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Las universidades negaron un acuerdo con el Gobierno por las partidas y ratificaron la marcha El Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) desmintió esta noche el presunto consenso alcanzado sobre los aumentos de las partidas. "No se trata de un acuerdo sino de un anuncio del gobierno", afirman.
Nos vemos en la plaza de las Américas!!! Por un educación, gratuita, libre, que se siga investigando, mandando satélites, así seguiremos siendo de las 10 mejores del mundo!!! AUNQUE ALGUNOS IGNORANTES E IGNORANTAS CUESTIONEN NOS VEMOS!!! Llevar mucho abrigo!!!
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El monstruo de la inflación
ÁLVARO GARCÍA LINERA
La elevada inflación es un agente de la incertidumbre estructural que agrede el horizonte predictivo con el que las personas concurren al mundo cada día. De sus entrañas emergen las monstruosidades políticas más desgarradoras.
Era julio de 1985, y en las legendarias ciudadelas obreras de siglo XX Catavi y Huanuni, lo imposible acababa de suceder. El dictador boliviano Hugo Banzer Suárez, aquel que había mandado a masacrar trabajadores mineros en 1971, que había ordenado perseguir, torturar y asesinar dirigentes sindicales durante un septenio, que dispuso la intervención de los barrios obreros con tanquetas, salía abrumadoramente victorioso en la votación electoral de esos mismos reductos obreros que lo habían combatido hasta la muerte.
No habían pasado ni diez años, y el mundo parecía colocarse de cabeza. En las elecciones generales, la vanguardia proletaria de la Central Obrera Boliviana le había entregado de manera abrumadora su voto al dictador devenido circunstancialmente en demócrata. La sangre de los mártires se había borrado de la memoria, y los obreros, que habían aprobado en sus congresos la Tesis Socialista, ungían en las urnas la victoria del militar fascista.
¿Cómo explicar esa debacle histórica de una clase social que hasta entonces era el epitome de la conciencia revolucionaria del pueblo boliviano? ¿Que había modificado tan radicalmente la mirada del mundo de esos recios obreros? ¿Un extravió de la razón? ¿Una enajenación política? ¿Un monumental engaño? No. Simplemente, la inflación.
Claro, el candidato izquierdista Hernán Siles Suazo, que había ganado las elecciones en junio de 1980 y, después de golpes militares, había ocupado el cargo desde octubre de 1982, terminaba el año de su mandato con 600% de inflación. A la crisis económica heredado de la cleptocracia militar se le había sumado el boicot empresarial y, lejos de buscar una salida de ajuste hacia las clases privilegiadas, sus aliados —especialmente del MIR— optaron por sumarse al saqueo estatal. El resultado inevitable fue el acortamiento del mandato, la casi extinción electoral del frente y la disponibilidad popular a políticas de shock neoliberal que perduraron veinte años.
Inflación I
La inflación de dos o tres dígitos es un desquiciador social. Volatiliza cualquier lealtad social previa. Ante ella, la memoria de las luchas y las comunidades de afecto y acción previamente constituidas se disuelven espantadas frente al colapso de todas las referencias de orden de la realidad que provoca la incontenible escalada diaria de los precios.
La inflación transmuta convicciones revolucionarias en adhesiones reaccionarias. Desestabiliza gobiernos, castiga candidatos y puede encumbrar a anodinos políticos como grandes salvadores. Y —lo más relevante políticamente— abre en la estructura cognitiva de las personas la desesperada búsqueda de nuevos referentes discursivos y propositivos que le ayuden a recuperar la certidumbre sobre el mundo.
La elevada inflación es un agente de la incertidumbre estructural que agrede el horizonte predictivo con el que las personas concurren al mundo cada día. De sus entrañas emergen las monstruosidades políticas más desgarradoras. Y dejan una huella en la experiencia subjetiva que tarda al menos una generación en borrarse.
Quienes mejor comprenden el efecto social corrosivo de la inflación son los empresarios y los gobernantes conservadores. Por eso, cuando han podido, han utilizado esa herramienta para desprestigiar rápidamente a gobiernos de izquierda, como el de Salvador Allende en 1973 o el de Bolivia en 1984 y 2008. Y ahora, entre 2022 y 2024, en Estados Unidos —la FED a la cabeza—, han estado dispuestos incluso a hipotecar el crecimiento económico y caer en una recesión con tal intentar pararla.
