Conversaciones Bajo el Agua

Conversaciones Bajo el Agua

Apuntes y Reflexiones desde la experiencia y formación en Psicología Sistémica

11/12/2023

DESCONEXIÓN
Dicen que la pandemia fue aquel paréntesis en el tiempo, en el que vivimos desde dentro los envites de un mal que se movía fuera de nosotros, pretendiendo e incluso consiguiendo entrar. Aquellos días y semanas que nos volvíamos locos por vernos de balcón a balcón, por cantar canciones insoportables en otros momentos de nuestra vida, por aplaudir cualquier cosa que supusiera un esfuerzo, aunque fuera el que requería la situación y la profesión, por estar en contacto como fuera. El mal, el riesgo y sus consecuencias, se movían alrededor de nuestras vidas y nuestros sueños y fuimos capaces de resistir. Aquellos que resistieron, porque otros no lo lograron. A pesar del deseo, del empeño, de la voluntad, no fue suficiente para rescatar a muchos de los que nos dejaron.
Hoy nos acechan otros males, otros dolores y otras amenazas. Y los vemos llegar, conscientes de la invasión, para la que no hacemos nada. Y lo sabemos. La pandemia de la desconexión está aquí, y no precisamente por el alejamiento del peligro que nos rodea.
Nuestra sociedad, a fuerza de llevar gafas de sol hasta en la oscuridad, se ha vuelto miope. Tenemos que tener las situaciones muy cercanas, muy encima, para verlas con claridad. Aquellas otras que ya pasaron, que nos incumben directamente, las vemos borrosas y ajenas a nosotros mismos. No hemos aprendido nada. No hemos descubierto dónde está lo que realmente importa.
Y, tratando de maquillar, de disimular, todos aquellos dolores que nos aprietan, porque la vida duele, nos hemos colocado en plena guerra de desconexión.
Desconexión de lo emocional, de lo natural, de la vida sencilla, de la mirada hacia adentro, del análisis personal de lo que importa. Desconexión para aprender de los fracasos, de los golpes de otros, de las batallas que nos quedan por vivir. Desconexión de todo aquello que sea auténtico y propio. Desconexión de las exigencias corrientes, del pensamiento franco, de la espontaneidad, de la verdad. Nos hemos desconectado de la sinceridad, de la humildad y de la franqueza y nos hemos convertido en un s**o lleno de poses, mentiras y maquillaje.
Esta pandemia de desconexión lo invade todo, haciendo de nosotros seres cada vez más aislados, más solos, más egoístas, más llenos de fingimiento y ficción. Nada que ver con aquella del virus, para la que todos nos pusimos en marcha, intentando ganar y reconquistar todo aquello que nos pertenecía. Esta nueva pandemia es resistente a cualquier propósito y la razón es que, no nos damos cuenta de que nos hemos vuelto miopes emocionales, que estamos en plena fase de desconexión, de silencio y de soledad.
Hemos creado una coraza para no tener que plantearnos que esta calamidad que nos asola, lo está haciendo a todos los niveles, y algunos ya se han dado cuenta: normas para que los más jóvenes no puedan usar los móviles en todos los entornos donde se mueven, visibilidad para la multitud de casos crecientes de personas que no quieren seguir viviendo la vida que hemos establecido, medidas que favorezcan las relaciones familiares…
Y, sí, lo ilógico sobre la razón: echamos de menos a los que se han ido, festejamos y recordamos cada día de su ausencia, pero somos capaces de detestar, criticar y ofender a aquellos que nos rodean. Una sociedad quemada por una pandemia silente.

