viene al caso entrar en detalles de porqué esa definición era acertada pero, por ejemplo, Hernán había hecho del actual concepto de “meritocracia” un dogma que aplicaba, mal, a todas y cada una de las facetas de la vida cotidiana. Con ello intentaba justificar no sólo las enormes diferencias socioeconómicas que nos rodean sino también su personal desprecio por el prójimo.
A mi parecer no hace falta un exhaustivo análisis para observar que, en la mayoría de los casos, estas diferencias tienen sus cimientos en circunstancias más aleatorias (como donde o cuando uno hubo de nacer), y no en el esfuerzo que uno realice para progresar en la única vida que se nos entrega en comodato.
Ese dia Hernán volvía del gimnasio. Generalmente regresaba corriendo, se aburría haciéndolo en las cintas electrónicas y optaba por completar la parte aeróbica de su rutina de ejercicios de esa forma.
Hernán no desperdiciaba nada, ni dinero, ni tiempo, ni ninguna otra cosa. Pero ese día llovía muy fuerte, a cántaros diría su madre, por lo que decidió tomar un colectivo.
Durante las dos cuadras que caminó desde el gimnasio a la esquina donde se detenía el colectivo Hernán bebió un litro y medio de agua de una botella descartable que había llevado de su casa. A pocos metros de la parada había un contenedor de basura, de esos que reciben lo peor de nosotros durante el día y por la noche un camión de la empresa recolectora los alza con una grúa robótica que luego los invierte y los vacía por gravedad. Estos enormes tachos cuentan con un ingenioso sistema que busca preservar la higiene de quien vaya a utilizarlos. Para no tener que abrirlos con las manos tienen una especie de enorme pedal que uno acciona con un pie y abre la tapa.
Hernán le dio un fuerte pisotón a este pedal y la tapa se levantó con fuerza, como si se tratase de una catapulta. Antes de que se cerrara arrojó con violencia la botella de agua dentro.
Un fuerte quejido, seguido de una generosa cantidad de insultos se escuchó dentro del contenedor.
Lentamente la tapa empezó a levantarse, un hombre de aspecto abandonado (sucio y desprolijo diría Norberto Pappo Napolitano) la levantaba con su mano izquierda mientras que con la derecha se masajeaba la parte de atrás de la cabeza con evidentes gestos de dolor.
Es imposible reproducir el poder semántico y gramatical del hombre que había hecho de ese contendedor de basura un hogar. Con poderosa elocuencia le explicó a Hernán que, en días de mucho frio y lluvia, los "sintecho" suelen utilizarlos para resguardarse del clima. Cuelgan un trapo rojo del lado de afuera para que los recolectores sigan de largo y no los levanten, ese día el tacho contiene a una persona, a sus p***s y miserias, y no a los desperdicios de quienes están mejor y aún pueden darse el lujo de generar deshechos.
La respuesta de Hernán si podría reproducirse pero simplemente no tengo ganas de hacerlo, me da asco y bronca. Sólo voy a decir que Hernán, entre insultos, le aseguró al hombre del contenedor que estaba en esa situación por voluntad propia, que simplemente era un vago que prefería vivir entre basura y ratas a trabajar.
El hombre del contender cerró la tapa lentamente mientras masticaba más insultos.
Creo que es justo en este momento decir que el hombre del contenedor se llamaba Jorge, evitar despersonalizarlo. Considero que merece tener un nombre más que Hernán. Entonces voy a invertir la despersonalización y continuaré relatando la historia entre Jorge y “el ser despreciable”.
Mientras el ser despreciable esperaba el colectivo la secuencia anterior se repitió, aunque no exactamente igual. Un hombre de traje que venía por la vereda completamente empapado, accionó la palanca con delicadeza y arrojó un paraguas que lo había protegido de la lluvia pero que ahora había decidido suicidarse, doblándose en sentido contrario, como suelen hacer los paraguas que no quisieron nacer paraguas.
