Tertulias y versos
Espacio cultural y de sano esparcimiento para fomentar la lectura y todas las artes en un marco de fraternidad y respeto.
El buen ejemplo”
El maestro Lucas Forcida daba clase en un colegio de un lindo pueblo de casas blancas bañadas por un sol dorado y amable. El pueblo se había construido en una de las laderas de la Sierra Madre del Sur y todos los niños acudían muy contentos al colegio.
El profesor Lucas Forcida enseñaba con paciencia el abecedario a sus alumnos. Una y otra vez, los niños repetían las letras. Después, salían al patio a jugar y él se tomaba un chocolate caliente junto a su loro Perico.
Perico era un loro verde muy listo, al que le encantaba probar el chocolate junto a su amigo, el maestro. Los dos hablaban y el maestro confiaba tanto en él, que nunca lo enjaulaba.
Pero un día, Perico de pronto sintió un gran deseo de descubrir mundo, y sin previo aviso, salió volando. Los niños, alarmados, gritaron:
– ¡Maestro, maestro, que se escapa Perico!
Pero el maestro solo miró con total tranquilidad al cielo y siguió su vuelo, hasta que dejó de ver de pronto el diminuto punto verde en el cielo.
– Es lo que él desea- dijo sin más.
Meses después, el maestro salió del pueblo en busca de unas merecidas vacaciones y se adentró en la selva. Entonces escuchó un sonido similar al de sus alumnos y al mirar al cielo, vio una bandada de loros que iban recitando el abecedario. Entre ellos, por supuesto, estaba Perico, quien se acercó a él y le dijo:
– Gracias, don Lucas, por haberme dado un buen ejemplo y la libertad de aprovecharlo. Ahora doy clase a mis alumnos. ¿Quieres tomarte un chocolate con nosotros?
Vicente Riva Palacio (1832-1896)
Todas las mañanas antes de irse
al trabajo, la madre de Violeta,
mientras su hija aún duerme, le
deja un beso sobre la almohada.
Un beso azul en los días soleados,
más azul todavía en los días
nublados y siempre, siempre, un
beso azucarado para endulzarle el desayuno.
Aquel día la madre de Violeta
tenía prisa, pero ¡claro que no
olvidó dejar el beso en su lugar!
Cuando Violeta se levantó,
cogió el beso y se lo puso en la mejilla.
Era un beso tan fuerte que estuvo
a punto de tirarla de espaldas,
tan inquieto que saltó de su mejilla a la nariz,
de su nariz a su frente, de su frente a su cuello
y después de besuquearla por todas partes,
escapó por la ventana.
Y voló, voló, voló hasta aterrizar
en las ramas de un almendro.
Como era invierno, el árbol estaba desnudo
y medio dormido, pero al sentir el bailoteo
del beso sobre sus ramas, floreció
y al instante se llenó de albaricoques listos para comer y chuparse los dedos.
Uno tras otro, todos los árboles del barrio
fueron contagiándose de su olor a primavera.
Los cerezos se llenaron de naranjas,
los ciruelos de peras
y los limoneros de manzanas maduras.
Después de saltar de rama en rama,
el beso, sonriente y feliz,
cayó de la copa del árbol
y voló, voló, voló hasta que un pájaro
que pasaba por allí lo llevó en el pico.
El beso de Violeta se acurrucó
entre sus plumas
y éstas cambiaron de color, volviéndose
azules, verdes y amarillas.
El gorrión estaba tan contento que surcaba
el cielo haciendo piruetas mientras cantaba
y cantaba sin parar…
Su alegría invadió a todos los pájaros
con los que se cruzaba y cada uno de ellos
entonaba hermosas melodías mientras
sus plumas se teñían de colores brillantes…”
Fragmento del libro “Un beso antes de desayunar” de Raquel Díaz Reguera.
"Esta tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al pie del pino redondo y paternal. En torno, abril había adornado la tierra húmeda de grandes lirios amarillos.
Cantaban los chamarices allá arriba, en la cúpula verde, toda pintada de cenit azul, y su trino menudo, florido y reidor, se iba en el aire de oro de la tarde tibia, como un claro sueño de amor nuevo.
Los niños, así que iban llegando, dejaban de gritar. Quietos y serios, sus ojos brillantes en mis ojos, me llenaban de preguntas ansiosas.
—¡Platero amigo!—le dije yo a la tierra— ; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí?
Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio..."