06/11/2023

BATALLAS
En la vida, hay cosas que nos vienen dadas y otras, las podemos aprender. Nos pasamos mucho tiempo y hacemos muchos esfuerzos por conseguir, por acaparar, por mejorar y por ampliar todo, cuanto más, mejor.
En otros tiempos, la capacidad y madurez de una persona venía dada por su facultad para ganarse la vida y para poder “mantener” a su familia, ya fuera trabajando fuera de casa o dentro. Los saberes se reunían en torno a un oficio, a un quehacer, en el que uno se especializaba y, a partir de ahí, el talento personal se movía entre la competencia para ir sumando experiencia y habilidad y el equilibrio para mantener lo conseguido.
Hoy en día, me temo que hemos conseguido convertirnos en una suma de capacidades y cualidades que arañan tiempo al tiempo para escalar la montaña del tener y el poder. Puede que nos parezca que un buen sueldo lo justifica todo, puede que los tiempos libres se midan en la cantidad de dinero que uno puede gastarse cuando los tiene… incluso, puede que uno crea que tanto tiene, tanto vale.
Sin embargo, hay áreas y espacios donde no siempre es así. No sé cuánto cuesta, dónde se compra y cómo se paga la capacidad de una persona para reconocer, comprender, gestionar y utilizar sus propias emociones de manera efectiva, dónde va a suministrarse de la habilidad para reconocer, comprender y relacionarse con las emociones de los demás. Lo que viene llamándose empatía.
¿Dónde debemos ir para aprender que, por mucho que haya temas en la vida, actuales, a nuestro alrededor, que merezcan la denuncia y el posicionamiento, lo realmente importante como seres humanos, son las relaciones interpersonales?
¿Cuán importante es si estamos en una semana decisiva porque unos u otros tienen en sus manos más votos, menos votos, una amnistía, tantas promesas, el camino de la autodeterminación o el repliegue y adhesión al verdadero sentir patrio?
¿De verdad que nos importa nuestro país y sus habitantes, que lo que debemos hacer es denunciar a los políticos psicópatas, a aquellos que hacen lo que no queremos, aupar a los otros que hicieron lo mismo, a posicionarnos como jueces instruidos frente a lo que consideramos un atropello? Tenemos una tendencia a apuntarnos a las grandes batallas en las que, una vez la contienda termina, sea quien sea quien gane o pierda, saldremos indemnes. Esto es pura comodidad y cobardía. Y, lo reconozco, me adjudico un primer premio. Pero tengo que ir aprendiendo.
Miramos a los demás por encima de nuestras creencias políticas, religiosas, etc.., como por encima del hombro, creyéndonos mejores y poseyendo la verdad, condenando al torpe, al facha, al rojo o al homsexual, al ateo, al loco psicópata, al hippie, al yonki y al pijo, sin ver nuestras derivas…
A menor escala, deberíamos abrazar las contiendas que tenemos a mano, que se encuentran mucho más cerca de nuestra mente y de nuestro corazón, las pequeñas batallas diarias en las que tenemos que aprender a comprender y conectar con las emociones de los demás y en qué medida podemos estar dañándolos. A comprometernos, no solo a tener un mundo mejor y un país fantástico pero donde los otros son los tarados, sino a construir relaciones saludables que sean la base para una comunicación efectiva que resuelvan conflictos. Este es el camino y se llama inteligencia emocional.
“Da igual lo brillante que sea tu estrategia, es necesario contar con otras personas para implementarla”. (Daniel Goleman)