Como lo lamenta el premio nobel de economía Paul Krugman, la mejora del salario real promedio de los norteamericanos en estos dos años no ha logrado traducirse un repunte de la popularidad del presidente Biden, precisamente por la aun elevada inflación subyacente que le muestra al ciudadano medio que las cosas hoy valen más que hace tres años. Claramente, en escenarios de elevación de precios, la estabilidad y continuidad de los gobiernos es inversamente proporcional a la tasa de inflación.
Los economistas norteamericanos han utilizado muchos bytes para debatir sobre las causas de la inflación desatada desde 2021. Tempranamente, la FED mostró que la presión empresarial era responsable de más del 50% de la elevación de precios. Frente al espantapájaros conservador de la llamada «espiral de precios y salarios» que echa la culpa de la inflación a las excesivas demandas salariales de los trabajadores, el FMI anunció que no había sustento empírico para tal afirmación. Por su parte, la OCDE informo gélidamente que los salarios europeos habían caído en promedio un 3,8% entre 2021-2023, mientras que la inflación se disparaba al 8,8 en 2022. Como tuvo que admitir el Bank International Settlements, no existía una fuerza laboral organizada capaz de imponer una espiral alcista de salarios.
Ante ello, rápidamente salieron al ruedo fósiles monetaristas a resucitar la explicación del «exceso de dinero por unidad de producción», en este caso debido a la «flexibilización cuantitativa» en la que había incurrido el gobierno al distribuir billones de dólares y hacer frente al «gran encierro» de 2020.
En el caso argentino es posible que algo de ello haya sucedido, pero en general, ahora que el dinero paga intereses, esta implicación directa entre masa monetaria y stock producido no está clara. El apego a la famosa Curva de Phillips, que vincula aumento de la inflación con la disminución del desempleo, se derrumba ante las cifras de pleno empleo que ha mostrado Estados Unidos en la gestión de Biden.
Con el tiempo, los datos aparecieron. Mostraron que hubo problemas de oferta más que de demanda, debido a los problemas de abastecimiento de productos básicos en las cadenas de suministros, en las gargantas de las líneas de transporte (canal de Panamá, golfo de Adén), etcétera. Y ello fue aprovechado por empresas con «poder de mercado» para empujar los precios al alza. Ante la fuerza de la evidencia, los laureados economistas de los bancos centrales de las economías más importantes del mundo —comenzando por Isabel Schnabel, del Banco Central Europeo— tuvieron que admitir su ignorancia respecto al tema. Ninguna de las teorías ensayadas sirvió para explicar en su momento por qué aumentó la inflación, ni por qué bajó, ni por qué no hubo recesión.
Lo cierto en todo caso es que, aprovechando los factores multicausales de los procesos inflacionarios, siempre y en todo lugar quien sale ganando es el empresario, por la posición de fuerza que tiene en el mercado como propietario de medios de trabajo y de dinero. Esto hace de la inflación un espacio de antagonismo redistributivo entre el trabajo y el capital, por la obtención de mayores volúmenes de excedente económico que permita, para el primero, compensar el incremento de los precios del consumo básico y, para los segundos, mayores ganancias en medio del desorden de precios.
Dinero
¿Por qué este efecto político y culturalmente tan devastador de la inflación? Por el poder social del dinero. Y, en el capitalismo, por ser el dinero el poder social fundamental. Marx, el gran crítico de la sociedad moderna, lo comprendió así. A lo largo de toda su vida le dedicó miles de páginas a desentrañar el poderío del dinero. Fue casi una obsesión. Los marxistas, por lo general, se han detenido en sus reflexiones respecto al efecto enajenador o fetichista que desempeña en las relaciones económicas. Pero han dejado de lado su cualidad de poder social, con la extraordinaria capacidad de transmutarse en cualquier otro poder social existente.
Inicialmente, el dinero, esos «indignos colgandijos de papel» que debido a la fuerza vinculante del Estado adquieren una denominación, no deben su medida de valor al poder del Estado sino a las leyes «inmanentes» de la circulación mercantil de la riqueza social, que son las que determinan el valor de ese dinero. No es el Estado el que puede definir el monto de convertibilidad de los dineros que emite arbitrariamente, pues el dinero solo es un símbolo del intercambio de riquezas. Lo que puede hacer es centralizar y regular su función de intercambiabilidad.
