Sandra Salas
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El cuento de la cebolla.
Había una vez un huerto lleno de hortalizas y árboles frutales.
Era un gusto sentarse a la sombra de los árboles.
Pero un buen día, empezaron a nacer unas cebollas especiales.
Cada una tenía un color diferente; rojo, amarillo, naranja, morado... Los colores eran deslumbrantes, como el color de una mirada o de un bonito recuerdo.
Después de varias investigaciones, resultó que cada cebolla tenía dentro en el mismísimo corazón una piedra preciosa.
Ésta tenía un topacio, otra un rubí, otra una esmeralda...
Pero por alguna incomprensible razón se empezó a decir que aquello era peligroso, inadecuado y hasta vergonzoso.
Total que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa con capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular como eran por dentro.
Hasta convertirse en cebollas vulgares e incluso otras optaron por esconderse entre la tierra nuevamente.
Pasó por allí un sabio que le gustaba sentarse a la sombra del huerto y que entendía el lenguaje de las cebollas, empezó a hablar con cada una de ellas y les preguntó:
SABIO: ¿Por qué no te muestras como eres por dentro?
UNAS contestaron: Porque me obligaron a ser así...
OTRAS: No sé, pero me enseñaron a parecerme a los demás.
Otras: Porque me duele el rechazo.
Todas coincidieron en que las capas se las fueron poniendo otras “normales” e incluso ellas mismas lo hacían para evitar que les etiquetaran como algo “raro”.
El sabio se echó a llorar, pensando en la “atrocidad” que se estaba cometiendo con tan valiosas cebollas y cuando la gente lo vió llorando, pensó que llorar ante las cebollas era de sabios...
12, Ene, 1998.
Abuelita se enojo otra vez conmigo porque subí una gallina en mi triciclo y la lleve de paseo. ¿Pero qué tiene de malo? Yo no entiendo porque se enoja tanto si yo veo que disfruta el viaje, además, es gratis, sin cobro alguno. La llevo a toda velocidad a recorrer todo el pueblo y luego rodeo toda la casa de abuelita. Ahí puede ver a los bueyes, las vacas, el azul del cielo, lo hermoso del río, los valles y los montes, todo un viaje redondo en cuestión de minutos. Es como ir en un tren pero más práctico, no hay nada en el mundo más rápido que mi triciclo, con compartimento trasero. Bueno, casi nada, excepto mi abuelita que una vez casi me alcanza y me pega con el cinto. Supongo que todas estas sandeces que escribo serán en un futuro mis memorias, memorias triviales o memorias de cosas importantes. Ya me escondí, no vaya ser que venga mi abuela a leer mi diario y sepa que escribo todas estas cosas. Por cierto, he descubierto que también puedo llevar libros de viaje como ellos me han llevado tantas veces a mí, aunque igual no tiene sentido, como algo inerte tiene más vida, que mucha gente allá afuera. ¿Y si subo los libros a mi triciclo es llevar de viaje a otro viaje encima de otro viaje? ¿O de qué se trata? Quizás vivir es ir de viaje en viaje, de persona en persona, de vivencia en vivencia. No sé, quizás escribo puras tonterías. Lo único que me importa es tener a mi abuelita Juanita por siempre, que sea eterna, eterna como estas letras, como todas estas "ocurrencias".
—Un viaje dentro de otro viaje, José M. Delgadillo Gautrín
(Cuaderno de notas, 1996 - 1998)
Joseph Kapone