Otra vez los insultos, la tapa que se elevaba lentamente y Jorge. Pero el hombre de traje no era un ser despreciable, se agarró la cabeza y comenzó a disculparse repetidamente con Jorge, que las aceptaba respetuosamente. El hombre de traje metió su mano el bolsillo y sacó varios billetes (cuenta la leyenda que el monto de dinero alcanzaba para una comida caliente), y le rogó a Jorge que los aceptara. Jorge lo hizo, salió con dificultad del contenedor con un bolso, agradeció, tomó los billetes con su mano izquierda y le extendió la derecha al hombre de traje que la estrechó con fuerza mientras volvía a pedir disculpas. Jorge se perdió al doblar la esquina.
Con gran manejo de los tiempos del guion, el colectivo que esperaba el ser despreciable (y ahora también el hombre de traje), apareció entre la bruma. El ser despreciable metió la mano en el bolsillo y todo cambió.
Volvía del gimnasio. Generalmente regresaba a su casa corriendo, pero ese día llovía muy fuerte, a cántaros diría su madre, por lo que decidió tomar un colectivo.
No había agarrado la billetera, no tenía dinero ni una tarjeta para usar el transporte público. No podía pagar el viaje.
Cuando el colectivo paró y abrió sus puertas, el ser despreciable dejó subir primero al hombre de traje y desde la vereda le pidió al chofer que lo dejara viajar gratis, intentando reforzar su discurso mintiendo, le dijo al conductor que le habían robado minutos antes. El chofer no quiso creerle, cerró las puertas y arrancó.
El ser despreciable insultó al chofer, a la vida, a todos los dioses y a algunos demonios. Pero quien se cree superior al resto siempre ve una salida, o se siente capaz de generar una.
El ser despreciable pisó el pedal, esta vez con delicadeza, la tapa se levantó y, luego de mirar con asco y miedo en proporciones iguales, se metió dentro del contenedor.
Sólo era cuestión de tiempo, creyó, en cualquier momento alguien arrojaría algo y el obtendría un resarcimiento económico nacido en la culpa por faltarle el respeto a la ex casa de Jorge, ahora momentaneamente suya. El ser desprecianle sonrió en la obscuridas del contenedor, su plan era perfecto, e iba a valerse por sí mismo. Meritocracia.
Ya pasaron tres meses. El ser despreciable acondicionó bastante bien el contenedor. Colgó un trapo rojo por fuera y consiguió un colchón en bastante buen estado y un par de frazadas. Sigue convencido que en cualquier momento alguien arrojará algo y le dará el dinero para regresar a su casa.
Jorge no volvió.
FIN
Los invito a acompañarme en este nuevo proyecto que me tiene muy entusiasmado.
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dosgatosbrujos
“No me dan las cuentas”.- de Leonardo Romani
No me dan las cuentas. Eso me dijo Matías en la puerta de su casa mientras me daba un abrazo. Unas horas antes hizo un riquísimo asado. No es un detalle menor que la comida le saliera bien, había calculado tan mal las cantidades que con las sobras podia alimentarse por el resto del año. Hacía mucho tiempo que no veia ni a Matías ni al resto de la banda de mi colegio secundario. La pasé muy bien, a pesar de que todos sabían que yo no me estaba llevando muy bien conmigo mismo, me la hicieron fácil.
Entre botellas de vino que se abrían sin solución de continuidad, la conversación fue la de siempre. Cine, relaciones amorosas, fútbol, política, relaciones de las otras y miscelaneas del Carlos Pellegrini. Hubo un único tópico nuevo, "intercambio de sensaciones y experiencias con nuestros primeros exámenes prostáticos".
De mi tema no se habló en toda la noche. No fue temor, fue amor ("ohhh si, fue amor, ehhh" decia Jazzy Mel). Nadie mencionó en toda la noche que yo había dejado de tener ganas de seguir ocupando espacio, y me hizo bien olvidarlo un rato.
Pero sobre el final de la noche, mientras abría la puerta de su casa para despedirme, Matías abrió también el juego con esa frase quirúrgica. Sólo quedábamos nosotros dos, luego de un dudoso sorteo tuve que encargarme de lavar una enorme y sospechosa cantidad de platos y cubiertos que no se correspondían ni con la cantidad de invitados ni con lo que habíamos comido (asado). Matías tuvo tiempo de sobra para pensar como iniciar la incómoda charla mientras yo refregaba una olla con un tuco mohoso que prácticamente se había fusionado al metal, producto muy probablemente del avanzado estado de descomposición de lo que supo ser una salsa.