(Fragmento de "Platero y yo", de Juan Ramón Jiménez)
"Mis amigos son todos así: mitad locura, mitad santidad. No los escojo por la piel, sino por la pupila, que ha de tener un brillo cuestionador y una tonalidad inquietante.
Escojo a mis amigos por la cara lavada y el alma expuesta. No quiero sólo el hombro o el regazo, quiero también su mayor alegría. El amigo que no sabe reír conmigo, no sabe sufrir conmigo.
Mis amigos son todos así: mitad bromas, mitad seriedad. No quiero risas previsibles ni llantos piadosos; quiero amigos serios, de esos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje, pero que luchan para que la fantasía no desaparezca.
No quiero amigos adultos ni comunes; los quiero mitad infancia y mitad vejez. Niños para que no se olviden del valor del viento en el rostro, y ancianos para que nunca tengan prisa.
Tengo amigos para saber mejor quién soy yo, pues viéndolos locos, bromistas y serios, niños y ancianos, nunca me olvidaré de que la normalidad es una ilusión estéril"
Fernando Pessoa
Dos clases de justicia
Estaba un filósofo griego dando un paseo por el bosque cuando vio a lo lejos dos mujeres de una estatura enorme.
El filósofo se escondió tras unos matorrales pues tenía miedo. Estando allí escondido, aparecieron de pronto los dos hijos del rey. A uno de ellos le faltaba una oreja y sangraba abundantemente. Éste se dirigió a las mujeres y les dijo:
- ¡Quiero Justicia! Este desagradecido, que es mi hermano, me acaba de cortar una oreja. Quiero que pague por lo que ha hecho.
Una de las mujeres le respondió:
- ¿Con cuál de nosotras dos te quedas para reclamar Justicia?
- ¿Y qué diferencia hay entre vosotras dos?-, respondió el príncipe herido.
La mujer que le había hablado le contestó primero:
- Si me eliges a mi para hacer Justicia averiguaré la causa por la que tu hermano te hizo eso y lograré que se arrepienta de corazón. Para compensar su agravio te fabricará el mejor de los cascos para que cubra tu cicatriz, velará por tu vida en el campo de batalla y será tus oídos durante el resto de sus días.
- ¿Y tú qué me ofreces?-, le preguntó a la otra mujer.
- Si me eliges a mi yo castigaré a tu hermano por la grave afrenta que te ha causado. Pasará un año encerrado en una celda, te recompensar´con mil monedas de oro y te concederé la oportunidad si quieres de cortarle las dos orejas.
El príncipe se tapó la grave herida que tenía en el oído. Le dolía muchísimo. Un gesto de rabia se apoderó de su rostro y optó por lo que le ofrecía la segunda mujer con la salvedad que únicamente le hizo una pequeña herida en una sola de sus orejas.
Los guardias se llevaron detenido a su hermano.
Cuando todos se fueron, el semblante de la segunda mujer se transformó y se convirtió en Ares, el Dios de la Guerra:
- ¡He engañado otra vez a los hombres! Todavía me prefieren a mi antes que a ti. No hay nada como la venganza. Me voy, he prepararme para la gran guerra que se avecinará en un año -, le dijo a la verdadera Justicia.
Cuando se fue el Dios de la Guerra, la Justicia se dirigió al filósofo:
- ¿Y tú con quién te habrías quedado? Con el rencor del pasado o con la esperanza y la reconciliación del futuro.
El viejo y sabio filósofo lo tuvo muy claro desde el principio.
Moraleja:
El odio y la venganza solo generan más odio y destrucción. El arrepentimiento y el perdón sincero son el primer paso para un futuro mejor.
Cuento de Pedro Pablo Sacristán
El papá que no sabía contar cuentos
Había una vez un papá que no sabía contar cuentos... Cada noche antes de dormir, Jaime llamaba a su papá
- Papá, ¿me cuentas un cuento?
- Hijo, no sé ningún cuento. Si quieres te cuento lo que he hecho hoy en el trabajo, o lo que vi en el telediario, o lo que hablé con la tía María..., pero cuentos... no sé ninguno.
- Menudo rollo, yo quiero que me cuentes un cuento - decía Jaime –
- Si quieres mañana vamos a la Biblioteca a ver si encontramos alguno para leer...
Al día siguiente Jaime y su papá fueron a la Biblioteca
- ¡Buenas tardes! - dijo Jaime al entrar.
- ¡Sshhhisss! ¡Silencio!- dijo la bibliotecaria- Aquí no se puede hablar alto o molestarás a los lectores.
- ¡Buenas tardes! - repitió Jaime, pero esta vez muy bajito.
