Marco’s Deli

Que buen par

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Es raro pero, a veces, extrañamos a personas que en realidad nunca hemos conocido, vivos o mu***os, a quienes nos vinculan afectos inexplicables y cierta nostalgia atorada en la memoria. Mi tía Pancha repite frecuentemente que “echa en falta” a su Pedrito, Pedro Infante, pese a que falleció hace 67 años pero, según dice ella, aún le sigue cantando al oído. En mi caso, extraño, por ejemplo, a Bach, quien siempre me ha parecido sensato, además de luminosamente brillante. Extraño también a Beckenbauer, fallecido hace unos días, a quien agradezco su estilo y su presencia; o a Cruff, artístico, contundente, firme, aunque a veces fuera insoportable. Me gustaría reencontrarme (en realidad, encontrarme por primera vez —no hay que hacer alardes de sucesos falsos—) con algunas mujeres que han llenado de ilusión mis sueños (Jacqueline Bisset y Mónica Belucci encabezan la lista que se extiende hasta el actual infinito de Scarlett). Invento extrañar la sensatez de una charla con José Emilio Pacheco, o con José Mujica, o Pablo D´Ors, o Simone de Beauvoir (me gustan las emociones fuertes), o con Samuel Ruiz, o Juana de Asbaje, y podría volver a reír escuchando la ácida inteligencia de Monsiváis.

También afloran por ahí tertulias pendientes con gente que sí ha pisado nuestro escenario. Añoro pláticas (a ratos eran monólogos) con mi abuelo paterno y sus terquedades; o con mi maestra de literatura —intolerante, pero brillante—; quisiera saber qué ha pasado con amistades diluidas por el exceso de actividades innecesarias; poder despedirme de ausencias a las que no pude decirles algo antes de su partida, y tengo algunas solicitudes de perdón que nunca hice, hubiera deseado saldar esas incómodas deudas.

En fin, cuatas y cuates del alma y de los sueños a quienes les tengo guardados ciertos espacios. A veces, y lo agradezco, para eso está el poder de la imaginación, o la meditación orientada para escuchar a García Márquez o a Leona Vicario (personajazo); para cantar con Chava Flores o con Juanga; para declararle amores tormentosos a ciertas individuas cuyos nombres resguardo bajo llave; para pasar la tarde abrazado a una copa de vino junto a Ignacio de Loyola o Mandela (¿cómo le hizo para hacer a un lado las cuentas por cobrar?); para escuchar en vivo a Los Beatles o a Mercedes Sosa o a John Denver o a Elton John (también a Pedro Infante, como mi tía); o escuchar cómo vencieron el miedo exploradores temerarios como Henry Stanley o Juan Sebastián Elcano; o sentarme a ver la tarde junto a Juan XXIII charlando de reconciliación... Como ven, ando con la memoria desatada e inconexa. Así es uno… a ratos.
Luis Jorge Arnau Ávila.

Hay momentos así. Despierto a medias, reconociendo estar agotado, y el amanecer aún es lejano. Un hormigueo sanguíneo crece en mis piernas, las articulaciones acartonadas me presentan factura y el planeta amenaza con tornarse inaguantable. En el pasillo, confiando en mí, mi perro duerme. Más allá, el espejo luce arrugas profundas y sombrías, con el cansancio recorriendo su perfil nublado. No es una buena madrugada y tanto el frío como el insomnio hacen su parte.

Discreto ante mi desencanto y acompañándome desde la sombra, Dios me permite revolcarme un rato en el agobio, estoy seguro que entiende mi diluido bioritmo en horas hurtadas a la noche. Sabe que, afecto a ciertos desencantos, a ratos colecciono p***s —unas pocas reales, muchas otras imaginarias—. Son horas bajas que no aconsejan caminos. Ahí, en la aparente derrota, simplemente escucha, escucha dejándome enfrentar mis humanas contradicciones, mis tropiezos, mis desandares, consciente de que para todo hay tiempo aunque, en apariencia, las estrellas murmuren luctuosas. Con el hombro a punto para apoyar el desánimo, sin palabras de más para contener los bajones que enfrentamos, Dios anda por ahí, columpiado en la luna, esperando a que lo llame, cargando una cobija y mis pantuflas, dispuesto eternamente al apapacho.

