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¡𝗖𝗶𝘂𝗱𝗮𝗱𝗮𝗻𝗼, 𝗹𝗲𝘃á𝗻𝘁𝗮𝘁𝗲!

El país vive el momento más intenso de sus últimos 75 años: la transición del antes al después.

Ese sublime lindero donde se incuban las grandes transformaciones para bienaventuranza de nuestra sociedad.

Allí donde se hace imperativo aceitar y calibrar el corazón de la patria para que se avenga a los nuevos y más duros retos que le aguardan.

Todo esto en medio del fragor de dos fuerzas en liza: la del gobierno de Rodrigo Chaves liderando el terremoto, y la de la élite política de relumbrón bien arrellanada sobre su glorioso botín.

Un choque planetario para extirpar los vicios y malas prácticas de la vieja clase gobernante bipartidista y, simultáneamente, ventilar el país con el aire renovado de un futuro promisorio.

Este gobierno, con las armas de la evidencia, la transparencia y la ley; el enemigo, con las propias de sus malas artes: la mentira, la manipulación y la descalificación a través de su prensa sumisa y desacreditada.

Y por encima de todo, la razón de ser de este cambio impostergable: el ciudadano común, de quien uno esperaría un involucramiento más proactivo para la defensa de sus hoy menguados derechos.

El último ejemplo que mejor retrata esta vuelta de tuerca nacional es el apocalipsis financiero de la Caja Costarricense del Seguro Social desvelado este miércoles al país por su presidenta doña Marta Esquivel.

Un cuadro dantesco que nos muestra en carne viva el peor acto de terrorismo social perpetrado contra la gran familia costarricense por las más altas jerarquías de los gobiernos anteriores y sus secuaces.

No voy a entrar en el detalle de los números expuestos con gran maestría por doña Marta, esa soldado sin cuyo talento, probidad, valentía y amor a la patria hubiera sido imposible sacarlos a la luz pública y, mucho menos, denunciarlos ante la Fiscalía.

Con radares, sensores y lupa, ella y su tropa han tenido que hurgar entre las sombras de la Caja entera para descubrir el asalto del siglo a nuestra institución más emblemática levantada por las manos callosas del pueblo trabajador y arruinada hoy por las manos peludas de sus parásitos.

Ante esta escena macabra, es inevitable preguntarse como ciudadanos: ¿no es esto ya demasiado? ¿No nos habrá llegado la hora del «basta ya» y actuar? ¿En qué estábamos mientras nos desplumaban la Caja?

Nuestro dinero de toda una vida, aportado con enorme sacrificio para mantener y mejorar la seguridad social del país, ha sido literal y progresivamente saqueado por la argolla de piratas que navega sobre el sudor de la frente labriega.

A falta de un régimen de justicia ejemplar, funcional e incorruptible, ¿les parece digno, ciudadanos, que sigamos de brazos cruzados permitiendo que nos conviertan, un día sí y otro también, en el inflamado botín de la élite de farolón?

Imperdonable que durante tanto tiempo nos hayamos callado y agachado ante el ultraje a una CCSS sin medicamentos, equipos, cirugías, espacio, citas y ahora sin plata gracias a sus estafadores y pésimos administradores.

¡Cuántos asegurados y seres queridos que murieron esperando el tratamiento, la pastilla o la pensión!

¡Y cuántos que siguen viviendo la tortura, en vez de la cura, de un régimen devastado por sus propios microbios!

Me temo que nosotros, como ciudadanos llanos y mundanos, también le hemos estado fallando al país atenidos a la creencia de que nuestra misión cívica con este se acaba en el acto de votar.

O a que otros van a hacer el trabajo por nosotros.

¡Y no! El compromiso de velar por esta tierra bendita es para siempre y de frente –nunca de espalda– a nuestras históricas conquistas.

Somos en parte culpables de que gobernantes poseídos por sus delirios de poder, egos y demás patologías, hayan tomado decisiones criminales contra el país, como esta de desangrar a la Caja.

El mismo agravio que, desde hace décadas, está sufriendo la institucionalidad toda, infligido de forma artera por los propios supremos poderes infestados de jerarcas sin la menor mística, ética y dignidad.

Nunca perdamos de vista que más que electores de ocasión, somos ciudadanos de corazón. El concepto de ciudadanía debe entenderse como un ejercicio en constante evolución con actores fieles e incondicionales a nuestros más caros valores.

Desafortunadamente, nuestro mayor mal como ciudadanos es portar dentro del ADN el gene de la «inacción cívica», quizá atribuible a que, por haber vivido nuestro buen tiempo bajo un Estado benefactor, nos dormimos en los laureles confiados en que todo nos llovía del cielo mientras los gobernantes de turno se construían el suyo propio. ¡Y qué cielo!

Aquí es cuando el b***o voló porque, muy lejos ya de ese Estado benefactor, nos recetaron uno de terror usurpado por ese sínodo de funcionarios más «privados» que «públicos» debido a su condición de privilegiados sin límite.

El mismo sínodo que ha venido usurpando nuestros derechos, como este de la seguridad social asociado al de la salud y la vida, y otros como la igualdad ante la ley, educación, libertad de expresión y bienestar general.

Por eso este «¡Levántate, ciudadano!» de hoy invitándolos a sacudirse de la legendaria modorra cívica y trascender de «don nadie» a ciudadanos visibles no solo para hacer valer sus derechos sino también conquistar nuevos.

Urge que nos convirtamos en ciudadanos cuya naturaleza no sea el miedo, el inmovilismo y la sumisión a élites como esta nuestra tan castrante, sino en unos conscientes de que el derecho ciudadano involucra a todos y no solo a un puñado.

Así las cosas, la puerta hacia la Costa Rica que la gran mayoría anhelamos está desde ya abierta; la llave para lograrlo con éxito somos nosotros mismos.
Por Edgar Espinoza.

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