Pero el dinero, en cualquiera de sus formas —papel, moneda, oro, títulos, etcétera—, tiene un poder extraordinario, casi bíblico: el de poder convertirse en el satisfactor de cualquier necesidad social. Ya sea comida, bienes inmuebles, artefactos, herramientas, distracciones, placeres, lealtades, invenciones, creatividades, descansos, previsiones, apoyos o estabilidad, el dinero puede comprarlos. Apenas despunta una necesidad humana, la que sea, el dinero puede convertirse en ella y satisfacerla. El único límite temporal a esta cualidad de intercambiabilidad, es decir, de compra, es el monto: un hecho meramente cuantitativo.
El dinero es, pues, el «compendio de toda la riqueza social» existente y por existir. En su austera existencia física, el dinero es la encarnación de toda riqueza social posible, de todo trabajo abstracto, general, contenido en todas las riquezas materiales del mundo. Es un dios: el dios de las mercancías, es decir el dios de todas las actividades humanas, de todos los productos humanos y de toda la naturaleza metabolizada por el trabajo humano susceptible de ser intercambiado.
Con el tiempo, a medida que el capitalismo se irradia y se tupe globalmente, nada escapa al influjo del poder comprador del dinero: ningún bien material, ninguna necesidad subjetiva, ninguna actividad política, cultural, mental o recreativa. Ese «colgandijo» llamado dinero «contiene oculta toda la riqueza material» de la sociedad. Y las personas serán coparticipes de esa capacidad de acceso universal dependiendo del monto de dinero que puedan poseer. El dinero es, por ello, junto con la capacidad cognitiva, un infinito social, en la medida en que su capacidad de intercambiabilidad no tiene límites mientras exista el capitalismo.
Ser el «representante general de la riqueza» hace del dinero un «poder social»capaz de convertirse en todo. Ni los «huesos de los santos» pueden resistirse a su influjo venal. Ciertamente, el dinero no tiene poder por sí mismo. Es solo un símbolo, un reflejo de las relaciones entre las mercancías, de su cualidad de intercambiabilidad social. Y, a su vez, esta capacidad de intercambiabilidad es reflejo de ciertas relaciones humanas, del trabajo de las personas y del modo de cederlas o adquirirlas a partir del trabajo abstracto contenido en cada objeto de necesidad. Pero en los hechos, estas mediaciones se borran. Y lo que queda es el «poderoso don dinero» que pareciera tener vida propia y por cuya propiedad las personas trituran sus vidas y son capaces de matar o de morir.
En el capitalismo, la capacidad de producir bienes y de intercambiarlos, un poder eminentemente social, de todas las personas, deviene en un poder de una cosa: el dinero. En el dinero, el mundo moderno está contenido, la sociedad está comprimida, todo trabajo humano está depositado. El esfuerzo, los deseos, los sacrificios, las actividades y los sueños de cada persona están almacenados allí. Tener dinero es, por tanto, tener un pedazo —sea grande o pequeño— del mundo, de la sociedad, de las actividades, de los esfuerzos, de las esperanzas de todos los demás. El dinero es el «poder social bajo la forma de una cosa» que puede ser acaparado de manera privada en el bolsillo.
Inflación II
Por todo ello, cuando este «poder de influencia sobre la actividad de los otros», es decir el dinero, se deprecia, el mundo de las personas comienza a desquiciarse. Claro, si los ahorros de toda la vida atesorados a lo largo de años, en medio de trabajos insufribles y privaciones constantes, día que pasa ya no equivalen a 10 quintales de azúcar o al precio de un automóvil, como hace 1 mes, sino a 5 quintales de azúcar o a medio automóvil, entonces la mitad de los infinitos esfuerzos que hicieron las personas para acumular un poco de poder monetario se diluyen sin justificación alguna.
Si la capacidad de prever el futuro de los hijos ahorrando para comprar una casa o pagar los estudios superiores, se evapora misteriosamente, la única certidumbre de vida a la que muchas personas se aferraron durante décadas —ahorrar— se desploma inútil ante el aumento de los precios de las cosas y el recorte de su capacidad de compra. Si la previsión de ingresos mensuales permite a una madre garantizar la alimentación, los servicios y el pago de deudas, y de manera abrupta se ve obligada a recortar la mitad de los alimentos de sus hijos porque el dinero que recibe ahora equivale a la mitad de los productos que podía adquirir antes, el pavor a un futuro que se hunde se apodera de sus pensamientos.