A veces (o frecuentemente) uno no sabe lo que pasa pero siente el corazón revuelto pues la brújula aún no despierta. Sin embargo, como antídoto al desconsuelo, Dios canta silencios mientras me ofrece un té (aunque esta vez opté por el aroma de un chocolate caliente) y me recuerda de un par de amigos que, en caso necesario, cuando la soledad es poco aconsejable, podrían hablar en su nombre, asomados conmigo a descubrir otras huellas, las luminosas —que también las tengo—.

La vorágine amaina tras algunos espasmos —que no dejan de ser incómodos—. Si no fuera por Dios, la deriva sería caótica, pero afortunadamente no lo es tanto. Respiro... respiro... respiro. Unos minutos medicinales me acarician el pecho; no es resignación, es el abrazo de la paz, que es muy distinto, volviendo tiernamente entusiasta, así que, más apaciguado, vuelvo a la cama, a calentarme los pies y la confianza mientras llega el sol. Y Dios va conmigo.
Luis Jorge Arnau Ávila.

Vaaaammmmooooooossssssssss. XÓCHITL

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Vamooooooooossssssss XÓCHITL

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Muchos de nosotros poseemos, entre nuestros tesoros, una foto así, señal de los tiempos en varias ciudades donde los fotógrafos ambulantes capturaban a los transeúntes (¡qué palabra tan rimbombante!) de paso a cualquier sitio. La toma se hacía generalmente sin avisar para, más tarde, atrapar al atrapado (tras capturarlo en la imagen blanquinegra) cobrando unas monedas por tan sofisticado y novedoso trabajo. Épocas idas, sin acceso al color, a las cámaras propias, a los celulares, donde la presencia vital de los ciudadanos terminaba en un papel y no en la nube o en el USB. A veces la imagen era capaz de delatar una clandestinidad y entonces la compra era aún más forzada, buscando desaparecer evidencias comprometedoras.

Parece mentira, pero esta imagen está por cumplir 70 años. ¿A dónde iban mis papás?, ¿qué “rollo mareador” le estaba recetando mi jefe que tenía a mi mamá tan atenta?, ¿iban o venían? Por las indicaciones en la parte trasera de la foto, paseaban por San Juan de Letrán, hoy deslucidamente llamada Eje Central integrando tres denominaciones antiguas: de Portales a Salto del Agua fue, durante muchos años, la Calle de Niño Perdido, transformada a partir de ahí en el santo mencionado que, en realidad, deberían ser dos, pues la iglesia romana en cuyo nombre fue bautizada la avenida está dedicada a Juan Bautista y a Juan Evangelista y se ubica en los terrenos de una familia Laterano (por eso lo de Letrán). Para completar el dato, a partir de ahí el tráfico iba hacia el festivo Garibaldi honrando con su nombre a otro Juan, esta vez no tan santo, apellidado Ruiz de Alarcón.

Vuelvo a la imagen que, como tantas, fijó mi historia en un papel. Con el tiempo, esos jóvenes veinteañeros tan despreocupados pasaron a ser padres de cinco y origen de una confraternidad mestiza, mitad zacatecana y mitad catalana. De ahí vengo. Tal vez, mientras paseaban muy quitados de la pena, andaban pensando en eso que se piensa algunos meses antes de dar a luz, pero no tengo referencias precisas, aunque algunas ganas sí se les ven, los delata la foto.
Luis Jorge Arnau Ávila.

