Lord Alcornoque

Lord Alcornoque

Somos información y entretenimiento.

25/02/2024

Te esperaré todas las tardes

Jesús Pintor

El sudor de los cuerpos se mezcló mientras la espalda dejaba escapar hilillos de v***r y el "te amo" firmado con un beso prolongado, entre las tibias perlas que resbalaron de la frente y, un jadeo excitante.

La mujer corrió a lavarse el cuerpo, no el cabello, por precaución, dijo, las manos, en una magia inconcebible, pusieron blusa y pantalón en acto circense, zapatillas y algo de colorete.

-Vámonos ¿sí?

Ya en el carro, con los vidrios polarizados arriba, se recargó, amorosa, en el hombro, "te amo, papi", dejó escapar. El auto corrió a la base de taxis, en una ruta ya trazada con tanto tiempo atrás, que difícilmente podrían olvidar.

Al abrir la puerta, un hombrecillo sorbía su café desteñido, casi transparente, mientras leía el libro de Rafael Bernal, Complot Mongol, la considerada primera novela negra.

"Ya llegué, amor", "muy bien, ¿qué tal te fue?", "bien, como siempre, ¿cómo quieres que me vaya?, y a ver cuándo te cambias esa playera que debe oler a sudor concentrado"... sí, el deterioro en la relación era evidente.

El hombre quiso darle un beso pero la mujer lo rechazó en el primer intento, en el otro, los labios hechos piquito chocaron un segundo en los de su pareja.

En la cama la mujer volvió a mojarse, apretó las piernas y mordió los labios. Los ojos cerrados dejaron un claro mensaje: a su mente llegaron recuerdos que golpearon las hebras sensibles.

Los días rutinarios, así: s**o vespertino por fuera y vida de hogar sin hijos, casi en soledad, eran interminables per se. Hasta que la hembra, aún mojada en la entrepierna, una tarde encontró su casa abrumadoramente silenciosa.

En la mesa, la novela negra era lastimada con un separador sumido entre las hojas, y a un lado, sobresalía una hoja con una línea insondable: "Esta novela ya la leí y no me hace falta ya".

La firma del finiquito se había plasmado.

15/02/2024

¿Cuántos soldados del amor cayeron en esta fragorosa lucha romántica?

¿Cuántas infidelidades se descubrieron y cuántos reforzaron la relación?

Se acaba el día.

14/02/2024

Lascivo como el beso del coronel

Jesús Pintor

Se bebió su taza de café con sabor a celos hasta la última gota al ver que su princesa, la mujer que lo amaba "con todo su ser", como le presumía, se dejo seducir por la mirada furtiva del coronel que pasó a un lado de su mesa y se fue de largo.

Las palabras en intento de diáspora surrealista, se atascaron en la salivosa garganta, una voz como pitillo, al cabo de un rato pronunció a manera de disculpa "siquiera disimula". La hembra no lo escuchó y se irguió para acudir a ese llamado en silencio que muchos llaman destino.

Arremangada la minifalda no fue acomodada y así, asomando el triángulo urogenital apenas cubierto por el transparente pantie, la hembra se dirigió hacia el uniformado, quien ya se lavaba las manos, con el pecho henchido que le hizo resaltar las condecoraciones en tonos dorados. Utilizaron un lenguaje elocuente: sus miradas y pronto, ya se besaban.

Pasaron por donde el hombre, las lágrimas no podían ocultar su dolor. Aquellos iban tras sus instintos, rabia animal con que arrojaron escrúpulos y vergüenza, lujuria vehemente. En la penumbra del hostal de 250 pesos, los cuerpos se fundieron, al fondo la música: "entre la cirrosis y la sobredosis andas siempre, muñeca, con tu sucia camisa y, en lugar de sonrisa una especie de mueca...".

"Te amo", pronunció la sudorosa hembra quien, frenética, se enredó en el cuerpo masculino hasta que las energías empezaron a fallar, para luego quedar tendidos en el amplio colchón y fundirse en otro beso y otro "te amo" al cerrar. Cinco billetes, dos de doscientos pesos y el resto, de 500, soltó el hombre mientras acababa de arreglarse el uniforme. "¿Cómo?, ¿te vas?, llévame", "soy casado y no quiero problemas", lapidó.