“No me dan las cuentas, chabón”. Así arrancó Matías un emotivo abordaje a mi inexplicable presente. Según él, no había forma que yo no pudiese librarme de esa maldita compañera que se había sentado en mi mesa en todos los bares en los que me perdí y me encontré en estos últimos dos años. Cada vez nos llevábamos mejor con mi depresión y ya no iba a ningún lado sin ella.
Cómo si yo fuese un pedazo de entraña, Matías me preparó una marinada a base de insultos y elogios en iguales cantidades. Fue una cocción rápida y me sacó jugoso porque tenía que ir a lesionarse a un partido de fútbol. Antes de cerrar la puerta me soltó un último insulto bastante ra***ta que aludía directamente a mi tez trigueña y repitió "no me dan las cuentas, chabón, vos no."
Decidí volver caminando. Eran ya casi las tres de la mañana y me excitó saber que durante el trayecto tenía grandes posibilidades de sufrir uno de los tantos asaltos violentos que la televisión mostraba a diario. Yo había fantaseado con eso durante un largo tiempo. Una muerte así evitaría que algunas de las personas que aún me quieren se echaran la culpa por mi partida.
Pensé unos minutos y luego encaré esperanzado el camino más peligroso que se me ocurrió para llegar a mi casa. La ruta, meticulosamente pensada, me obligaba a pasar por una estación de tren, por debajo de la autopista y por el medio del Parque Rivadavia.
La suerte estaba de mi lado. Mientras cruzaba por debajo de la autopista escuché lo que quería escuchar. “Eh amigo…”.
No era Matías. Este era otro tipo de amistad. Una en la cual mi nuevo amigo iba a ayudarme a conectar con mi lado espiritual arrebatándome todas mis innecesarias pertenencias materiales. Para lograrlo, había optado reflejar mi depresión en el filo de el cuchillo que había sacado de una bolsa de tela, de esas que ahora la gente usa para aparentar que cuida el planeta.
Y entonces sucedió lo inexplicable. Hasta el día de hoy, varios meses después de aquella noche, sigo sin entender bien que fue lo que pasó, lo que cambió. Creo que tengo más posibilidades de disertar en Harvard sobre “la partícula de Dios” que de entender que fue lo que pasó.
No tengo idea de porqué esquivé el fakazo del zombie que intentaba asaltarme. No le encuentro explicación al hecho de que defendiera mi vida como quien tiene razones para hacerlo. No sé porqué grité, peleé y lloré mientras le daba cientos de trompadas al hombre ese que había ido a cumplirme ese deseó que pedí en los últimos tres años.
No sé, no puedo comprenderlo. No me dan las cuentas.
FIN
Voy a intentar agarrarlos dormidos para que me insulten menos. Suelto cuento nuevo en 3,2,1...
NOTA DEL AUTOR
“Una señora mayor tomando cerveza a plena luz del día”.- de Leonardo Romani
Ver a alguien tomando cerveza a plena luz del día me genera una sensación desagradable. Es un prejuicio, lo sé. No puedo encontrar ninguna razón para explicar por qué cuando veo a alguien tomando cerveza de día mi rostro adopta un rictus de asco y desaprobación, que suele ser acompañado por un leve pero perceptible movimiento de lado a lado de mi cabeza universalmente asociado a negación. Excepto que sea una señora mayor.
Si se trata de una señora mayor, la sensación es completamente opuesta. Si veo a una señora tomándose una birra de día (sentada en el banco de una plaza, caminando por la calle o en la puerta de su casa) no hago más que sonreír y quererla.
La imagino siendo abuela, de las buenas. De esas que te daban plata a escondidas, que nunca te decían que no en un kiosco de golosinas, que te guiñaban un ojo antes de entrar a la cocina de tu casa convencer a tus padres de que te dejaran ir a esa fiesta, o a usar esa pollera demasiado corta, o faltar al colegio.