Vaaaammmooooooossssssssssssss XÓCHITL

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Lunes de México.
La paz sea con los pescadores acariciando el océano. La paz sea con los mineros, castigados históricamente e históricamente valientes. La paz sea con quienes ejercen el magisterio concentrados en la infancia —que es lo que en realidad importa— pese a vaivenes y desatenciones desde el poder. La paz sea con quienes cada mañana abren la cortina de su negocio esperando buenas ventas. La paz sea con nosotros, ciudadanos de a pie, metro, bicicleta, automóvil, entrados en el proyecto de mover el país hacia adelante.

La paz sea con médicos y enfermeras trabajando contracorriente con poco soporte gubernamental y poco apoyo nuestro, eternos enemigos del auto cuidado. La paz sea con chilangos y tapatíos, norteños y sureños, habitantes de este México que presume sus sitios arqueológicos, su música, su comida, sus bellezas. La paz sea con quienes producimos, estudiamos, construimos empresas, atendemos en las oficinas públicas, porque nuestro es México y nuestros los avances. Pero la paz sea también con quien no tiene casi nada y vive a la deriva, a la espera de nuestra solidaridad y nuestro apoyo.

La paz sea con quien se adueña de su nación, con quien celebra y brinda por lo que hemos hecho entre todos, sin importar afiliaciones. La paz sea con quien decide no someterse ni volverse rehén político, con quien habla y es dueño de su palabra. La paz sea con quien emigra, buscando lo que por acá no tiene. La paz sea con la gente que busca una mejor sociedad y requiere seguridad, educación y estado de derecho, el resto sabe que es trabajo propio, de cada agricultor y cada ejecutiva, cada investigadora y cada adolescente. La paz sea con los que ejercen su voluntad y su libertad para poder discrepar y opinar distinto sin que eso sea motivo de descalificación o violencia. La paz sea con este país para que, en paz, haga el esfuerzo de ser tolerante en el proceso electoral, pues no se trata de una guerra con vencedores y vencidos, sino de una actividad democrática donde deben prevalecer el respeto a las opciones elegidas y la apertura para comprender distintas miradas, se gane o se pierda, se elija nuestra opción o se determine otro camino. Esa es la paz que necesitamos. Por encima de tendencias, la paz es una bandera… y solo hay una.
Luis Jorge Arnau Ávila.

El probable cierre (o reconfiguración) de Sports Illustrated (llamada la Biblia del periodismo deportivo) es, para quienes vivimos cerca la publicación de revistas o hemos sido consumidores de sus contenidos, un golpe importante. Quitando las revistas de moda y chismes, líderes en publicaciones periódicas en todo el planeta, Sports Illustrated le dio a las revistas deportivas otra dimensión (y sus calendarios anuales de trajes de baño fueron objeto de culto, no precisamente por los trajes de baño, sino por el relleno). Está, sin duda, entre las revistas más reconocidas del mundo, al nivel de National Geographic, Time, Rolling Stone, People, Life, The New Yorker, L’Express, Readers Digest y, por supuesto, Pl***oy. En México destacan históricamente Proceso, México Desconocido, Expansión, Vuelta, Artes de México, Letras Libres y alguna otra que por el momento no recuerdo (insisto, sin incluir las dedicadas a farándula y similares). Esta es una nueva señal de los tiempos que obliga a quienes nos dedicamos a este gremio a revisar la velocidad con la que estamos migrando hacia otras plataformas y estrategias, si es que buscamos sobrevivir en un espacio herido de muerte. Las mencionadas —y unas más— eran parte del escenario familiar, vistas con frecuencia en trayectos hacia y desde el trabajo… ya no más. Hoy son ap***s artículos de culto que no se ven ni en peluquerías. Ni modo, les está pasando lo que a los cassettes, los 8 tracks, los DVDs, Beta y VHS, herramientas de transmisión atacadas por el paso abrumador de la tecnología. Tienden a volverse piezas de museo y de coleccionistas obsesivos.