El dinero que posee la mayoría de las personas ha sido fruto de su trabajo. Con él garantiza un mal vivir; en algunos casos, planes familiares de inversión o de estudio. Con el dinero regula sus vínculos con sus allegados, con los vecinos. El dinero es el vínculo social por excelencia. Diariamente lubrica las múltiples actividades de todas las personas. Sostiene su cotidianidad y su horizonte predictivo imaginado.
Pero la inflación destruye todo eso. La inflación mutila la previsión del destino familiar, carcome los vínculos vecinales o sindicales. La inflación dinamita su capacidad de prever mínimamente el porvenir. Con el tiempo, de persistir y aumentar su tasa, lleva al colapso de los vínculos sociales y hunde a la gente en la desesperación y la anomia. La pérdida del poco o mediano «poder social» del dinero es la experiencia en cámara lenta del colapso de las certidumbres sociales y del orden del mundo conocido. No por nada Keynes le asignaba al dinero la función de eslabón entre el presente y el futuro.
Las inflaciones destruyen los atisbos de horizontes predictivos individuales y colectivos, arrojando a las sociedades a la angustia de la incertidumbre absoluta. A diferencia de los agravios colectivos o las amenazas de riesgo de vida, la inflación afecta la estabilidad individual; por ello, la respuesta inicial es también individual: desafección, desesperanza, miedo, búsqueda angustiada de refugio personal. Las respuestas iniciales al fenómeno inflacionario son siempre individualistas, no asociadas.
Al diluirse el orden más o menos previsible del mundo y al carcomerse todos los vínculos personales mediados por el dinero, las personas sufren un colapso cognitivo, una pérdida de las narrativas que daban hasta entonces sentido al curso de la sociedad y su destino. Inicialmente, habrá una predisposición a salvatajes individuales, como individual es la experiencia del trastorno de su porvenir.
Pero también mostrarán una disponibilidad a salidas abruptas, de shock, que le permitan regresar lo más pronto posible a recuperar la certidumbre frente al porvenir, sin importar el costo para ello. Las inflaciones elevadas, junto con las guerras, los cataclismos naturales, las pandemias y las revoluciones, son de los pocos acontecimientos que conmocionan desde sus cimientos a la totalidad de las sociedades afectadas y se presentan como hechos políticos totales. Pero es el único acontecimiento social total que inicialmente provoca respuestas individuales.
En la Bolivia de 1985, la gente aceptó despidos laborales masivos, una devaluación gigantesca de la moneda, la contracción brutal de la inversión pública, la pérdida de derechos laborales y el incremento acelerado de la pobreza, siempre y cuando la inflación se detenga. Y la inflación se detuvo. Lo hizo arrojando a la población al subconsumo y aumentando la pobreza extrema. Pero el dinero volvió a ser dinero con valor anclado. La gente perdió en el «ajuste» una parte sustancial de su capacidad de compra porque no tenía dinero. Pero sabía que, si en algún momento lograba tener un poco, su capacidad de compra o de ahorro sería previsible. El mundo, no importaba si miserable y precario, volvía a ser mundo, porque el dinero volvía a ser dinero, es decir, «mercancía imperecedera».
Las políticas de shock neoliberales no son las únicas maneras de frenar la elevada inflación. Las sociedades pueden también sedimentar experiencias colectivas para enfrentar sus problemas personales y mostrar disposición a salidas por el lado del «ajuste» a la gran propiedad y las grandes fortunas, como mecanismos para proteger a los que menos ingresos tienen y dinamizar el aparato productivo. Algo así sucedió en Bolivia entre 2008 y 2010, cuando la inflación se triplicó.
Pero esto requiere una reverberación de voluntades colectivas populares al lado de una voluntad política determinada a enfrentarse a los poderes de la gran propiedad para devolver una parte del «poder social» del dinero a la mayoría de las clases menesterosas. Como insiste Marx, el Estado no puede crear riqueza emitiendo más dinero o aumentando la denominación del mismo. A la vuelta de la esquina, la desposesión de los que menos tienen serán mayor. Pero sí se puede usar el «poder organizado de la sociedad», el Estado, para producir nueva riqueza, para distribuirla a los que carecen de ella, para expropiar a los que tienen mucho, etc.