Al salir el hombre, la mujer tomó el teléfono móvil y marcó a su novio "¿puedes venir, amor?, estoy sola en el cuarto 8 del hostal de Insurgentes"; "ah, ya hiciste todo para burlarte de mí y ahora que te dejaron me llamas?", "a mí nadie me deja, tontito, yo soy quien deja, supe que el militar era casado y lo mandé a volar... ven, apúrate".

La razón detuvo al hombre que no había dejado de llorar, ahora sentado en una banca del jardín público. Como si hubiera sido hipnotizado sin más, se vio tocando la puerta del cuarto para luego pasar al interior. Allí estaba ella, abrazada por la oscuridad, al tenerlo cerca, la hembra lo abrazó e intentó llorar pero solo pudo balbucear "te amo, tontito".

El hombre eructó los gases del café, ese que le supo a celos, a dolor y, relamió la piel de la hembra que ahora gemía para él, era suya... completamente suya, pues allí estaba poseyéndola, ¿quién podría cuestionarlo?

—No te he fallado y no te voy a fallar -presumió la hembra al cabo del encuentro.
—¿Me lo juras por Dios?
—¿Crees que estaríamos aquí si hubiera estado con el militar?, cuando pruebe a otro hombre, de tonta regreso contigo.

El sujeto la abrazó fuerte y ahora lloró en el hombro de su mujer. Estaba feliz. Algo debió haber hecho bien para merecerla. Sin duda.

07/02/2024

Desnudos al anochecer nos sorprendió la Luna

Jesús Pintor

En la charola de notificaciones de su cuenta de Facebook, Natalie Santos recibió una solicitud de amistad, era su vecino, el estudiante de Derecho quien, desde hacía tiempo le lanzaba miradas cargadas de sexualidad. La hembra ignoró la invitación y toda la noche, mujer amorosa, se la dedicó a Ildefonso, los "te amo" acompañados de besos fueron la constante, el cuadro de su propio paraíso.

De madrugada el hombre se alistó para salir a trabajar, sorbió apresuradamente su café, le dio un beso a su esposa y abordó su taxi. Iba por el pan diario "¿cómo no quererlo?", se preguntó la hembra quien en un par de horas saldría a trabajar a la boutique central, negocio que administraba eficazmente.

Mientras esperaba, por alguna razón tomó el teléfono móvil, abrió su cuenta de Facebook y empezó a revisarla y casi sin darse cuenta, empezó a hurgar en la cuenta de su vecino, a quien conocía "de vista" pero hasta esta ocasión supo que se llamaba Ramón Gutiérrez. La foto de perfil era muy sugerente y la mujer se detuvo a ver la imagen por unos tres minutos, cada detalle, hasta que cerró los ojos con fuerza. Aceptó la solicitud.

La misma mirada lasciva del estudiante de Derecho al paso de la hembra esa tarde, hombretón de unos 110 kilogramos de peso que pese a los 1.77 metros de altura, no podía ocultar la leve obesidad. Natalie esta vez no se incomodó ante la penetrante mirada, pero de manera casi surrealista se sonrojó.

La hembra cerró de golpe la puerta de su casa y en ese momento preciso recibió un mensaje "bonita vecina, ¿cómo está?". Natalie no respondió pese a la presura por leer un mensaje más. Tardó unos 10 minutos al no recibir nada ya, para revisar el teléfono, entonces le envió un ambiguo "saludos".

La vida cotidiana con su único hijo y su esposo, tenía la variante de salir a comer con la suegra el fin de semana, platicar con sus amigas y beber unas tres cervezas como máximo. Esta vez estuvo ausente en este evento familiar, algo la inquietaba, quizá la foto del vecino. El teléfono móvil fue soltado por un momento mientras fue por agua. Recibió una notificación y casi tropezó al correr para revisarlo. Era el vecino que había mandado un corazón. "¿Todo bien, amor?", preguntó Ildefonso.

—Es Laura -dijo al tiempo que pegaba el aparato a su pecho-, de la boutique me dice que hacen falta unos vestidos, pero creo que está confundida.