Nosotros, en Mexicanísimo, estamos justo en ese proceso de revisión, pues vivir de los recuerdos, de la nostalgia o de recriminar el paso del futuro no va con nuestro estilo. Es imposible saber aún qué haremos, tras 126 números publicados en 16 años, pero la crisis es evidente y no se resuelve con negarla, las revistas sobreviven colgadas de un alambrito, como sucede con los acetatos, y esta ruta ya no tiene vuelta para atrás, así que en esas andamos, imaginando qué hacer para mantenernos vigentes. Personalmente no aspiro a convencer a nadie de que las carretas tiradas por caballos son la mejor opción así que, con este homenaje a Sports Illustrated y otras que la antecedieron en el panteón editorial, pongo mis barbas a remojar. Ni modos.
Luis Jorge Arnau Ávila.

Votale # # # # # # # #

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Lo mío, lo mío, no ha sido la moda. Nunca. Podría, sin ninguna preocupación, hacer honor a esa canción que decía “llevo un mes con el mismo pantalón”, combinado con folklórica euforia con camisas de manchas, de rayas, de flores o recientemente agujereadas (de hace cuatro años). El asunto del color agrega un factor adicional, pues las mezclas cambian al gusto de modistas en París y a los proletarios nacionales nos es complejo seguirles el paso. Si por mi fuera, mantendría mi pantalón Topeka acampanado de terlenka y una camiseta psicodélica como las que narró José Agustín (escritor coyuntural, que extrañará el país). Sigo usando s**o con solapa de oreja de elefante y corbata extradelgada tipo hilo dental, o sea que mi elegancia o es natural o no lo es (por lo tanto, no lo es).

El tema viene al caso porque tuve que comprarme unos tenis nuevos (los anteriores asomaban la cabeza del calcetín junto a la uña) y me encontré con un abanico de mil combinaciones adecuadas al tipo de ejercicio y moda quesque para combinar en campo traviesa, trote lento, indoor (¿por qué no los llamarán “bajo techo”?, ¿son diferentes o corren más rápido en inglés?) o simplemente para paseo holgado (ideal para gordos temerosos de un infarto). Los tenis hoy en día —según dicen— son algo serio, diseñados con alta ingeniería y buen gusto por quienes dictan la moda. ¡Y yo que pensé que el único objetivo era compensar la ingesta de calorías con tres o cuatro cuadras de galope bufado y sin caballo!. Pasé tres días revisando opciones y en ninguna me aseguraban que con ese colorido me cansaría menos o bajaría de peso usándolos mientras veo la tele. Nada.

Finalmente me decidí siguiendo el tradicional y preciso sistema del “de tin, marín…” pero ahora al parecer necesito cambiar mis calcetas y mis pantalones de mezclilla para que cuadren con la percha. Ni se me ocurra, me dijeron, salir con mi camiseta de Tlacotalpan adquirida hace dos glaciaciones, ahora me sugieren (muy a fuerza) comprar el último modelo de playera de mi equipo que cuesta más que irme de fin de semana a Mazatlán. Todo para que, a fin de cuentas, no haya bajado ni dieciocho gramos en el último mes. Por eso digo que la moda es un simple instrumento de dominación, pero no sé si sea de la derecha (con T-shirt de marca y mensaje motivacional en inglés sobre el pecho) o de la izquierda (con un diseño del Ché Guevara en tonalidades rojas).
Luis Jorge Arnau Ávila.

Si ustedes creen que es difícil argumentar tanto con detractores como con seguidores del presidente, traten de hacerlo con alguien que trae preceptos religiosos en el tuétano. A ratos no sé qué es más difícil. Mi primera conclusión es que no se debe coquetear con el fanatismo en ningún campo. Pero como sigo en dieta política, hoy pondré un poco de vinagre a los absolutistas espirituales (en el fondo, también una actividad política, y no muy limpia).

¿De dónde sale esa visión medieval de sostener que religión hay solo una, una sola imagen de Dios y un solo camino de salvación? Últimamente me he confrontado con personas que aseguran (tal vez porque ya fueron y vinieron) la contundencia de una sola ruta, un Dios católico y no más, un cielo inmaculado y un castigo eterno; el resto son —para ellos(as)— charlatanes o enviados del demonio (que de esos sí, al parecer, hay muchos). Esas personas, por lo tanto, al considerarse mensajeros de Dios, creen tener la autoridad para extirpar todas las otras interpretaciones sobre la divinidad.