03/11/2023

QUIETUD

Hay días que no son perfectos. A mí, de vez en cuando, me pasa. Como estoy segura que le pasa al resto de los mortales. También creo que, llegados a una edad, sabemos identificar qué cosas nos dan calma y tranquilidad y cuáles nos quitan la paz interior.
En el fondo, todos queremos sentir bienestar y tener momentos de satisfacción, lo que ocurre es que buscamos muy a menudo ese bienestar donde no corresponde. Fuera de nosotros tratamos de tener las cosas en orden, las circunstancias controladas y todos los aspectos que componen nuestra vida, en su lugar. Pero olvidamos que, el primer lugar donde debemos mantener orden, equilibrio y bienestar, es en el interior. Por mucho que el exterior esté para pasar revista, si dentro de nosotros mismos rugen tempestades, nada evitará que tengamos emociones poco placenteras.
En ocasiones nos sentimos nerviosos, inquietos y frustrados sin saber cómo ni por qué. Por eso es importante tomarnos tiempo y distancia con lo que nos rodea para analizar nuestras emociones, pensamientos y necesidades. Conocernos bien a nosotros mismos para identificar lo que nos perturba y encontrar soluciones. Muchas, muchas veces empieza por el silencio, por la reflexión profunda, por el cuestionamiento de todo y por la distancia. Sólo tomando estas coordenadas seremos capaces de dar respuesta a nuestras necesidades, apaciguar la ansiedad que nos envuelve y evitar tomar decisiones innecesarias.
Caminar por este sendero de autoconocimiento y aprendizaje implica aceptarnos a nosotros mismos, aceptar cómo somos realmente, aceptar cómo creen los demás que somos y aceptar que ni un modo u otro nos define completamente. Soy como soy, sin tener que justificarme ni ocultarlo, pero también soy como tú me ves, aunque a veces no me guste.
A menudo, perdemos la calma por cosas o palabras que hacen o dicen otros. Y es importante que analicemos el por qué, que nos preguntemos qué tienen que ver con nosotros mismos, con nuestras virtudes y con nuestros defectos, por qué siempre que aparecen, nos dejan arrasados. En la respuesta de estas cuestiones encontraremos que, muchas de ellas, nos informan sobre aspectos que aún tenemos que trabajar.
La calma, la paz interior, se transporta a través del agradecimiento. Un corazón agradecido con la vida, por lo que se tiene, por lo que se recibe, es un cerebro en completa quietud. Difícilmente perderemos el equilibrio si somos capaces de percibir los aspectos positivos de las circunstancias, aunque vengan acompañados de otras menos agradables.
La calma interior es un proceso continuo que requiere práctica y paciencia, que va desde dentro y sus resultados pueden experimentarse hacia afuera. No todos los días serán perfectos, pero con el tiempo y la práctica, se puede desarrollar una mayor capacidad para mantener la calma con nosotros mismos, incluso en situaciones desafiantes.

26/10/2023

GALAXIAS
Tengo la sensación de que las cartas que se nos reparten en el juego de la vida, nos las dan cuando no toca. Justo tenemos todas las opciones en un momento en que no solemos saber evaluar lo que deseamos y queremos profundamente y lo que aceptamos sin remedio.
Cuando una es niña, joven, cree que lo tiene todo por delante y a favor y que las grandes frustraciones y dolores propios de la adolescencia son los mayores males que te pueden acontecer. Sin embargo, con el paso de los años y un gramo de experiencia, vamos aprendiendo que, cuando creemos tener la partida ganada, cuando conocemos nuestras cartas, y las del contrario, ¡zás!, nos cambian las reglas del juego. Y sufrimos por lo que tenemos, lo que hemos perdido y lo que nunca llegará.
Pasamos mucha parte de la vida creyendo que esto es eterno y perdiendo el tiempo en cosas que, aunque nos parecen esenciales, posteriormente y frente a otras, carecen de valor. En todas las circunstancias que nos pueden rodear, nuestra mente no tiene la capacidad para calcular cuándo terminará aquella que nos aprieta. Por lo tanto, cuando sufrimos tampoco sabemos cuánto de duradero o de efímero será.
Así, vivimos la vida como si fuera interminable, con alma de eterna juventud, creyendo que todo lo que nos rodea, aquellos que nos acompañan, y nosotros mismos, somos y seremos ilimitados sin percatarnos que todo, toda historia, es fugaz y transitoria y, aunque no nos lo parezca, breve.
Pero no nos podemos conformar con el sentimiento y los impulsos indestructibles de los primeros años de nuestra vida o con lo provisional, desconocido y triste del final. No nos van a conocer ni a recordar por cuándo nacimos o cuándo morimos, por dónde lo hicimos o cómo fue nuestro aterrizaje en este planeta. Vamos a ser considerados y tenidos en cuenta durante nuestra vida, y mucho más allá de esta, por lo que hemos ido haciendo y construyendo en ella. También se nos valora ahora y en el futuro por nuestra actitud, por el aprovechamiento del tiempo de paso por la vida dedicado a cosas no solo esenciales, sino fundamentales que quizás hay que volver a repasar y reconstruir.
Construir una vida poniendo en el centro el alma mater de nuestra existencia. ¿Para qué vivimos? No ni cuando, ni como, ni por qué. ¿Qué da sentido a mi vida realmente? ¿Para qué he llegado hasta aquí?
Podemos engañarnos y creer que somos la quinta esencia de la solidaridad, de la aceptación, la tolerancia, la sensatez, el respeto, el saber estar, la generosidad, el disfrute y la profundidad de todo aquello que hacemos. En cuanto a los que nos rodean, podemos pensar que somos el vínculo entre lo bueno o lo malo, la salud o la enfermedad, la vida en plenitud o un muermazo de vida, el hilo conductor para que otros puedan autoconocerse y realizarse, los guardianes del Gran Libro de Petete, pero somos realmente lo que otros perciben y somos también el objeto de sufrimiento de los demás. Así que, si a ellos no les llega nuestro encanto, virtudes, cooperación, buenas intenciones y buen hacer, no somos nada. Seremos poco creíbles si a nuestro discurso no lo acompañamos de acciones. Hechos de dentro hacia afuera, hacia otros, hacia su bienestar. No como el que hace una proeza, sino como aquel que es consciente de su propia finitud y que su trascendencia en el tiempo, en la vida, vendrá por la memoria de esas acciones. Las galaxias se apagan de dentro hacia afuera.