- ¡Buenas tardes! ¿Puedo ayudarte en algo? - pregunto la señora.
- Tenemos un problema - explicó Jaime - Mi papá no sabe contar cuentos...
- ¡OH! Ese es un problema muy serio. Creo que sé quién puede ayudaros...
- ¿Quién? -preguntó el papá muy interesado.
- ¡El Duende de la Fantasía!
- ¿Dónde podemos encontrarle? - preguntó Jaime.
- Subir a la tercera planta. Esta un poco oscuro porque se fundieron las luces y, como apenas va nadie por allí, aún no lo han arreglado. Tenéis que ir al fondo del todo. Allí hay un libro muy grande y no muy lejos de él lo encontraréis. Pero tener mucho cuidado, no lo vayáis a asustar. Lleva muchos años viviendo en la Biblioteca y no está acostumbrado a los ruidos fuertes.
Jaime y su papá subieron las escaleras, al llegar a la tercera planta, había muy poca luz, no había nadie en las mesas y al fondo, apenas se veía nada, así que se acercaron muy despacio casi de puntillas, para no hacer ruido.
Al fondo del todo había una mesa y sobre ella un gran libro, tan grande o más grande aún que Jaime, pero allí no había nadie más, no encontraron ningún duende...
- ¡Creo que aquí no hay ningún duende! - dijo papá.
- Este es el libro, así que no tiene que andar lejos.
Jaime comenzó a andar alrededor del libro y, cuando hubo dado una vuelta completa, allí estaba el duendecillo, encima del libro, mirándole como si supiera a qué había ido allí.
- ¡Hola, Jaime! - saludó el duende.
- ¿Me conoces?
- ¡Claro!, te estaba esperando... Yo conozco a todos los niños y en especial a aquellos que necesitan mi ayuda. Cuéntame, ¿qué te pasa?
- Este es mi papá, no sabe contar cuentos...
- ¡Eso es imposible!- dijo el duende sorprendido
- ¡Es cierto!
- No conozco ningún cuento, puedo contarte lo que quieras, pero un cuento... ¡Imposible!
El Duende de la Fantasía, se pasaba las manos por la cara una y otra vez tratando de comprender lo que estaba viendo...
- Vamos a ver, ¿sabes quién es Caperucita? - preguntó el duende
- No la conozco.
- ¿La Bella y la Bestia?
- Nunca he oído hablar de ellos.
- ¿Pinocho?
- ¿Quién es ese?
- ¿Blancanieves?
- ¿Es una chica?
El Duende estaba empezando a perder la calma...
- ¿Sabes quién es David el Gnomo?
- Todo el mundo sabe que los Gnomos no existen - respondió el papá.
- ¡Es cierto, Jaime! ¡Tu papá no conoce ningún cuento! Esto es más grave de lo que pensaba...
- ¿Puede curarse? - preguntó Jaime.
- ¡Claro! Tu papá ha perdido su memoria infantil. Para recuperarla tenéis que ir al País de Siempre Volverás, buscar la fuente de los cuentos y beber de ella.
- Querrás decir el país de Nunca Jamás - dijo Jaime
- ¡No! Ese es el País de Peter Pan, yo hablo del País de Siempre Volverás, donde viven los protagonistas de todos los cuentos, allí están todos.
- ¿Cómo llegaremos hasta allí?
El Duende dio un salto y al instante cayó al suelo y tras él cayó el libro, que quedó abierto Sus páginas mostraban una puerta secreta que conducía al País de Siempre Volverás.
- ¡Entrad!- dijo el Duende- Recordad que tenéis que buscar la fuente de los cuentos y beber de ella.
Jaime y su papá entraron en el libro y al instante todo cambió de color, la luz llenaba el lugar, había flores, árboles y animalillos que corrían por todas parte, pájaros que cantaban sin parar, nubes azules, un sol radiante en el cielo y un camino de color naranja en el suelo...
- ¡Vamos, papá! Veamos dónde nos lleva este camino...
Padre e hijo andaron y andaron sin cansarse hasta llegar a una casita de ladrillos rojos, llamaron a la puerta, y se oyó una voz
- ¿Quién sois? ¿y qué queréis?
- Soy Jaime y mi papá, buscamos la fuente de los cuentos.
La puerta se abrió y aparecieron tres cerditos
- ¡Ufff...! ¡Qué susto! Creíamos que era el lobo, ya destruyó dos casas pero con esta no podrá. No dejéis el camino, él os llevará a la fuente de los cuentos.