¿Y si dejamos que Dios se defienda solo?, ¿en realidad creemos que necesita de nuestra argumentación barroca para asegurar su existencia? Al ser omnipotente, ¿no será que a otras personas les habla en otro idioma, no precisamente erróneo?, ¿creemos realmente que Dios dejaría a media humanidad a la deriva religiosa rezando a ciegas en la casa equivocada? No solo se trata de si hay o no cielo e in****no, se trata de si hay o debe haber libertad para creer en lo que uno quiera (y crea). Además, bondad, justicia, ética, paz, derechos humanos, solidaridad no son prerrogativas de un solo uniforme religioso. Se trata de aceptar discrepancias sin querer exorcizar a los que se inclinan por otros pasos, otros ejemplos, otros rezos y otros andares. Pero, en fin, la discusión se vuelve inútil, casi como exabrupto político, porque los tradicionalistas y ultraconservadores al parecer también tienen otros datos.
Luis Jorge Arnau Ávila.

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¡QUÉ ORGULLO! 🇲🇽🥇👏🏻| La corredora rarámuri, Juanita Ramírez, acaba de ganar el primer lugar en los 50 kilómetros del Ultra Trail Iturbide, con un tiempo de 8 horas 27 minutos y 14 segundos.

¡Todo nuestro respeto y admiración! ❤️

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Terminó un mes muy rudo y las cosas no parecen mejorar, por determinaciones lamentables desde el poder (y, entiendase que, cuando hablo del poder, hablo de una sola persona, el resto en las alturas calla y acata).

Contra lo que piensan quienes lo defienden a ciegas, no es un asunto de odio, es una seria preocupación porque nadie gana, pierde México. Todo lo que el Presidente rechaza, lo llama neoliberal. Si no lo entiende: neoliberal. Si viene desde la ciencia o la tecnología: neoliberal. Si proviene de organizaciones cívicas: neoliberal. Y podría seguir, ha usado el término contra mujeres y familiares de desaparecidos, opositores —aún de izquierda— y antiguos colaboradores, hasta contra los padres de Ayotzinapa y el subcomandante Marcos. Dispuesto a meter en un solo cajón aportaciones de muchos años y de muchas formas de pensar, ha llegado a confundir el concepto hasta el exceso con lo que diluye el efecto propagandístico que le fue tan útil. Tal vez le convenga aplicar lo que dice sobre las marchas en su contra: “ya chole”, pues la caída en el número de asistentes virtuales a su mañanera es penosa (ap***s el 20% de audiencia contra 2020), ¿será que son neoliberales quienes ya se cansaron del mismo tono y las mismas acusaciones? A cuatro años, el mismo pretexto: culpar de lo no logrado a neoliberales anteriores, amante a victimizarse hasta en el poder, pese a tener en sus manos las herramientas para actuar. Quizá la eficiencia sea algo neoliberal.

Vienen tiempos complejos tras lo que está destruyendo en educación (el problema más grave, y eso que estábamos muy mal), en salud (no estábamos en Dinamarca, ciertamente, pero tampoco lo estaremos), en promoción de ciencia y ecología, en acoso a medios críticos (¿creerá que el respeto es un asunto neoliberal?). Las grietas se agrandan sin aparecer logros reales del gobierno. Yo reconozco algunas cosas y las he dicho, como los salarios, el ataque al outsourcing y algunos temas de desarrollo territorial, pero el resultado es abrumadoramente negativo y llevará años liberarnos, por ejemplo, del control militar que llega a aeropuertos, distribución de medicinas, aduanas, hoteles, construcción de caminos y hasta en su nueva aspiración de participar en las determinaciones de Conacyt. Respeto a quienes veneran su actuar, pero yo no veo ruta, solo resentimientos y revanchas, y muy pocas cosas más.