09/10/2023

MUJERES
A veces creo que es una falacia lo de la mujer empoderada. No es que no esté convencida de sus capacidades, derechos, virtudes y saberes inherentes, que están, como lo están en todos los seres humanos, al margen de su s**o, género e identidad de género. Si no, más bien, me convence cada día más el hecho de que, siendo común este paquete de cualidades, las mujeres no tenemos las mismas opciones.
Hasta las mujeres más igualitarias que conozco, incluso aquellas que transitamos el camino de esta vida con compañeros o compañeras tan concienciadamente paritarios (o casi), todas, absolutamente todas, tenemos pocas o ningunas opciones de desembarazarnos de ese velo machista, de ese tufo opresor, que nos convierte en las responsables últimas y las ejecutoras primeras de muchos de los proyectos que cada día mueven todos los hogares.
Unas porque están dejándose la piel, el esfuerzo, su sudor y su reputación, además de otras opciones laborales, familiares, personales, etc.. en ocupar el lugar para el que llegaron a este mundo y, otras, porque, cansadas de abrir una guerra doméstica que acecha detrás de cada esquina, de cada electrodoméstico, de cada bote de DonLimpio o de cada viernes por la tarde como día ideal para que los niños tengan fiebre, han llegado al hartazgo generalizado como modo de vida.
Cansadas, sí. De reivindicar diaria y exclusivamente el lugar de las mujeres en el mundo, lejos de la carga de responsabilidad que se nos ha asignado como cuidadoras, mantenedoras, asistentas y responsables del buen hacer del hogar. Un lugar que se nos ha negado porque, de lo contrario, la familia se rompe, la vida se para, la historia de la humanidad fracasa y no hay modo de vivir en paz. Demasiado peso sobre los hombros de la mitad de la población.
Saturada de frases en las que se afirma que, detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. O como el premio Nobel William Golding afirmó: «Creo que las mujeres están locas si pretenden ser iguales a los hombres. Son bastante superiores y siempre lo han sido. Cualquier cosa que le des a una mujer la hará mejor. Si le das es***ma, te dará un hijo, Si le das una casa, te dará un hogar. Si le das alimentos, te dará una comida. Si le das una sonrisa, te dará el corazón. Engrandece y multiplica cualquier cosa que le des.» Y se quedó tan pancho.
La mujer empoderada es un proyecto de futuro que consiste en tener en sus manos todas las opciones posibles, TODAS, y elegir libremente la que desea. Sin condicionantes, sin artilugios, sin ruegos ni preguntas. Y para poder tener todas las opciones es necesario dejar de asignar(nos) los deberes y obligaciones de ser nurturistas, complacientes, resignadas, diligentes, atentas, satisfactoras de todo deseo y necesidad, cuidadoras. Por no serlo seremos llamadas indolentes, perezosas, desertoras, apáticas, irresponsables, pasivas, negligentes, portadoras de maldad, dejadas, rebeldes, conflictivas y más.
Pero hay muchas mujeres que con las medidas oficiales no les llega. No pueden conciliar, porque el tiempo (la mitad), no les pertenece. No pueden desarrollarse laboralmente, porque su realización no es la prioridad. No pueden ni quejarse, no pueden refugiarse, no pueden correr ni hacia adelante, ni hacia atrás. Sólo les queda tragar y aceptar este desamparo. O contar, comunicar, decir, trasladar la realidad verdadera para que el mundo sepa que no, no todos somos iguales. Que en este mundo donde el bienestar animal importa, más importa el bienestar de las mujeres y el reconocimiento de este olvido, de este ninguneo, de este desprecio por la igualdad. Pero no para culpabilizar a nadie, sino para hacernos cargo nosotras mismas y saber que solo nos tenemos unas a otras. Sororidad.