Jaime y su papá siguieron andando por el camino naranja hasta que llegaron a un gran palacio, en la puerta había un gato, pero no era un gato normal, era un gato con botas.
- ¡Miaauuu! ¿Quién sois vosotros?
- Jaime, que gato tan raro -dijo el papá un poco asustado.
- Soy el gato con botas y cuido la casa de mi amo que se encuentra en la fiesta del pueblo.
- Nosotros buscamos la fuente de los cuentos
- Entonces seguir el camino, os lleva al pueblo y allí esta la fuente. Jaime y su papá una vez más continuaron andando, a lo lejos se veía un pueblecito... Entonces apareció un gran globo que bajó del Cielo.
- ¡Buenos Días, caballeros! Soy W***y Fog, estoy buscando el baile de los cuentos, sabéis dónde esta.
- Al final de éste camino, nosotros vamos allí.
- ¡Entonces subir a mi globo! Yo os llevaré.
Se montaron en el globo y en un par de minutos llegaron al pueblo. Había muchísima gente celebrando una gran fiesta, la Bella y la Bestia bailaban en el centro de la plaza, Caperucita estaba preparando una merienda para todos los invitados, Los músicos de Bremen tocaban y cantaban sin parar, Blancanieves bailaba con los enanitos, Hansel y Gretel jugueteaban en su casa de chocolate. Aladín volaba en su alfombra mágica y Campanilla iba de un lado a otro buscando a Peter Pan, que se había escondido dentro de la casa de chocolate. Jaime y su padre se acercaron a la fiesta y preguntaron a un señor muy bajito
- Hola, soy Jaime y buscamos la fuente de los cuentos.
- Hola, soy David el Gnomo, la fuente de los cuentos está detrás del lago de los cisnes.
Allí fueron Jaime y su padre, al llegar el papá se acercó y bebió de la fuente. Casi sin darse cuenta habían vuelto a la Biblioteca, estaban frente al libro gigante, pero ya no había rastro del Duende de la Fantasía. Bajaron rápidamente a la planta baja y se acercaron a la Bibliotecaria
- ¡Queremos llevarnos el libro gigante de la tercera planta!
- Ese libro no se presta, - dijo la señora. Podéis venir a leerlo cuando queráis, pero no se puede sacar de aquí.
- ¡Está bien! Volveremos mañana. Jaime y su papá se fueron a casa. Al llegar la noche, Jaime le preguntó a su papá
- Papá, ¿me cuentas un cuento?
- ¡Claro! Conozco todos los cuentos del mundo, pero hoy voy a contarte un cuento especial...
- ¡Qué bien!
- ¿Estás preparado?
- ¡Sí!
- Había una vez un papá que no sabía contar cuentos...
Eva López León.
Tomado de la WEB: Guía del niño.
‘El ser más poderoso del mundo’,
Paseaba un mago indio por un bosque, al anochecer, cuando vio acercarse una lechuza. El ave llevaba un pequeño ratón en el pico, pero al llegar donde él estaba, se asustó y soltó su presa. El mago entonces, que era muy compasivo, corrió a socorrer al pequeño roedor y se dio cuenta de que era una ratoncita. Después de curarla, la transformó en una hermosa joven. Decidió hacer algo más por ella:
– Debes saber que soy un mago con mucho poder. Si lo deseas, te buscaré esposo. ¿Con quién te gustaría casarte?
Después de pensar un rato, la chica dijo:
– Con el ser más poderoso del mundo.
– ¿El más poderoso, dices? Entonces tendrá que ser el sol. No creo que haya nadie más poderoso que él.
Pero al pedir al sol que se casara con la joven, el astro rey respondió:
– No soy el más poderoso. De hecho, una simple nube puede cubrirme por completo.
– ¡La nube! De acuerdo, se lo pediré a ella- dijo el mago.
Pero la nube, sorprendida, dijo:
– Estás equivocado, mago, yo no soy el ser más poderoso. El viento es capaz de arrastrarme donde quiera…
El mago fue en busca del viento, dispuesto como estaba a encontrar esposo para su pupila. Pero el viento también ofreció oposición:
– No es que no desee casarme con la joven, pero yo no soy el más poderoso. La montaña es capaz de pararme.
Y el mago fue a hablar con la montaña, quien le dijo:
– No creas que yo soy el más poderoso, amigo. ¿Ves ese pequeño ratón que ha cavado una madriguera en mi roca? Él es más poderoso que yo, pues sin pedirme permiso, creó en mí su hogar.