No, ya no estaba en ella, el desprendimiento de su conciencia y su físico, le provocaron torpezas, como echar el cascarón de huevo en la sartén y la yema y clara, en la basura, entre otras calamidades. "Vecina bonita, estoy en casa, tengo cerveza y botana, o café ¿gusta?", un mensaje más a medianoche dos días más tarde. Ildefonso ya dormía... ¿se daría cuenta si salía?, pensó mientras el corazón le palpitaba aceleradamente.

Se levantó como para ir al baño pero se asomó a la calle para regresar a la cama y verificar si su esposo seguía durmiendo.Y así era, para él nada había cambiado en su cuadro del ensueño: tenía a la mujer perfecta, el hijo perfecto, la vida perfecta, amoroso como siempre había sido, no se dio cuenta que su esposa ya no reaccionaba a sus manifestaciones cotidianas.

Ildefonso empezó a roncar, muestra clara de que estaba durmiendo profundamente y con el corazón casi saliéndose de su pecho, la hembra abandonó su casa. Se apostó frente a la puerta de la casa de Ramón, vaciló un momento pero tocó finalmente. El hombre abrió, gesticuló burlonamente y dejó entrar a la nerviosa hembra.

Ya adentro, el hombre la tomó por atrás y le besó el cuello. Natalie cerró los ojos y dejó escapar un gemido, la suave piel estaba erizaba. Y así, de espaldas, dejó caer la blusa y luego, el pantalón. Todo sin palabras. No hicieron falta.

Los fluidos se mezclaron... ya habría tiempo de arrepentirse, incluso Natalie sobrepondría la carga de conciencia al combinar su tibieza con la del cuerpo de su esposo, quien había dejado de ser su hombre, con líquidos ajenos y saliva masculina impropia ya seca, cargada de la sustancia de la inmoralidad.

02/02/2024

Te juro que te estoy mintiendo

Jesús PINTOR

La mano temblorosa por Parkinson soltó lentamente el teléfono móvil de media gama en la mesa donde el café ya había dejado de elevar su elíptico v***r tras la hora y media de súplicas a esa joven mujer, de no más de 26 años, quien había decidido dejar a Ernesto, quien cargaba años y sueños vencidos.

Dos años atrás la había conocido, recordó el hombre, reducido a casi nada y perdido en el canapé, las lágrimas habían bañado las mejillas y el cuello. "Ya no puedo con esto", retumbó la frase de la hembra quien, le lanzó la puñalada al corazón: "conocí a Pedro, y me quiero dar una oportunidad con él", con lo que cerró la posibilidad de seguir con ella.

Los cotilleos tenían ahora volumen y dejaron de estar en la vaguedad, Teresa, su amada, tenía a otro y todas las historias de la gente, con el costal del beneficio de la duda, ya estaba vacío. Todo lo que habían dicho de ella era verdad, Pedro siempre estuvo del otro lado, jalando con sus atenciones y su enjundia juvenil, la atención ¿y el amor? De la mujer.
.. Lloró, lloró el hombre, cual escuincle regañado y con 15 chanclazos en la espalda; renegó de Dios y sus santos, aventó serpientes y sapos, que salieron pese al muro de saliva y lágrimas que entorpecían la libertad a los labios amoratados y pegajosos. El dolor lo estaba consumiendo.

¿Cuánto tiempo pasó?, allá afuera el ruido había descendido, los gritos de los niños jugando en la calle, los vehículos raudos y las ruidosas motocicletas, el pitillo del camotero y el señor de los tamales de ciruela, de pronto se hicieron nada. Ernesto abrió los ojos y una silueta se dibujó frente a él, las lágrimas dejaron de fluir y los labios, de temblar; las manos, avejentadas y con un mar de años, de pronto eran firmes y vigorosas.

Se irguió y allí, en la cama, estaba tendida, boca abajo mostrando sus bondades, quien le había lastimado el orgullo y el corazón. Ernesto besó en la parte más carnosa, y siguió pese al sabor a tela sucia, la lengua se batió por la ¿red textil? De esa carne palpitante. El hombre volvió a sonreir.

Y sonrió, y sonrió y sonrió.

El frío de la madrugada despertó al hombrecillo, quien hurgó en su sensatez y las manos otra vez, temblorosas. Dobló la pierna que rechinó en su articulación y el hombre gritó de dolor.

-Teresa, amor ¿estás bien? -Preguntó ansioso sin voltear.