Pensando en la inflación argentina, en política no hay que subestimar la capacidad de aguante a castigos sociales que tiene la población con tal que ello redima el horror de la inflación. Y peor si las voces políticas alternas que pueden alumbrar otros cursos de acción posible solo atinan a mantener las condiciones de las viejas angustias a las cuales la gente quiere escapar a cualquier costo.
Pero tampoco ha de menospreciarse la frontera del hartazgo colectivo a los sacrificios. Más aún cuando el provenir conservador y monetarista que se ofrece es un fósil económico que carece de un futuro mundial factible. Y entre medio de uno y el otro, siempre habrá espacio para realidades aún más degradadas a las existentes.
De la conversión de Milei al judaísmo ortodoxo de los Lubavitch a la irreconciliable militancia "lefebvrista" de Villarruel
En el conglomerado de ultraderecha que constituyen el gobierno existen diferencias de fondo que, más temprano que tarde, irán aflorando más allá de los intereses comunes hasta marcar la diferencia histórica y profunda que los separa.
Habiendo ya recorrido el mundo la foto de Milei llorando en el Muro de los Lamentos y más allá de la coherencia o no de su vocación espiritual. Es menester señalar el ideario de quien es su vicepresidenta y sucesora en la cadena de mando de la nación argentina.
Es público, pero tal vez no tan conocido, el vínculo directo de la vicepresidenta con genocidas y su participación como feligresa en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Marcel Lefebvre, obispo ultraortodoxo que se opuso al Concilio Vaticano II. La vicepresidenta no solo adhiere a esa doctrina negacionista del holocausto judío, sino que tomó como responsabilidad propia llevarle diariamente una hostia consagrada a Jorge Rafael Videla mientras estuvo en prisión.
La Fraternidad Sacerdotal San Pío X es una orden católica preconciliar, ya que el grupo no reconoce el Concilio Vaticano II celebrado en Roma entre 1959 y 1963, desconoce el pedido de perdón al pueblo judío por haber expandido la teoría del deicidio, rechaza la eliminación de la misa en latín, el ecumenismo, la libertad religiosa y la autoridad única del Papa, entre otras cuestiones.
El obispo Marcel Lefebvre la fundó en 1969 y fue excomulgado en 1988 por orden directa de Juan Pablo II. Durante el papado del alemán Joseph Ratzinger –que ocupó el obispado de Roma bajo el nombre de Benedicto XVI–, el grupo conocido como Hermandad Sacerdotal San Pío X ganó espacio, pero la elección de Jorge Bergoglio como Papa -a quien los lefebvristas consideran “comunista”- fue un baldazo de agua fría para los fieles ultraconservadores.
Francia, Estados Unidos y Alemania son los países que cuentan con mayor cantidad de seguidores de esta hermandad religiosa, mientras que en Argentina no suman más de cuatro mil fieles.
Los discípulos de Lefebvre en Argentina
En la Argentina, el sacerdote Leonardo Castellani, fallecido en 1981, mantuvo una gran amistad con Lefebvre y fue referente del movimiento en el país. En 1945 Castellani escribió un artículo titulado “Los judíos” en el que afirmaba que “no había más remedio que el ghetto, las filacterias amarillas y la reconquista heroica de la economía nacional de manos de la gran finanza extranjera, que es hoy por hoy nido y el reducto del judaísmo”.
Actualmente, el principal responsable del lefevbrismo en el país es Christian Bouchacourt, padre de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y superior general del distrito América del Sur, que tiene su sede principal en Nuestra Señora Mediadora de Todas las Gracias, en Venezuela 1318 en el barrio de Monserrat. Es una de las 26 capillas lefebvristas que hay distribuidas a lo largo y ancho del país y tiene tres escuelas y un seminario en La Reja.
Los “residentes” del priorato son los sacerdotes Luiz Camargo, Jesús Estévez, Marcelo Cuervo y Luis María Canale. La cara más visible de ese grupo ultratradicionalista es Canale, quien, en una predicación en video del 30 de julio, advirtió sobre “infidelidades a la doctrina” que confunden a la feligresía y puso como ejemplo la carta que el Papa Francisco le envió a Tucho Fernández al nombrarlo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
¿Un obispo n**i?