El indio entonces se lo contó a la joven, quien aceptó a transformarse de nuevo en ratona. Se casó con el ratón de la montaña y fueron ambos muy felices.
Moraleja: «Por mucho que intentemos cambiar nuestra apariencia, siempre terminaremos siendo los mismos»
El décimo
¿La historia de mi boda?
Óiganla ustedes: no deja de ser rara.
Una escuálida chiquilla de pelo greñoso, de raído mantón, fue la que me vendió el décimo de billete de lotería a la puerta de un café, a las altas horas de la noche. Le di de prima una enorme cantidad, un duro. ¡Con qué humilde y graciosa sonrisa recompensó mi largueza!
—Se lleva usted la suerte, señorito —afirmó con la insinuante y clara pronunciación de las muchachas del pueblo de Madrid.
—¿Estás segura? —le pregunté en broma, mientras deslizaba el décimo en el bolsillo del gabán entretelado y subía la chalina de seda que me servía de tapabocas, a fin de preservarme de las pulmonías que auguraba el remusguillo barbero de diciembre.
—¡Vaya si estoy segura! Como que el décimo ese se lo lleva usted por no tener yo cuartos, señorito. El número…, ya lo mirará usted cuando salga…, es el 1420; los años que tengo, catorce, y los días del mes que tengo sobre los años, veinte justos. Ya ve si compraría yo todo el billete.
—Pues, hija —respondí echándomela de generoso, con la tranquilidad del jugador empedernido que sabe que no le ha caído jamás ni una aproximación, ni un mal reintegro—, no te apures: si el billete saca premio…, la mitad del décimo, para ti. Jugamos a medias.
Una alegría loca se pintó en las demacradas facciones de la billetera, y con la fe más absoluta, agarrándome de una manga, exclamó:
—¡Señorito! Por su padre y por su madre, deme su nombre y las señas de su casa. Yo sé que de aquí a cuatro días cobramos.
Un tanto arrepentido ya, le dije cómo me llamo y dónde vivía; y diez minutos después, al subir a buen paso por la Puerta del Sol a la calle de la Montera, ni recordaba el incidente.
Pasados cuatro días, estando en la cama, oí vocear «la lista grande». Despaché a mi criado a que la comprase, y cuando me la subió, mis ojos tropezaron inmediatamente con la cifra del premio gordo; creí soñar: no soñaba; allí decía realmente 1420… ¡Mi décimo, la edad de la billetera, la suerte para ella y para mí! Eran muchos miles de duros lo que representaban aquellos benditos guarismos…, y un deslumbramiento me asaltó al levantarme, mientras mis piernas flaqueaban y un sudor ligero enfriaba mis sienes. Hágame justicia el lector: ni se me ocurrió renegar de mi ofrecimiento… La chiquilla me había traído la suerte, había sido mi «mascota»… Era una asociación en que yo sólo figuraba como socio industrial. Nada más justo que partir las ganancias.
Al punto deseé sentir en los dedos el contacto del bienaventurado papelito. Me acordaba bien: lo había guardado en el bolsillo exterior del gabán, por no desabrocharme. ¿Dónde estaba el gabán? ¡Ah!, allí, colgado en la percha… A ver… Tienta de aquí, registra de acullá… Ni rastro del décimo.
Llamo al criado con furia y le pregunto si ha sacudido el gabán por la ventana… ¡Ya lo creo que lo ha sacudido y vareado! Pero no ha visto caer nada de los bolsillos; nada absolutamente… Le miro a la cara; su rostro expresa veracidad y honradez. En cinco años que hace que está a mi servicio no le he cogido jamás en ningún gatuperio, chico ni grande… Me sonrojo lo que se me ocurre, las amenazas, las injurias, las barbaridades que suben a mis labios…
Desesperado ya, enciendo una bujía, escudriño los rincones, desbarato armarios, paso revista al cesto de los papeles viejos, interrogo a la canasta de la basura… Nada y nada: ¡estoy solo con la fiebre de mis manos, la sequedad de mi amarga boca y la rabia de mi corazón!
A la tarde, cuando ya me había tendido sobre la cama a fumar, para ver de ir tragando y digiriendo la decepción horrible, suena un campanillazo vivo y fuerte, oigo en la puerta discusión, alboroto, protestas de alguien que se empeña en entrar, y al punto veo ante mí a la billetera que se arroja en mis brazos, gritando con muchas lágrimas:
—¡Señorito, señorito! ¿Lo ve usted? Hemos sacado el gordo.