Tampoco tengo ningún fundamento para asociar el abuelazgo y las cervezas diurnas.
Sencillamente creo que si una señora abre una lata de cerveza, de día y ante la mirada de tipos como yo, lo hace porque considera que se la merece, que el mundo sería mejor sin prejuicios y que existen cuestiones más importantes que atender. Una vieja tomando birra de día, para mis ojos, le ganó al sistema y explica en ese gesto de disfrute muchas más cosas que cualquier filósofo con zapatos de goma.
Por eso hoy al mediodía, cuando volvía a casa luego de hacer las compras, sonreí fuerte cuando una vieja al lado mío abrió una lata de cerveza y le dio un interminable primer trago mientras los dos esperábamos para cruzar una calle cualquiera.
La señora se pasaba la lengua por los labios limpiando restos de cerveza cuando advirtió mi mirada insistente.
-¿Qué mirás infeliz? ¿Tengo monos en la cara salame?.
Ese breve pero contundente discurso fue seguido de un eructo demoledor por su solidez, reverberación y alcance. La vieja también sopló suavemente detrás para guiar el hedor que emanaba su creación. Su hediondez me generó arcadas y se quedó a vivir en mi nariz por varias horas.
La vieja cruzó la calle, yo me quedé parado varios semáforos.
Ver a alguien tomando cerveza a plena luz del día me genera una sensación desagradable. Es un prejuicio, lo sé. Excepto que sea una señora mayor. Una vieja tomando birra de día, para mis ojos, le ganó al sistema y explica en ese gesto de disfrute muchas más cosas que cualquier filósofo con zapatos de goma.
FIN
30.000 seguidores. Gracias.
¡VAMOS ARGENTINA!
"Final”.- de Leonardo Romani
El día que murió Fabián la selección argentina jugaba la final del mundial de fútbol. Las calles desiertas de una ciudad vestida de celeste y blanco esperando la alegría, los festejos, los desmanes y la represión, en ese orden. Miguel y Javier se juntaron bien temprano en la casa del primero para analizar el diario deportivo y comer algo liviano, durante el encuentro no se podía probar bocado, sólo fumar.
Iban a estar sólos, sus novias se juntaban a ver el partido con amigas, cábalas. No le habían dicho de esa previa a Fabián, que no sabía de fútbol y tampoco compartía mucho tiempo con ellos en la oficina, algún almuerzo o una cerveza de vez en cuando. La realidad es que lo habían invitado por lástima. Fabián se había separado hacía poco tiempo y llevaba a todos lados una indisimulable angustia que titilaba en su rostro como luces de neón.
Habría que hacer una lista de las situaciones más desesperantes para los que están solos, creo que voy a hacerla cuando termine este cuento, sólo para enumerarlas, por si algún dia me convierto en Fabián.
Siempre se habla de las fiestas, los cumpleaños, los casamientos, pero nadie menciona los mundiales de fútbol. Puedo arriesgar que es peor estar sólo durante un mundial de fútbol que en una boda. Es que si uno está invitado a un casamiento, y no quiere desnudarse solo al regresar, lo único que debe hacer es inventar un compromiso impostergable. Pero cuando el equipo argentino juega un partido de un mundial no hay escapatoria ni refugio alguno. Los goles llegan, se filtran por debajo de la puerta y explotan en tu pecho vacío de abrazos.
Miguel se dio cuenta de la ausencia recién cuando fue a servir whisky por segunda vez y notó ese tercer vaso vacío y limpio sobre la mesa ratona. Para ese momento hacía más de tres horas que Fabián estaba mu**to y faltaban menos de dos para el comienzo del partido. Para colmo parece que a Barrios le agarró un tirón en el precalentamiento y se pierde el partido, salvo que lo infiltren, sino va de entrada Morales, que ap***s si hizo algo en River Plate y lo convocaron de última por la negativa de Benetti a usar la camiseta número 13.
avier empezó a llamar por teléfono a Fabián, pero no contestaba. Claro, ni Miguel ni Javier lo sabían, pero a los mu**tos les cuesta mucho tener contacto físico con las personas y los objetos. Entonces Fabián miraba el teléfono, que sonaba y sonaba y pedía y pedía, pero no podía atender para no mentir con el “surgió un imprevisto, no puedo ir”.