Al seminario Nuestra Señora Corredentora, con sede en La Reja y el único en América Latina de los seis que posee la orden en el mundo, lo dirigió desde 2003 hasta 2009 Monseñor Richard Williamson. El obispo lefebvriano insistió ante un medio de prensa alemán en que no existían evidencias del genocidio perpetrado por el régimen n**i contra los judíos. “Cuando encuentre pruebas (del Holocausto), entonces me corregiré, pero para eso se necesita tiempo”; y agregó: “si bien 200.000 o 300.000 judíos murieron en los campos de concentración, ni uno murió en las cámaras de gas".
Además, afirmó que en los derechos humanos “se desarrollan siempre políticas anticristianas”. Inmediatamente, el gobierno alemán le inició una causa y el ministro del Interior argentino de entonces, Florencio Randazzo, anunció que la Dirección Nacional de Migraciones, "conminó a Richard Nelson Williamson a hacer abandono del país en el plazo perentorio de diez días bajo apercibimiento de tener decretada su expulsión".
En Alemania la Corte le aplicó una multa de 10 mil euros por “incitación al odio racial". La pena le fue aplicada en ausencia por un tribunal de Ratisbona, donde había formulado las declaraciones. Actualmente reside en Gran Bretaña, su país de origen. Nunca se retractó.
¿ Prácticas n**is ?
El martes 12 de noviembre de 2013 un grupo de fanáticos lefebvristas irrumpió de forma violenta en la catedral metropolitana, donde se desarrollaba la ceremonia ecuménica por la conmemoración del 75º aniversario de la Kristallnacht (Noche de los Cristales Rotos), primera manifestación pública y violenta del n**ismo contra los judíos.
Las naves de la catedral estaban colmadas de invitados cuando desde una de las primeras filas se escuchó un Padrenuestro a todo volumen, al tiempo que un fanático con boina de color rojo –la que utilizaban los falangistas españoles– tomaba el micrófono del altar por la fuerza. En el suelo se vieron panfletos en los que se podía leer: “Fuera adoradores de dioses falsos del templo santo…si entran en el templo del Dios vivo y presente, doblen su rodilla, abandonen su idolatría, y adoren al Dios verdadero… y vos, que asistís a este acto de profanación, rezá el rosario en desagravio. Resistí. Que no te engañen".
En Argentina no tenían permiso para funcionar como entidad católica por el Registro de Cultos a raíz de estos incidentes, hasta que volvió a ser admitida en diciembre de 2016, durante la presidencia de Mauricio Macri, mediante una resolución de la Secretaría de Culto que la reconoce como persona jurídica y la incorpora al Registro de Institutos de Vida Consagrada, que conforman congregaciones y órdenes católicas.
Las creencias y la feligresía de la vicepresidenta
Victoria Villarruel es “feligresa” del templo lefebvrista con sede ubicada a pocas cuadras del Congreso. Allí asiste a las misas tradicionalistas, también llamadas “tridentinas”, con oraciones solo en latín y con los sacerdotes celebrando en voz baja y de espaldas a quienes asisten al templo. Como miembro de esta corriente que, además, comparte actividades con otros dos movimientos religiosos de extrema derecha como "Verbo Encarnado" y "Milles Christi" (ambas organizaciones con severas denuncias por abusos, violaciones y maltratos a sus integrantes y de lavado de dinero) y a las que pertenecen buena parte de la "familia militar".
Según relatan fuentes diversas que pertenecen al grupo religioso, hasta el día anterior a la muerte del dictador, Victoria Villarruel fue la encargada de ir todos los días, a primera hora de la mañana, a la Iglesia Nuestra Señora de Todas las Gracias para retirar una hostia consagrada que luego, a través de un emisario, recibiría en el penal Jorge Rafael Videla.
Algo en común con los Lubavitch: El rol de las fundaciones
Villarruel en la actualidad es presidenta honoraria de la Fundación Tridentina por los Valores Clásicos, una fundación con grandes lazos con el lefebvrismo. Fundada en 2011 por Gustavo Corbi, un teólogo que escribía en la procesista Revista Cabildo y que estuvo a cargo de la sección Religión de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) durante los primeros meses de la última dictadura con profunda amistad con el obispo Bonamin.