¡Infeliz de mí! Creía haber pasado lo peor del disgusto, y me faltaba este cruel y afrentoso trance: tener que decir, balbuciendo como un criminal, que se había extraviado el billete, que no lo encontraba en parte alguna, y que, por consecuencia, nada tenía que esperar de mí la pobre muchacha, en cuyos ojos negros, ariscos, temí ver relampaguear la duda y la desconfianza más infamatoria…
Pero la billetera, alzándolos todavía húmedos, me miró serenamente y dijo encogiéndose de hombros:
—¡Vaya por la Virgen! Señorito…, no nacimos ni usted ni yo pa millonarios.
¿Cómo podía recompensar la confianza de aquella desinteresada criatura? ¿Cómo indemnizarla de lo que le debía…, sí, de lo que le debía? Mis remordimientos y la convicción de mi grave responsabilidad pesaban sobre mí de tal suerte que la traje a casa, la amparé, la eduqué y, por último, me casé con ella.
Lo más notable de esta historia es que he sido feliz.
Emilia Pardo Bazán
Doce años atrás
cuando tuve que irme
dejé a mi madre junto a la ventana
mirando la avenida
ahora la recobro
sólo con un bastón de diferencia
en doce años transcurrieron
ante su ventanal algunas cosas
desfiles y redadas
fugas estudiantiles
muchedumbres
puños rabiosos
y gases de lágrimas
provocaciones
tiros lejos
festejos oficiales
banderas clandestinas
vivas recuperados
después de doce años
mi madre sigue en su ventana
mirando la avenida
o acaso no la mira
sólo repasa sus adentros
no sé si de reojo o de hito en hito
sin pestañear siquiera
páginas sepias de obsesiones
con un padrastro que le hacía
enderezar clavos y clavos
o con mi abuela la francesa
que destilaba sortilegios
o con su hermano el insociable
que nunca quiso trabajar
tanto rodeos me imagino
cuando fue jefa en una tienda
cuando hizo ropa para niños
y unos conejos de colores
que todo el mundo le elogiaba
mi hermano enfermo o yo con tifu
mi padre bueno y derrotado
por tres o cuatro embustes
pero sonriente y luminoso
cuando la fuente era de ñoquis
ella repasa sus adentros
ochenta y siete años de grises
sigue pensando distraída
y algún acento de ternura
se le ha escapado como un hilo
que se le ha escapado como un hilo
que no se encuentra con su aguja
cómo quisiera comprenderla
cuando la veo igual que antes
desperdiciando la avenida
pero a esta altura qué otra cosa
puedo hacer yo que divertirla
con cuentos ciertos o inventados
comprarle una nueva tele
o alcanzarle su bastón.
Mario Benedetti
Una anciana tenía dos ollas grandes, cada una colgada en los extremos de un palo que llevaba al cuello.
Una de las ollas tenía una grieta, mientras que la otra olla estaba perfecta y siempre entregaba una porción completa de agua. Al final de las largas caminatas desde el riachuelo hasta la casa, la olla rota llegó medio llena.
Durante dos años completos esto sucedió a diario, con la
mujer trayendo a casa solo una vasija y media de agua.. Por supuesto, la vasija perfecta estaba orgullosa de sus logros. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y miserable porque solo podía hacer la mitad de lo que había sido hecha para hacer.
Después de dos años de lo que percibió como amargo
fracaso, le habló un día a la mujer junto al arroyo. 'Estoy avergonzado de mí mismo, porque esta grieta en mi costado hace que el agua se escape hasta tu casa.'
La anciana sonrió, '¿Notaste que hay flores en tu lado del camino, pero no en el otro lado de la maceta?' 'Eso es porque siempre supe de tu defecto, así que planté semillas de flores en tu lado del camino, y todos los días mientras caminamos de regreso, tú las riegas.' Durante dos años he podido
escoge estas hermosas flores para decorar la mesa. Si no fueras como eres, no existiría esta belleza para adornar la casa.
MORALEJA DE LA HISTORIA:
Cada uno de nosotros tiene su propio defecto único. pero es el grietas y defectos que cada uno tenemos que hacen que nuestra vida juntos sea muy interesante y gratificante. Solo tienes que tomar a cada persona por lo que es y buscar lo bueno en ellos.
Alaide Foppa
Elena Poniatowska
La jornada 26/12/22
¿Qué pensarían, queridos lectores, si un día vuelven la mirada a su derecha o a su izquierda y su vecino que segundos antes respiraba a su lado ya no está? ¿Desapareció de pronto sin un suspiro? ¿Existió? ¿Fue un invento?