23/09/2023

NUTRICIÓN
Como decía en el último post, estamos llegando en nuestra sociedad a una deriva, un modo de hacer, basada en planteamientos de vida individualistas y personales. Sin embargo, hubo épocas en las que los seres humanos compartíamos el espacio, el tiempo, los esfuerzos, los saberes, las p***s y las glorias.
Y sigo, con mi pensamiento, que dicen que es utópico, persistente y ¿ridículo?, pero que es el que da sentido a mis pasos. Sigo pensando que, en otros momentos de la historia, lo colectivo, la agrupación, el compartir, nos salvó de males mayores, nos ayudó a rebelarnos contra la injusticia y en favor de un bienestar que pudiera ser repartido a todos por igual. Ahora, en estos momentos, en el que el mal mayor acecha y se instala con total silencio e impunidad, LA SOLEDAD, estoy convencida que sólo lo colectivo nos puede ayudar a mirar con otros ojos todo lo que nos es común, todo lo que compartimos y no lo sentimos como algo nuestro, sino mío: nuestro planeta y el cambio climático, las relaciones personales, las cargas familiares, y un sinfín de asuntos que estamos soportando de manera individual.
No es posible llegar al convencimiento de que debemos hacer cambios sustanciales y profundos en nuestro estilo de vida sin una nueva lectura de los valores que subyacen a todo lo que nos rodea: nuestros pensamientos, nuestra conducta, nuestros objetivos y lo que es verdaderamente importante. Muchas personas pensarán que esto es un sentir infantil y que la vida está para aspirar a más y mejor, para alcanzar el éxito personal y para realizarse como individuos. Es muy respetable, y es lo habitual.
Mi propuesta, mi intención y mi certeza es que otro estilo de vida es posible. No lo es si no nos lo planteamos, si ni siquiera lo pensamos, si no reflexionamos en nada y nos dejamos ir. Pero se hace potencialmente posible cuando somos capaces de hacer nuestra esta cantinela (otro estilo de vida es posible), de darle cuerpo real cuando lo pensamos y de materializarlo con acciones y con decisiones.
Por ello, os invito a reflexionar, a llegar a la seguridad de que la vida que lleváis es la que deseáis, que os da satisfacción, no solo personal, y que nada querríais cambiar si dependiera de vosotros. Pero si no es así, depende de vosotros, de nosotros, que sea mucho más complaciente, mucho más rica y mucho más completa. Y esto pasa por llegar a la convicción de que, en lo colectivo, en lo grupal, en hacer de nuestros círculos una familia extensa, está la solidez de una vida mucho más plena, la evidencia de que sólo así seremos capaces de poner límites a la pandemia que asola el mundo como es la soledad. El engreimiento de que los asuntos propios son el centro de todo, no nos llevará a ningún lugar. Por tanto, debemos plantearnos reunir saberes, capacidades, virtudes y condiciones personales favorables para sumar fuerzas y conquistar un modo mejor de vivir. Es posible mantener lo individual, lo personal, la intimidad familiar sin renunciar a la cooperación y la colaboración en pro de un mundo mejor donde aprendamos a movernos con generosidad, desinterés, respeto y honestidad. Es la fuerza de lo colectivo.
Si la inanición, la falta de empatía y de afectividad, nos está matando, solo la sensibilidad para reconocer que otro modo de vida es posible, nos ayudará a encauzar nuestras vidas, nos llevará a la nutrición mutua. Empecemos por gestos que contagien a otros, que alivien a otros, que nos enriquezcan a todos.