No hubo respuesta. Silencio y frío. La cremallera corrida estaba pegajosa y sucia, "¿amor?, ¿dónde estás?", el débil eco reconfortó la ausencia de sonidos... huesudo cuerpo empezó a convulsionarse en medio de la recuperación de la razón, la piel añosa se amorató al golpearse con la madera de la cama.

La razón, cruda y endiablada, se engulló la felicidad y el regocijo. Un vecino, a lo lejos veía una película de la que se escuchó el tema musical: "No me acostumbro a tu llanto, no me acostumbro a tu sabor, no me acostumbro a las noches que esperé por tu canción".

30/01/2024

A ver... ¿The Doors?

25/01/2024

Ouch.

24/01/2024

Cinco minutos.

22/01/2024

Cuéntame al oído ¿dónde duermen tus miedos?

Jesús PINTOR

Ruperto, el hombretón que todos tenían por torpe, se había convertido en el héroe de la colonia, así de pronto, sin construcción ni planeación, cierto día un par de niñas de tercero de primaria, gemelas por dar un dato, eran amenazadas por un perro pitbull, de los de pelea, regresaban de la escuela y el hombre, regordete y lento, aventó un tabicón justo a la cabeza del can, con tal fuerza que cayó noqueado.

La mamá de las niñas, Camila, de unos 32 años, no sabía cómo agradecerle haber salvado a sus pequeñas, quienes no dejaban de llorar, ya abrazadas por su progenitora. Ruperto se ruborizó, pues si bien había tenido novias que le hacían cariños, era extraño que una mujer lo halagara, como sucedió en esa ocasión, palabras que fueron rematadas con un beso en la mejilla. La sensación en la piel del hombre hormigueó toda la noche.

Aturdido en sus neuronas, Ruperto se vio volando entre la oscuridad, su mente le dibujó detalladamente la mujer, fue absorbente, de un solo tono. La mano hizo su trabajo y al rato, una toalla fría y húmeda le pasó por los testículos, Ruperto recordó la escena de "Pacto de Sangre", de Benedetti, y se sintió bendecido pues en su caso, no como Octavio, el personaje del texto del uruguayo, no podía contra la vergüenza de resucitar a un mu**to, su mu**to.

Quizá porque Octavio no tenía la musa de Ruperto, quien encendía las ansias de un hombre que contenía todo, hasta la risa y las gracias, metido en un mundo sórdido y de nadería, pero sí, ahora era como las notas del apéndice de Van Gogh, ese grupo español que proclamaba decirle amor a quien no le hiciera daño y al hombretón hasta le habían dado un beso en la mejilla.

"¡Vete a la chingada pi**he vieja loca!", los gritos de un hombre que salió furioso de la casa de Camila, era el papá de las niñas y quien ya la había abandonado a su familia, "¡y no regreses nunca!", la voz de la mujer que emergió del interior con un zapato lanzado hacia su exesposo que impactó en la espalda de Ruperto al haberse cruzado al caminar rumbo a la plazoleta.

Camila se dio cuenta y en medio de los gritos de sus niñas que emprendieron un concierto de lloriqueos, salió a disculparse con su vecino, quien ya había apretado el paso para alejarse, pero se detuvo al oírla. "Venga, vecino, discúlpeme, venga a tomarse un café".

—¿En serio? -Preguntó con miedo.
—Sí, venga -el tono invitador borró el enfado de hacía unos momentos.

El brillo del umbral era adimensional, cual agujero negro fue jalado, o mejor: se dejó guiar, hipnotizado por las palabras de la mujer, quien vestía con ropa muy sugerente. Las niñas salieron con las primas que desde muy temprano las urgían para jugar. El café llegó al sillón donde se había acomodado Ruperto. Una porción cayó al pantalón, el hombre lanzó un gritillo, la mujer se disculpó, las manos se acercaron solícitas y la tibieza de la piel se mezcló con el sudor que ya caía de la frente de Ruperto.

"Mil disculpas...", pronunció la hembra, y luego, la realidad se disipó, con una fuerza tal, como si la piedra que cayera al perro que atacaba a las niñas de la mujer, hubiera regresado del pasado inmediato directo a la cabeza de Ruperto. Una y mil mariposas, una y mil canciones aturdidoras, uno y mil silencios...

22/01/2024

El llamado de Eros

Café americano, sí, con una de sal, de favor.

