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Tímidamente abro los ojos cegado por la luz del sol. Ya son casi las 12 del mediodía. Hace dos horas que me levanté pero sigo adormilado, sentado en el porche.
No sé si es por la operación, por las pastillas para el dolor o por esa medicación para las pesadillas, pero estoy aturdido, medio adormecido. No hago más que entrar y salir de un pesado sopor. Los sonidos van y vienen en mi cabeza, como si alguien estuviera jugando con el botón del volumen de un estéreo, ahora hay ruido, ahora silencio.
En uno de esos momentos en los que percibo sonidos escucho ladrar al perro, esta solo a unos cinco metros de mí, pero le oigo como si fueran 100, en la letanía. Mira fijamente la puerta que cierra la finca. Una puerta metálica de color verde de unos tres metros de larga por 2 de alta. Me incorporo en la butaca y me llevo la mano a la frente para darme sombra a los ojos. Si, alguien está llamando a la puerta, y debe de estar dando golpes muy fuertes porque ligeramente consigo oírlos y veo como la puerta tiembla cuando la golpean.
Quien podrá ser, aquí no llegan ni vendedores ni repartidores de publicidad. Pablo me trajo aquí después de la operación para descansar en un sitio tranquilo, en su pequeña casa de campo en tierras de Navalcarnero. Una pequeña finca de labranza cerca del rio Guadarrama que heredó de su abuelo, un sitio muy tranquilo y bonito, rodeado de árboles, algo asalvajado. Pablo me cuenta que algunos de esos árboles los plante yo hace tiempo, no lo recuerdo, tampoco lo recuerdo a él, mis recuerdos son muy cortos solo un mes más o menos.
El perro sigue ladrando, sabe que hay un desconocido al otro lado de la puerta. Miro hacia ambos lados pero no veo a Pablo, giro la cabeza mirando el interior de la casa por la puerta entreabierta pero no le veo. Desde que me ayudo a salir al porche y sentarme en la butaca no le he vuelto a ver, estará ocupado haciendo cosas dentro de casa.
Me levanto y camino despacio hacia la puerta por el camino principal, un camino de tierra delimitado por grandes pinos. El perro sigue ladrando, lo sé porque le veo hacerlo no por que pueda oírle con claridad. Cuando llego a su altura para de ladrar y levanta la cabeza para mirarme, continuo andando. El perro se queda sentado detrás, no me acompaña, menuda defensa. Han dejado de golpear la puerta, ya no tiembla, seguramente han notado que me aproximaba.
Levanto el hierro que se ancla al suelo para fijar la hoja de la puerta, giro la manilla hacia abajo y abro despacio la puerta, al otro lado, un hombre, unos cuarenta años, como yo de alto, 1,70, delgado, vestido con ropa casual pero desarrapado. Su aspecto general es desastroso, como si hubiera vivido la última semana en una pequeña oficina sin lavabo ni ducha. Por qué está llorando, me está diciendo algo pero no consigo entenderle, no oigo bien. Parece desquiciado, como si llevara días sin dormir, con los ojos hinchados y rojos. Se acerca despacio a mí, me sigue hablando mientras le corren las lágrimas por las mejillas, tiene en la cara señales de haber llorado mucho. Parece enfadado conmigo por alguna razón, pero sus ojos denotan miedo, no, más bien horror.
Me repite una y otra vez la misma frase, lo sé por los gestos de su boca, pero no consigo entenderle. Las lágrimas siguen corriéndole por las mejillas, se las seca con la manga. Intento acercarme un poco más a él para intentar entenderle, pero el retrocede, mantiene las distancias. Entre el aturdimiento, la falta de oído y la extraña situación, dejo de prestarle atención aunque le sigo mirando mientras el habla e intento recordar de que conozco a ese hombre, el parece conocerme y no alcanzo a comprender porque está enfadado conmigo.
Pablo me empuja despacio hacia mi izquierda, lentamente, para no inquietar al hombre, quiere quitarme de en medio mientras habla con él. Parecen conocerse o esa es la sensación que me da, Pablo intenta colocarse en medio de los dos y quitarme de la trayectoria de la bala pero no lo consigue. El hombre retrocede un poco y continúa apuntándome a la cabeza. Ahora Pablo está más cerca que yo de él, pero me sigue apuntando a mí, sea lo que sea va conmigo.
-Quiero que me lo diga, ¿es mentira verdad? no es verdad todo es un montaje, dímelo, DIMELOOO dice gritando
-Tranquilízate, tranquilízate, ¿no le ves? no está, no va a poder responderte a nada, esta sedado, totalmente drogado, además tiene amnesia,
-Amnesia?, sedado?, por qué??
- El sistema de frenado de su capsula no se activó al atravesar la atmosfera, impacto directamente contra el Atlántico, es un milagro que siga vivo.
Aunque he escuchado a Pablo, no consigo recordad ni entender nada
El hombre sigue apuntándome mientras habla con Pablo, yo no le quito vista al cañón de la pi***la, no me da miedo, ni la pi***la ni quien la empuña. no me asusta su rostro, son mucho peor los rostros que veo en mis pesadillas cada noche.
De repente el hombre, guarda silencio unos segundos, con una repentina e inquietante tranquilidad añade,
- No puedo quitármelo de la cabeza, -mientras se lleva la pi***la a la boca.
El disparo fue atronador, hasta yo pude oír el estruendo. Aquel hombre se desplomaba en el suelo, la bala le había atravesado la cabeza. Restos de sangre y trozos de sesos salpicaban los troncos de los arboles cercanos. Un reguero de sangre salía por los orificios de su cabeza formando un charco en la arena. El perro salió corriendo asustado hacia la casa
Estaba atónito, desconcertado, no podía creer lo que acababa de ver. Que le pasaba a ese hombre para suicidarse, que es lo que le rondaba la cabeza y no podía olvidar. Pablo estaba muy entero, me rodeo el hombro con su brazo y me giró hacia la casa, yo no apartaba la vista del cadáver,
-Vamos Carlos, no estés aquí, entra en casa.
Me acompañó hasta la casa, que estaba a unos 40 metros del cuerpo, me dejó sentado en el sofá del salón, el entró hacia las habitaciones y al momento salió con lo que parecía una sábana -Tu quédate aquí, no te preocupes dijo.
Cuando salió de la casa cerrando la puerta tras de sí yo me incorpore y me puse frente a la ventana del salón, desde donde se veía todo el camino hasta el comienzo. Pablo extendió la sabana y cubrió el cadáver, no tocó absolutamente nada, s**o el teléfono móvil del bolsillo del pantalón y se lo puso al oído, no sé con quien estaría hablando.