13/09/2023

INANICIÓN
La palabra inanición viene del latín tardío inanitĭo, inanitionis (acción de estar vacío), nombre de acción derivado del verbo inānio, inanīre (estar vacío, vaciar). La inanición es una condición o un estado biológico que se produce ante la carencia de los nutrientes que los seres humanos recibimos a través de la alimentación. Esto quiere decir que la inanición se produce ante la falta de comida. Cincuenta millones de personas están al borde de la inanición en la mayor crisis de hambre en décadas en nuestro planeta. Pero nada se habla ni se sabe de la inanición emocional.
En la sociedad en la que vivimos estamos acostumbrados, cada vez más, a mantener contactos a la distancia. Incluso los sentidos que poseemos que se relacionan con la distancia, como son el oído y la vista, son predominantes sobre aquellos que afectan a la proximidad, como son el tacto, el gusto y el olfato. Así, nuestro cerebro ha aprendido muy hábilmente que, es en las interacciones de corta distancia donde obtenemos los nutrientes para no morir por inanición emocional.
Independientemente de las circunstancias que vivamos, la experiencia sensorial que nos procuran los besos, los abrazos, los apretones de manos y el tocarnos, no puede igualarse a ninguna otra rutina ni a ninguna otra conducta. No en vano, el órgano más grande del cuerpo humano es la piel, que cubre una superficie casi equivalente a 2 metros cuadrados y puede pesar hasta 10 kg.
Dejando de lado estos por menores justificativos, la inanición es un estado de carencia, de vacío, al que nos sometemos voluntaria o involuntariamente. Sabemos sobradamente las consecuencias de la falta de alimentos, sin embargo, aún no hemos reparado en todas las consecuencias que están afectando a nuestras vidas por este estilo que tenemos de vivir, este aislamiento al que la sociedad cada vez más tiende y del que nadie parece poder salir, y que está afectando a la salud mental de todos nosotros.
Colectivamente, como sociedad, estamos amenazados por la falta de comunicación, la instauración de un modo de resolver los problemas, la frialdad de las relaciones, la ausencia de transacciones armoniosas donde no haya que medir y pesar las expresiones afectivas. Incluso, físicamente, cada vez más nuestras viviendas se rodean de setos y tienen pequeños ventanales, tapados con sus cortinas, para que nos escondan del contacto, aunque sea el visual. Hemos dejado de vivir como un gran grupo para ser, cada uno de nosotros, un grupo en nosotros mismos.
Cuando la vulnerabilidad es colectiva, la respuesta también lo tiene que ser, porque es una gran amenaza para nuestra salud. No parece que nadie quiera reconocer que la salud mental, emocional, empieza por hacer un repaso de nuestro estilo de vida y valorar muchas de las cosas que estamos perdiendo con el paso del tiempo. Tantos abrazos, tantos besos….
“A dónde irán los besos que guardamos, que no damos. Dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo…” (A donde irán los besos, Víctor Manuel).