10/01/2024

Los fantasmas también son pervertidos

Jesús Pintor

Ingresé al motel y alguien al fondo de la pequeña explanada gritó: "¡el seis!". Al enderezar la camioneta la parte del copiloto quedó justo a 20 centímetros del cobrador. Su cara de asombro fue tan evidente que me incomodé.

Estacioné el vehículo y bajé para pagar. "Dos cincuenta", dijo el hombre, pedí, además, dos cervezas. Desplegué las cortinas metálicas y alcancé a escuchar del mismo tipo: "debe ir agachada". Entendí que se refería a mi compañía.

Subí las escaleras, cervezas en mano. Me acomodé en la amplia cama y abrí las cervezas. "Brindo por este encuentro", dije. Obtuve el silencio como respuesta.

Hice como que besaba sobre la almohada... el frio interior provocado por el aparato regulador de temperatura, terminó, dos cervezas adentro, por vencerme de cansancio y me derrumbé sobre mi nada.
Los pies se estremecieron... una mano suave recorrió la pierna y pronto, el torso. La piel apiñonada la tuve en los labios. La besé. Y pronto, la boca. El cuello y la espalda.

A los poco minutos, los jadeos eran tan fuertes que temí que afuera nos escucharan. Nada nos detuvo. Yo dentro de ella; ella, absorbiendo mi ser.
.. Tiempo, tiempo... Fue pantagruélico.

¿Cómo fue?, no lo sé, desperté enmedio de una gran humedad. Me erguí de la cama. El sudor había dibujado la figura voluptuosa de una hembra, pero estaba solo. Busqué en el baño, bajé a la camioneta. Nada.

Soprendido y con apuranzas, me puse la ropa y salí sin más. El cobrador me vio pasar pero ahora se asomó para ver el lugar del copiloto y corroborar que iba solo.
La figura que dejó el sudor en la cama, seguro no se borrará pronto, pensé malicioso.

10/01/2024

Cantaré por ti aunque sea de tristeza

Jesús Pintor

Elfego, el de carita de grillo por su profunda tristeza en el rostro, cumplía ya 45 años de edad ese día de invierno y sorpresivamente, la misma edad sin haber tenido novia. Lo más cercano a una relación, lo recordaba, era la del amor maternal que, se afianzaba más cuando lo amamantaban.

Profesor egresado de normal pública y muy entregado a su trabajo, por lo que sus compañeros y alumnos lo respetaban, salvo el intendente quien casi siempre lo recibía con su cantaleta "maduro viejo, p**o seguro" y Mateo, su alumno, quien no entraba a clases y lo retaba a cada momento.

"¿A qué huele una mujer?", se preguntó frente a una cerveza que bebía ávido, tratando de dibujar, al entornar los ojos, una sombra femenina frente suyo, departiendo, con ojos enamorados y una sweet voice que, le calaba los huesos y le erizaba la piel.

Huérfano por necesidad, desde hacía ya 25 años, cuando sus padres lo corrieron de casa porque su progenitor lo creía homosexual "y me regresas a casa cuando me traigas a mi nuera, pedazo de carajo", recordó las palabras hirientes como puñales, imperantes, de macho alfa y perdonavidas.

Acomodó un pastel de cuatro rebanadas, café con leche hirviente para dos y un par de velas que encendió tras apagar la luz blanca de la lámpara del centro de la sala. Sirvió dos cortes del cremoso pastel. "Te amo", dijo trémulo, y chocó las tazas en afán de recibir una aire de compañía de esa sombra que ahora sí lo veía, se dijo sin atreverse a levantar los ojos para corroborarlo.

La sombra, allá al fondo, luego de sorber su taza, se sentó en la silla y se abrió de piernas, al menos eso le pareció al hombrecillo quien, ruborizado, agachó más la cabeza y con nerviosismo creciente. Era tarde ya, quizá las 11 de la noche y sin más compañía que el triste canto de sus hermanos grillos, quienes entonaban una triste canción de dolor.

Elfego preguntó entonces "sí eres ¿verdad?", "40 veces he estado contigo y no lo crees aún", la respuesta rasposa con olor a yerbas, el volumen corporal llegó a la sombra y las nalgas prominentes, se evidenciaron. Un beso pronto, de pico y no, ya no estaba frío, el hombrecillo pudo sentir la tibieza de los labios.