Esto le sucedió a Alaíde Foppa, el 19 de diciembre de 1980. Desapareció hace 42 años.
Alaíde Foppa, poeta, crítica de arte, feminista, luchadora social, maestra universitaria, era un hervidero de compromisos. Además de su cátedra, reunía en su casa no sólo a los amigos de sus cinco hijos, sino a visitantes de toda Centroamérica. Su marido, Julio Solór-zano, y ella vivían a puertas abiertas; todos sabían que podían llegar al faro de su casa en la calle de Hortensias. Al verla tan sonriente, tan acogedora, nunca pensé que pronto dejaría de verla para siempre y sus amigos atravesaríamos uno de los peores trances de nuestra vida.
Los artistas y pensadores centroamericanos se refugiaban en la casa de la colonia Florida, el premio Nobel Miguel Ángel Asturias la abrazaba. Todas las embajadas de Centroamérica convidaban a doña Alaíde a sus reuniones. Era una invitada de lujo que nunca fallaba. Alberto Moravia declaró: Estoy enamorado de ella; José Luis Cuevas la llamaba cada cuarto de hora; Luis Cardoza y Aragón solicitaba su presencia al lado de Pablo y Natasha González Casanova; los Giménez Cacho la invitaban a su hacienda de árboles frutales.
La más exigente era la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Creo que me va a dar gripa, no tengo tiempo para catarro alguno, no puedo darme el lujo de un catarro, hoy también tengo mi programa de radio Foro de la Mujer en Radio Universidad”. Además, era poeta.
Cinco hijos tengo: cinco / como los dedos de mi mano, / como mis cinco sentidos, / como las cinco llagas. / Son míos / y no son míos: / cada día / soy más de ellos, / y ellos, / menos míos.
Marta Lamas explica la historia trágica de Alaíde Foppa, quien, “además de escribir poesía, aportó sustantivamente al avance del feminismo con su escritura. El 19 de diciembre de 1980, hace ya 42 años, integrantes del ejército del gobierno guatemalteco de Romeo Lucas García la secuestraron, torturaron y desaparecieron. Una filtración de esos soldados reveló que Alaíde había sido llevada a la casa del ministro del Interior, Donaldo Álvarez Ruiz, donde, luego de ser torturada, falleció. Todavía hoy, pese a las gestiones de la Fundación Alaíde Foppa, que dirige su hijo Julio Solórzano, no se han encontrado sus restos.
“Me sobrecogió leer hoy su poesía titulada ‘El tiempo’, escrita en diciembre de 1979, un año antes de su desaparición.
“¿El tiempo es el olvido, o es la escasa memoria de una historia inconclusa? ¿Es lo perdido, o es lo poco que no arrastró el turbio río? Más adelante dice: El tiempo no deja heridas, sólo deja ausencia y olvido. El llanto no deja huella, solo deja un cauce vacío.
“El XI escribe: Vivimos en el olvido. Y no sólo se olvidan las llaves, el pañuelo, la carta, la cita, / También se olvida el secreto, y se pierde el pasado inadvertidamente.
Termina con el XVIII: Quisiera detener un momento este fluir de las horas, para tener tiempo para recordar.
Alaíde ni siquiera recordaba cuándo había escrito su último poema, El corazón:
“Dicen que es del tamaño de mi puño cerrado. / Pequeño, entonces, / pero basta / para poner en marcha / todo esto. / Es un obrero / que trabaja bien, / aunque anhele el descanso, / y es un prisionero / que espera vagamente / escaparse.
“Hay tantos buenos poemas sobre la manzana que qué puede importar un poema más. ‘¿Para qué un poema más? Es muy presuntuoso de mi parte.’”
El trajín cotidiano era muy intenso en la casa de los Foppa. Desde muy temprano, los cinco hijos participaron en la vida de sus padres y decidieron el futuro de Guatemala.
Imposible aceptar al dictador Romeo Lucas García y a sus militares, su corrupción, los obispos que se retratan al lado de los terratenientes mientras bautizan a sus hijos, la sección de Sociales en la que la clase alta ofrece a sus hijas casaderas.
El hogar de Alaíde y Alfonso Solórzano era un hogar político, en torno a la mesa se hablaba de política: las manifestaciones, las protestas, las marchas hacia el Ángel de la Independencia parecían arrancar del diálogo entre Alaíde, Julio y sus cinco hijos. Jóvenes, festivos, politizados, envolvían a sus oyentes en un gran viento de libertad. Luis y Lya Cardoza y Aragón, Pablo González Casanova, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Dominique Eluard, esposa de Paul Eluard, quien escribió la palabra libertad sobre el agua del Sena con quien Alaíde tradujo del francés El libro vacío , de Josefina Vicens.