El tipo que lo vino a buscar no era "la Parca", ni siquiera estaba vestido de negro, pero igualmente le dijo a Fabián que en ocho horas se lo llevaba definitivamente (no le dijo a donde) y que usara ese tiempo para recoger algunas cosas o a alguien para compartir la eternidad.
- Solo debes retenerlos en tu memoria, los encontraras allá.
- ¿Personas también? ¿Puedo llevarme a alguien? -preguntó Fabián.
- Claro. ¿Creías cierto cuando escuchabas que alguien había mu**to de tristeza ap***s unas horas después de la muerte de un ser querido? Se los llevan con ellos.
Pero mientras elegía y retenía, el teléfono seguía sonando y se acumulaban los mensajes que dejaban Javier y Miguel, sinceramente preocupados a esta altura y a sólo veinte minutos del inicio del partido. Fabián hizo a un lado las sensaciones de tristeza y asombro y se permitió alegrarse, después de todo alguien se preocupaba por él.
Esa alegría iba a crecer cuando comenzaron a tocar el timbre y gritar su nombre desde afuera de su casa. Minutos después iba a emocionarse hasta las lágrimas cuando derribaron su puerta y entraron primero dos bomberos, luego dos policías y atrás de ellos Miguel y Javier.
A todo esto, iban ya 30 minutos del primer tiempo y la final del mundial seguía cero a cero gracias a las intervenciones del arquero argentino, que hasta había contenido un penal. Ni Miguel ni Javier estaban viendo el partido, ellos estaban ahí, en la casa de Fabián, negando con la cabeza y mirando su cuerpo sin vida. Tristes por él, que hacía rato que no era tan feliz.
Tenía que retribuírselos de alguna manera.
La ambulancia llegó bastante rápido. Todo se hacía rápido para tratar de ver el final del partido. Miguel y Javier firmaron los papeles y esperaron que la ambulancia se perdiera a lo lejos para recién ahí subirse al auto y volver a la casa de Miguel.
Ambos lo pensaron, pero ninguno de los dos se animó a prender la radio. No hizo falta. A los diez minutos de viaje la ciudad entera estalló en un solo grito de gol formado por miles de gritos de gol. Javier tan solo puso su mano izquierda en el hombro derecho de Miguel, que apretó bien fuerte el volante como único gesto reconocible.
Llegaron a la casa y se sentaron en el sillón frente al televisor, ninguno de los dos se animó a prenderlo (aunque ambos lo pensaron). Se quedaron en silencio y supieron que el partido había terminado, y que Argentina era el nuevo campeón del mundo, por los gritos, aplausos y bocinazos que venían desde la calle. Se dieron un abrazo y Javier se fue.
Recién al otro día leyeron en el diario que Argentina había ganado uno a cero con gol de Raimundi, el centrodelantero argentino estrella del futbol italiano que tan bien se había adaptado a vivir en Italia que se había olvidado el idioma español. Recién ahí se enteraron el duro golpe anímico que había recibido el país rival cuando durante el entretiempo su director técnico había sufrido un infarto que lo dejaría a él sin vida y a sus dirigidos sin indicaciones tácticas ni ganas de salir al campo de juego a disputar el segundo tiempo.
Fabián sintió algo de culpa, pero jamás se arrepintió. Dos argentinos lo habían elegido a él por sobre la final del mundial de fútbol y eso merecía ser retribuido de alguna manera.
FIN
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Biografía
Leonardo Romani nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en 1979. Cursó sus estudios secundarios en la Escuela Superior de Comercio "Carlos Pellegrini". Es Abogado egresado de la Universidad de Buenos Aires.
Como abogado escribió numerosos artículos y participó como colaborador en la elaboración de distintos libros y ensayos, todos ellos sobre el Derecho del Trabajo.
Estudió música y fotografía, destacándose en este último género, en el cual obtuvo una beca del Fotoclub Argentino.