El neoliberalismo, en efecto, no es la respuesta para nuestro país, pero hacerlo responsable de todo, casi a ciegas, libera de autocrítica al gobierno que, por cierto, se maneja muy neoliberal en la asignación de contratos a millonarios y en la negación a transparentar negocios y determinaciones.
Luis Jorge Arnau Ávila
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Postdata 126. Presidente: además de lo anterior, también está el asunto de su falta de respeto a las leyes y sus violaciones a la Constitución.

Yo no estoy arrepentido… estoy desilusionado, que es muy distinto. Este gobierno, de inteligencia limitada y ego fenomenal, vacunará fuertemente a la opinión pública sobre considerar futuras opciones socialdemócratas en las que yo creo, pero no aspiro a volver a lo de antes ni me ganan las añoranzas por regímenes previos que abandonaron (o, al menos, menospreciaron) caminos que incluyeran firmemente a las clases desfavorecidas, por eso tantos optaron y aún hoy prefieren a AMLO. Si de arrepentimientos se tratara, casi todos, en una u otra manera, deberían compartir el sentimiento: quienes llevaron a Fox al gobierno para sufrir seis años sin brújula, quienes eligieron a Calderón para empezar a padecer la cerrazón al diálogo, además de la apertura de puertas a la violencia y al ejército —puertas que tardarán mucho en cerrarse—, o quienes votaron por Peña para llegar a los excesos de corrupción que volvieron indigno al gobierno. Los tres, como el actual —aunque cada uno en su perfil—, gobiernos insuficientes. Visto así, casi todos, en mayor o menor grado, tendríamos que asumir una de esas equivocaciones.

Yo no me arrepiento de pensar que solo atendiendo a los más pobres el país será más digno. Lamentablemente este gobierno rencoroso aprovecha esa pobreza para, en vez de apoyar su desarrollo buscando brincar sus limitaciones, allegarse de votos cautivos gracias a un lamentable escenario de subsidios y dádivas que no impulsan, en lo más mínimo, actitudes de crecimiento, sino que, por el contrario, fortalecen esquemas de pedir y no de generar. Lo dijo AMLO hace unos días: “ayudar a los pobres es una estrategia política”. O sea: de sacarlos de ahí, nada. Tenemos un gobierno unipersonal, mesiánico, promotor de revanchas y cerrado a la modernidad, cierto, pero las otras opciones (un PRI eternamente coludido y un PAN desperdigado e incapaz siquiera de gobernarse a sí mismo) ofrecen solo más de lo mismo y también —ya lo habían mostrado— usaron la pobreza como herramienta. Además, sus liderazgos actuales me parecen patéticos. Y no me cuesta trabajo reconocer (lo he expresado aquí) que en muchas cosas estamos peor, mucho peor, por eso estoy desilusionado, regresamos medio siglo en el estilo de gobierno y nos dieron un pésimo remedio para la enfermedad que nos aqueja. Pero no encuentro luz en el simple amontonamiento de opositores y difiero de quien supone que la única propuesta es volver a inequidades pasadas, responsables en mucho de la situación actual, con un sistema educativo deplorable y falta de visión nacional. Es cierto, no estaremos en Dinamarca, pero tampoco estábamos ahí.

Cada quien es libre de decidir con qué lado conformarse… a mí no me ha gustado ninguno, nos urgen aires más frescos, otros caminos, porque cada sexenio perdemos seis años y seguimos aferrados a huellas mediocres. Ni en un lado, monolítico y rencoroso, ni en el otro, apeñuscado pero sin ideas, se asoma ningún estadista. Al menos, hasta hoy.
Luis Jorge Arnau Ávila.
Postdata 112. Presidente: espero que la Suprema Corte detenga su anticonstitucional determinación de pasar la Guardia Nacional al Ejército.