30/08/2023

EMOCIONAL
Los seres humanos nos posicionamos ante las circunstancias, los saberes, la ciencia, las religiones, los sistemas políticos, la cultura o el arte. Tenemos la capacidad para comprender y argumentar desde la percepción que tenemos de las cosas. No siempre sostenemos nuestras opiniones con un buen abanico de conocedores de la materia que nos interesa y, tampoco siempre, esas fuentes son objetivas o de fiar. Sea como fuere, hay que hacer un verdadero ejercicio de respeto y de consideración por aceptar las creencias de los que nos rodean sin convertirnos en verdaderos lobos defensores de “la verdad”, por no sacar de paseo nuestra propia soberbia y creernos que los demás son absurdos o están en posesión de solo una parte del todo. Este ejercicio pasa por encontrar la calma y la serenidad en medio de nuestras propias opiniones y por dejar que cada cual navegue en el mar que bien le plazca. Ninguna creencia u opinión vale más que las propias personas.
En la actualidad, estamos gastando verdaderas millonadas en investigaciones acerca de la comunicación y el aprendizaje: aprender a sacar todo el rendimiento posible, de manera comercial a todo lo educativo y comunicarlo de la manera más concisa y rápida. Sin embargo, desde la llegada de internet a nuestras vidas, hemos cambiado el modo de trabajar, de relacionarnos, de ocupar nuestro tiempo libre, de comunicarnos, e incluso, de solucionar nuestros problemas. Con esta irrupción, hemos tenido que aprender a manejar básicamente internet: o aprendías o estabas fuera.
A pesar de la aceptación general de esta nueva manera de vivir y de que, a estas alturas, nos parezca normal expresar nuestra opinión o posicionarnos en cualquier tema a golpe de tecla, a solas en una pantalla y sin ningún interlocutor que nos responda en tiempo real, lo cierto es que, expresar nuestras opciones en público, frente a otros humanos, se está convirtiendo en algo para valientes. Es más fácil esconderse detrás de los titulares para no correr el riesgo de no tener suficientes argumentos, o tener solo el argumento del chamán de turno al que seguimos.
Quizás toque examinarnos y considerar que, de la misma manera que estamos dotándonos de habilidades digitales y de todo tipo de modos tecnológicos para hacernos oír, para expresarnos, necesitaríamos hacernos de herramientas intelectuales, éticas y emocionales para estar en condiciones de tomar buenas decisiones. Los argumentos no siempre deben tratarse como un planteamiento de vencedores y vencidos, de mentirosos y timados, de inteligentes y absurdos, de insultantes y humillados. Debemos profundizar en las habilidades emocionales. Esas que nos conducen a la mejor comprensión, argumentación y percepción de las cosas. Esas que nos envuelven de empatía hacia los demás, de compasión por sus debilidades y de valoración por sus esfuerzos. Como nos gustaría que hicieran con nosotros. Como merecemos todos.
No es posible defender un argumento, poder mirar una cuestión desde diferentes prismas, considerar todas las opciones posibles, sin que nos parezcan contrapuestas o amenazantes, si no tenemos habilidad emocional. El problema es que la habilidad emocional no produce ganancias económicas y, por tanto, no nos parece interesante. Sólo lo que tiene un retorno monetario es digno de ser tenido en cuenta. Sin embargo, es como pensar que la felicidad, el bienestar, tampoco lo produce y, por tanto, no vale la pena aspirar a ellos.
No todo es subir de nivel económico y prosperar materialmente en la vida. También debemos apostar por el capital humano, las transacciones sociales, el modo de relacionarnos, la forma que tenemos de resolver los conflictos, aquello que estamos enseñando a las generaciones que nos siguen y, sobre todo, cuestionarnos personalmente para saber si nuestro mundo lo hemos dividido despiadadamente en dos bandos y defendemos a uno de ellos detrás de esta ventana que habla desde el teclado y en renglones perfectamente alineados.

17/08/2023

CRECER
Es habitual pasar mucha parte de nuestra vida preocupados por todo lo cotidiano que nos rodea. Pero esas cosas rutinarias, que solo suelen ser importantes para nosotros, se relacionan con nuestro mundo afectivo personal: el amor, la soledad, el abandono, la tristeza, la distancia con el otro, los objetivos por cumplir, etc. Y son rutinarias, corrientes, porque cada día nos acompañan en alguna medida. En numerosas ocasiones estas realidades no funcionan y nos producen intranquilidad, entonces buscamos soluciones. Tristemente las buscamos fuera de nosotros: que alguien nos quiera bien, que nos trate como necesitamos, que nos haga la vida fácil o medianamente feliz, que se alíe por nosotros contra todo, que me trate como a una reina… Y no sé si lo que merecemos es la vida de una reina, de un cuento de hadas.
Nuestra mirada infantil insiste en fantasías de todo tipo: desde obtener el cuidado y la dedicación exclusiva de otras personas como vía para ser feliz hasta sentir la indefensión ante lo que percibimos como abandono o descuido, victimizándonos sin cesar. De esta manera, nuestro crecimiento biológico no siempre va de la mano del crecimiento emocional.
El crecimiento, la madurez como persona, se manifiesta en la amplificación de la mirada. El foco no se pone solamente sobre la necesidad que yo tengo, la vida confortable que yo merezco, sino que se introduce, para darle valor, a la vida de aquellos que amamos y cómo podemos hacerla mejor.
Vivir considerando las necesidades de otros no es una actitud sacrificada ni la vía dolorosa por la que el ser humano está condenado a transitar. No es el olvido de uno mismo ni la consideración del valor personal, de la propia estima y el amor propio. Es madurez. Es crecimiento. Es respeto por lo ajeno, por aquellos que no soy yo pero que, gracias a que están, mi vida es completa.
Como adultos, estamos infantilizados todo el tiempo que queramos mantener los privilegios de ser “acunados” emocionalmente, de tener unas pocas responsabilidades, de priorizar nuestras necesidades y antojos, de que prevalezca lo individual sobre lo colectivo y vivir para satisfacer y alimentar un ego que no deja de crecer y de parasitar todos los aspectos de la vida.
Nuestra existencia es más confortable si estamos conectados al mundo, a lo que nos rodea, pero no como meros usuarios o compañeros de planeta, sino como auténticos dueños y usufructuarios de nuestra propia vida. Es nuestra, sí. Pero compartida y disfrutada con otros, con la obligación de mantenerla en igualdad con otras vidas, que también tienen sus necesidades. Mientras no seamos capaces de ver y sentir como prioridad las vidas de los que nos rodean y sus dificultades, no habremos crecido emocionalmente lo suficiente.