Para coronar sus días, Alaíde se entregó por completo a la revista Fem, que inició en 1976 con Margarita García Flores, entonces directora de la Gaceta de la UNAM. Alaíde corría de la UNAM a Bellas Artes, el asiento trasero de su coche cubierto de libros y papeles, entraba a su clase sin aliento, al salir no recordaba en qué sitio había estacionado su coche, atendía a una estudiante llorosa y a otro que quería justificarse, alegaba y consolaba. Una hora, dos, tres, Alaíde abrazó siempre a los pájaros de alas cortadas.
No hice / lo que pensaba / hacer hoy, / y aumenta / mi deuda / cada día.
Su desaparición causó un daño muy grande, no sólo a la vida universitaria y al feminismo (Gisele Halimi vino de Francia), sino a todos quienes la trataron, el mundo de la UNAM y el de los centroamericanos, y el de las feministas y el de pintores y dibujantes, el de jóvenes idealistas como sus cinco hijos y el de los artistas que siempre apoyó porque además de poeta, Alaíde fue una buena crítica de arte. Nunca imaginamos que no regresaría de Guatemala. Su nombre aún nos atraviesa como una ráfaga de espanto.
Una poesía / nació esta mañana / en el aire claro. / Estaba distraída, / se me fue de la mano.
La UNAM es un semillero de ideales y de entrega. De la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la de Filosofía, de Sicología, de la cátedra de Sociología de la UNAM, han salido grandes rebeldes.
Un destino puede cumplirse en unos cuantos días y adquirir sentido en menos de una semana. La desaparición de Alaíde a partir del 19 de diciembre de 1980 se convirtió en una presencia casi continua en la vida de Marta Lamas y en cierto modo también en la mía.
Dice Marta Lamas: “Alaíde, hija de un diplomático argentino y una rica heredera guatemalteca, llegó a México exilada con su marido, Alfonso Solórzano, después del golpe de Estado a Arbenz, en 1954. Aquí construyó una rica vida intelectual, con un gran compromiso político con Guatemala, mismo que impulsó a tres de sus cinco hijos a entrar a la guerrilla para luchar contra la injusticia social: Silvia, la médica; Mario, el sociólogo, y Juan Pablo, el más pequeño. Los otros dos, Julio y Laura, desarrollaron una vocación artística.
“En 1980 la noticia de la muerte en combate del menor, Juan Pablo, la afectó profundamente, y también a su marido, quien muy deprimido cruzó imprudentemente Insurgentes y murió atropellado por un autobús. Alaíde llevaba rato queriendo cambiar de vida, y el casi suicidio de Alfonso le permitió tomar ciertas decisiones para profundizar su compromiso con la lucha en la que participaban sus hijos. Aunque desde hacía tiempo ella era activista de la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión y de Amnistía Internacional, en una reunión en Nicaragua con los sandinistas se comprometió a viajar por Europa para conferencias y conseguir apoyos y recursos para la guerrilla guatemalteca. Esa fue, probablemente, la razón por la cual la secuestraron, torturaron y desaparecieron. Acababa de cumplir 66 años.
“Cuando en diciembre de 1980 salió de la Ciudad de México a ver a su madre, doña Julia Falla, de 90 años, se sentía protegida porque su cuñado era secretario de Gobierno. Ya en agosto de ese año ella había viajado a la ciudad de Guatemala a llevar las cenizas de Alfonso y la recibió ese hermano de su marido. ¿Cómo iba ella a imaginar en ese segundo viaje que su vida estaba en riesgo? Al llegar a la casa materna en Guatemala Alaíde recibió una llamada de su hijo Mario, clandestino en la guerrilla, conminándola a que se asilara en la embajada de México. Alaíde no calibró lo urgente y grave de su situación y decidió pasar antes al mercado, donde la secuestraron junto con su chofer Leocadio Actún Shiroy. Su desaparición conmovió a sus múltiples amistades –artistas y figuras políticas e intelectuales. Sigue siendo una herida abierta que sufren cientos de miles de familiares y amigos desaparecidos en nuestro continente. Una forma de hacer justicia es difundir la memoria de las víctimas de ese horror totalitario. La UNAM nombró Alaíde Foppa a la Biblioteca en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, con la colaboración del Fondo de Cultura Económica. A Alaíde le habría encantado este homenaje póstumo.”
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