“Muchacho muy ordenado en su escritorio, en su archivo y en su cabeza”, lo describía. Al obispo le servía su amistad para tener información de los sectores díscolos de la Iglesia e incluso para tener datos concretos de algunos integrantes de la Junta Militar como Emilio Eduardo Massera. Corbi le mostraba cartas de otros monseñores a Bonamin.
El otro fundador de la Tridentina es su actual presidente, que reemplazó a Corbi cuando murió en 2012; es el empresario agropecuario Eduardo Llorente. El hombre promueve “los saberes clásicos” –entre ellos, el estudio y la difusión del griego y el latín- y trabaja en acciones vinculadas a la educación y al “fortalecimiento en valores y virtudes” como la familia, el matrimonio y la defensa de la vida desde el momento de la concepción.
Conceptos idénticos a los de la Fundación Oíd Mortales, que también presiden Villarruel y Eduardo Llorente y en cuyo Consejo Directivo aparecen –además de Llorente- Guillermo Montenegro, diputados libertario por la provincia de Buenos Aires; y el experto en temas religiosos Raúl Amado, como tesorero.
Montenegro además de formar parte de Oíd Mortales, también está en la estructura del Partido Demócrata de la provincia de Buenos Aires -donde Villarruel es la máxima autoridad-, es diputado electo, su asesor en la Cámara de Diputados en categoría 3 y maneja la comunicación de su campaña.
El coronel Vives, de Oid Mortales, es quien tenía prometido el ministerio de Defensa en caso de asumir un gobierno de LLA. (hoy en manos de Bullrich). Vives fue director de investigaciones de la Aduana en el gobierno macrista y quedó involucrado en la causa del falso abogado Marcelo D’Alessio. En Oíd Mortales, Ida María Tejeda de Anchézar está a cargo del área de Formación. Suele compartir posteos de Villarruel en sus redes sociales y también celebra los cumpleaños de Christian Federico Von Wernich, el capellán de la Policía Bonaerense condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad.
Las primeras actividades de la Fundación Oíd Mortales -al menos en redes- comenzaron a promocionarse entre febrero y marzo del año pasado. En su sitio oficial, sin embargo, la organización se presenta como una entidad sin fines de lucro inscripta en la Inspección General de Justicia en julio del 2013 con el número 1846212. En el sitio de Oíd Mortales, además, se indica que la fundación tiene el Cuit 30-71417346-0 que, en realidad, está asociado a otra organización con la que Victoria también tiene vínculos: la Fundación Tridentina por los Valores Clásicos, que comparte autoridades con Oíd Mortales y el Partido Demócrata bonaerense.
El acercamiento a Milei
El 14 de abril el entonces candidato a presidente por LLA, Javier Gerardo Milei, visitó las instalaciones de la Fundación Oíd Mortales. Villarruel lo mostraba en sus redes sociales diciendo: "Javier Milei visitó la sede de nuestra Fundación y le presenté parte de nuestro staff y equipos de trabajo. En Mayo nos visitará de nuevo para explicar sus medidas como Presidente".
En ese “oportuno momento” surgen los dichos del candidato acerca del Papa Francisco que van en total sintonía con el pensamiento del lefebvrismo al que también se le llama "Sedevacantismo", que considera a Bergoglio como "comunista" y un enviado del diablo a la tierra y por ende, el papado de Roma está vacante, pues no reconocen al actual Papa como legítimo.
Del mismo modo, Milei reivindica a la dictadura, banaliza el número de desaparecidos y propone que en poco tiempo seamos como Alemania, posiblemente la Alemania de la que sintió nostalgia el negacionista monseñor Williamson y donde reside la mayor congregación de Lefrebvre en todo el mundo.
Ya Milei visitó al Papa. También anduvo y desanduvo caminos espirituales e ideológicos. Negoció lo innegociable, cedió lo inclaudicable. En una lista interminable que él mismo presidente actualiza minuto a minuto vía Twitter (X) Milei y su comparsa psicodélica de influencer y trolls parecen ir zigzagueantes a un fracaso histórico. Villarroel no, junto a otro miembro de la alianza, Mauricio Macri, van tomando distancia.
Nadie que se precie de alguna honestidad intelectual puede predecir qué sucederá con esta coalición de ultraderecha, ni con los días por venir de nuestra Patria. Sí es menester reconocer los posibles actores involucrados en una continuidad democrática y la posible aplicación de la Ley de Acefalía.
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