El
Costeño

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Se acercan las sombras de nuestros difuntos y la tradición les da una bienvenida sabrosa —con dulce de calabaza y pan de mu**to— y amarilla —con cempasúchil—. Es, tal vez, la mayor tradición mexicana, capaz de competir ventajosamente con el aburrido jalowin que hace del miedo un asunto ridículo y generalmente violento hasta el exceso. Prefiero la espera por los difuntos, a ratos jacarandosa, pero generalmente cargada de fervor místico, con copal, cerveza y calaveritas de azúcar, según su día: el de los menores, el de quienes fallecen por enfermedades y hasta el de aquellas ánimas que andan sin compañía y buscan un espacio solidario para no hacer tan amarga la eternidad. Es una fiesta que me vuelve sensible y comprensivo ante el hecho irrefutable de la muerte.

En este país, ser mu**to no es cosa fácil, pues no descansa en paz y debe volver cada año para celebrar su cadavérica ausencia en sesiones nocturnas donde compartirá “netas” con los vivos que dicen extrañarlo a muerte. O sea que ser mu**to mexicano es una verdadera pachanga. Por unas horas, las fotografías de quienes ya son nubes aparecen para guiñarme el ojo. Buscarlas en los paquetes de imágenes empacadas es un gozo pues me reencuentro con su seriedad, con su sonrisa enorme, con su vestir desgarbado, con su ceño fruncido, con su paz. Por unos días los veré apropiados de un colorido altar construido en su honor y vestido de fiesta con papel picado y calacas de cuerpo maché, les inventaré algunos octosílabos para hacerlos sonreír y me comeré un molito a su salud (esa que los abandonó a última hora). Mis mu***os revivirán un ratito, se tomarán su tequila o su chocolate caliente —porque hay mu***os muy recatados que no beben ni en el infinito—, se asomarán a las veladoras que aletean flamas esperanzadas y me alimentarán la memoria abrazando mi espíritu que a ratos los llora. Pero, eso sí, al final del suceso los dejaré volver sin invitarlos a quedarse y les diré que no me esperen pronto, tengo que barnizar con pincel la carretera a Alaska y bajar quince kilos de peso sin hacer dieta ni ejercicio. Se irán convencidos de que el tiempo no importa así que podrán esperarme seis o siete lustros más pues aún no me toca ser ánima jolgoriosa. A partir del día 3 viajarán de vuelta más tranquilos, satisfechos y ligeramente borrachos, mientras yo me preparo para las batallas más difíciles, las de aprender a convivir con los vivos, esos sí que a veces dan miedo.
Luis Jorge Arnau Ávila.
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Postdata (70). Presidente: Hemos aportado a la Constitución hasta algunos mu***os, así que respetarla sería una buena idea.

Existo, eso siempre es un incomprensible milagro, y a trompicones escribo para mostrar mis gozos y mis triunfos, mis sospechas y mis derrotas. No escribo “a la carta” o por consigna, simplemente comparto pensares madrugadores para sentirme vivo. Existo, con la fragilidad y la brevedad de una vela, negándome al silencio como muestra de agotamiento, sumisión o conformismo, así que cada mañana, tras agradecer la oportunidad de respirar unas horas más, opino, me quejo, celebro, descubro, aplaudo o abucheo, me burlo de mis errores o me visto de luto, porque la vida pasa entre altibajos románticos y de salud, entre recuerdos y proyectos, justo para eso busco palabras —o a veces las invento— esperando afianzar puentes que me ayuden a participar y no simplemente a ser espectador.
Mientras existo, leo y escribo reconociendo que nadie es peor que nadie por ser diferente, por pensar distinto, por aferrarse a modas o religiones inesperadas, simplemente se mueve en otros parámetros. No somos adversarios, solo vemos las cosas con otra óptica y otros lentes, descalificar alimenta la nada, rechazar la búsqueda de soluciones en andares distintos es equivalente a adquirir una ceguera voluntaria. Discrepar es válido, recomendable, pero nunca como sinónimo de odiar, hagamos de la vida una fiesta donde pueda bailarse de todo, se cante en distintos ritmos o idiomas y, a ratos, se repose en el disfrute del silencioso sonido del viento. Y si hoy no coincidimos, pues ¡Aleluya!, habremos creado opciones alternas esperando que tal vez mañana los pasos vayan en la misma ruta y descubran una casa común. Pero, eso sí, pongamos el sazón de la pasión en nuestras actuaciones vitales; vivir con intensidad no implica volvernos francotiradores de otras propuestas, la vida es demasiado corta para ir cargando piedras o poniendo trampas en el camino. Los segundos se fugan mientras nos anclamos en rencores, y yo no puedo perder el tiempo buscando contrincantes.
Y porque existo me concedo el derecho de ser dueño de mi voz (y usarla) equivocándome por vocación y acertando por accidente. No tengo miedo de leer ideas distintas ni tampoco de decirlas. Y quien me lee existe también, optando en libertad por su propio camino y sus propias respuestas, o simplemente por dejar de leerme para no amargarse el estómago, pero ambos debemos entender que justo en el diálogo es donde Dios nos pone frente a frente, para aprender.
Luis Jorge Arnau Ávila.
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Postdata (69) Presidente, este mensaje repetitivo no es una agresión, es un recordatorio para quienes olvidan fácilmente: debe cumplir con la ley y no pasar por encima de la Constitución.

