Escritores Yaza
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Hace algunos años, después de dialogar con los asistentes, partícipes de un congreso internacional en Tepic, Nayarit, un colega con quien hice amistad, me preguntó cómo era mi pueblo; mi pueblo, le dije, es como un comal de barro, una planicie costera que desciende de la Sierra madre del Sur, junto al caudaloso río ostuta, un comal que en primavera y verano, el calor pega tan fuerte que todo ser vivo que lo habite, busca un árbol bajo el cual se refresca la sonrisa, y entre el otoño e invierno, la lluvia pertinaz lo refresca y brotan de cada patio, las historias más inverosímiles, cuyas corrientes reptan por las calles y se escabullen por las puertas y ventanas de las casas.
Mi pueblo es un comal de barro en donde los Dioses decidieron que lo habitarían hombres y mujeres bizarras, entiéndase bien, hombres y mujeres generosos, lúcidos, espléndidos, valientes, gallardos, inteligentes. Allí donde el pájaro wis el el mensajero de los hijos que vuelven a sus casas, allí donde nacer es una fiesta y morir también.
Mi pueblo, le dije a mi colega, es el heredero de la palabra de los hombres que descienden de las nubes, zapotecas se hicieron llamar desde el principio, y bajo las sombras de los árboles, refrescaron sus memorias, y nos hicieron llamar guidziyaza, u hombres hijos de las hojas del maíz, que habitan entre las palmeras.
A Antonio Henestrosa