10/08/2023

NADA
Casi estoy llegando al convencimiento que el confinamiento durante aquella pandemia que casi tenemos olvidada, en líneas generales, nos sentó bien. Teníamos una razón oficial para no salir y no exponernos y nos encontramos, en ese tiempo, con mucha gente que interactuaba, y quería hacerlo, a la distancia, a través de mensajes, con palabras o con video chats, con notas, con gestos voluntariosos que nos hacían sentir conectados de un modo inusual.
Durante aquellos largos días que completaron varios meses, la esperanza de sobrevivir para convertirnos en una especie mejor era una constante para mí. Siempre con la incertidumbre y con la expectativa de poder llegar a ver aquello que resurgiría de tanta extrañeza, tanta excepcionalidad y tanta lejanía física. Dedicamos muchos de nuestros ratos a hacer casi todo de manera pausada, a vivir el día completo sin el agobio ni el estrés habitual, a hacer el “dolce far niente” que los italianos resumen tan bien, y a preocuparnos por si los nuestros, o los vuestros, estaban todos bien. Hasta ese momento no nos habíamos preguntado tanto unos a otros por personas que no conocíamos de nada, a sentir pena por una muchedumbre que se iba y no podíamos evitarlo, a contarnos unos a otros por cientos y miles que nos importaban sin saber ni sus nombres. Estábamos orientados para reconocer a los que tuvieran necesidades insoslayables, dispuestos a cantar con extraños, a hacer la compra a desconocidos, a amarnos a través de unos plásticos y a aplaudir cada día, como ritual, para sacudirnos el mal fario.
Y cómo es la vida…. Nos encontramos unos años después, habiendo olvidado de dónde venimos, no reconociendo ya nada de lo que nos costó aquella fragilidad en la que nos encontrábamos, en la que temíamos por la muerte de nuestros seres queridos. Hoy volamos a destinos ciertos con menos seres queridos en nuestra obligación y muchos más de ellos en el corazón, en la memoria, pero con una inusitada desafección y una prisa loca por vivir, ya que no hemos sido de los que han mu**to.
Pero nada aprendido, nada. Seguimos mal utilizando mucho de lo que tenemos alrededor, nos deshacemos de lo que no funciona, abandonamos todo aquello que alguna vez fue el amparo y el aliento en momentos difíciles y nos reinventamos con discursos y argumentos tan ficticios, tan convencionales.
Tal y como están las cosas, con no ser un poco ciega, una se da cuenta que están diluyéndose en el tiempo y en las circunstancias palabras con un significado tan grandioso, que ap***s si lo vemos: Desafección, incongruencia, incredulidad, sororidad, despiadados, importancia, cimientos, desmentir, madurez, menosprecio, ser y parecer… todas estas y muchas más para reivindicar el deber de ser sensatos, de dejar de dedicarnos al absurdo, a los “temitas” tragicómicos que solo muestran cuán incoherentes somos cuando la vida se vuelve real. En confinamiento, todos somos buenos, todos nos necesitamos, todos nos apoyamos y a todos amamos. Ahora, ya nada es igual.

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