Hablé hace días de recuerdos mágicos, pero también hay dramas escondidos en la memoria, de esos que vuelven con frecuencia a intranquilizar el alma. Una de las peores experiencias que he vivido —y supongo que lo sea para quien ha enfrentado un momento similar— fue pasar un rato apuntado por pistolas en manos de desconocidos nerviosos e impredecibles que pueden decidir, en un instante, terminar con tus sueños y tu andar terrestre. Aquel día asaltaron la empresa donde trabajaba, evento que terminó, lamentablemente, con un herido que quedó incapacitado de por vida.

Digerir aquello me tomó varios meses y aún a veces aparece la película para agobiar mi miedo. Fue un viernes a las ocho de la mañana, sometido junto a una decena de rehenes. Tirado en el suelo pude ver el reflejo del disparo dirigido al guardia de seguridad desarmado y recostado a mi lado —la bestialidad sin ningún sentido—. Dramático momento: la detonación; los llantos; las amenazas exigiendo silencio; la comprobación por parte de los asaltantes —desventajas de ser puntuales, hasta para robar— de que el camión con la nómina (eran otros tiempos donde el pago era en efectivo) aún no había llegado. A partir de ahí, el caos, mientras la policía intentaba enfrentar a un número de enemigos desconocido (habían recibido una llamada breve de auxilio y no estaban seguros si eran 4 o 5 individuos), el intento de huida enfrentando a las patrullas que esperaban a ciegas fuera de las instalaciones, sin saber quién era asaltante y quién empleado, la vorágine. Si aquello duró tres minutos o tres horas me inclino por lo segundo, pues el tiempo tomó su tiempo para circular entre angustias e imposibilidades de un desenlace adecuado. Esa bala pudo tocarme a mí y, en cierto sentido, nos rozó a todos, pues marcó nuestras pesadillas con aceite hirviendo y nos mostró los dientes del absurdo. En medio de toda la majestuosidad humana, la vida puede cambiar al instante debido a simples ocho gramos de metal.

La violencia no tiene padres, no tiene explicación ni destino, es la simple brutalidad al servicio de la inconsciencia. No entiendo a quienes defienden el uso de las armas o quienes las consideran indispensables en la sociedad, pese a ver las dramáticas evidencias diarias. No lo entiendo ni quiero considerar siquiera alguna justificación, es la animalidad de la demencia. Yo puedo contarlo, tuve suerte, mientras muchos otros, diariamente, no han sido tan afortunados.
Luis Jorge Arnau Ávila.
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Postdata (68). Presidente: Que sus antecesores hayan violado la Constitución no le permite hacer lo mismo, no justifique una ilegalidad basado en otras.