La cama recibió dos cuerpos frenéticos, equidistantes, agitados, que se fundieron a un solo gemido.

A las 10 de la mañana del día siguiente la vecina tocó con fuerza la puerta pues el agua del tinaco se vaciaba, los gritos, desaforados... Dentro, una sonrisa, una amplia sonrisa y unas manos contraídas al pecho.

01/01/2024

Equivocación.

29/12/2023

Se los dije.

15/12/2023

Murió en el cumplimiento del placer.

14/12/2023

Sí, era una p**a, pero se había robado un corazón

Jesús Pintor

Los acordes que salían de la bocina entonaban la canción de Armando Manzanero, algo así "voy a apagar la luz, para pensar en ti, y así dejar volar a la imaginación...", mientras cerraba los ojos con fuerza y dos lágrimas surcaron las endurecidas mejillas.

Ernesto era un hombre soñador, de complexión endeble, larguirucho, periodista y escritor, que anhelaba una vida disipada, jugando entre lo licencioso y la tranquilidad, sin más anhelos que vivir en su gaveta de sueños.

Allá en Acapulco —fue todo su mundo— la conoció en ese bar de la medianía, enfundada en una minifalda roja y un corsé negro, a manera de protesta, con la huelga de existir, dimensionado y limitado por sus cortos sueños, tan pocos que, Jayaira, tal era su nombre, no se permitía pedirse más.

La vio dos veces y lo atrapó su sonrisa. Solo su sonrisa. El cuerpo era de todos, pero su sonrisa solo de él, se consoló un poco, mientras bailaba desnuda allá arriba, en ese escenario oloroso a lujuria, al ritmo de Phone Song.

Voló su brasier y cayó en las manos de Ernesto, quien creyó que se trataba de una señal y lo olió profundamente con los ojos cerrados para disfrutar el aroma a mujer.

Las gotas de sudor ya corrían por la espalda y el pecho, para bambolear en los círculos cafés, casi rosados y luego golpear el piso con insolencia. Ernesto abrió los ojos y dejó de sentirla. La hembra ya se había ido y unos 10 minutos después apareció al fondo, como una sombra, con el cabello aún mojado y fue a sentarse a la mesa de un hombre.

Ernesto se enamoró de su sonrisa, tan mágica. Una cerveza, dos, y el tiempo pasó, hasta que llegó la hora de la salida. Yajaira, con la mirada cansada y el cuerpo evidentemente menoscabado, casi corría para abordar el taxi que había pedido.

—Oye, Yajaira, oye —gritó el hombre. La mujer no quiso detenerse.

La escena se repitió un par de veces, pero él quería hablar con ella, pero cuando llegaba siempre ya estaba ocupada, así que a los 15 días esperó afuera hasta que abrieron el local. La espera fue un poco más prolongada que en otras ocasiones para ver a Yajaira, quien lo detectó pero se pasó de largo "ven a tomarte algo conmigo", dijo Ernesto con voz trémula.

La chica se detuvo indecisa, regresó para aceptar la invitación del hombre. Ernesto casi temblaba "me gustas mucho", abrió con voz muy grave, casi gutural, la hembra agradeció. No supo si debería hacer más.

"Quiero venir a verte todos los días, y si pudieras, ir al cine alguna vez", la joven aspiró aire profundamente, tanto tiempo hacía que no salía a pasear, le pareció insólito, pero empezó con una lista de preguntas, como si Ernesto tuviera la soga en el cadalso. Al fondo, Emanuel cantaba "Chica de humo".

—¿Sí sabes qué soy, verdad?, ¿sabes a qué me dedico, cierto?, además no te creo nada, así me han dicho muchos.

El hombre se redujo y sus ojos se cristalizaron "no me importa, quiero estar contigo". La joven atinó a darle un beso en la mejilla, se irguió y se retiró a su actividad cotidiana. Al rato la pidió un hombre y luego otro. Ernesto aguantó las bofetadas morales, era su sonrisa y valía la pena. Esa noche se retiró más temprano.

Dos días no fue el hombre y Yajaira resintió su ausencia. El tercero ya veía a la puerta para verlo entrar, de manera insistente, allá en la cama. entre besos y cambio de humores, savia de vida y v***r de dos cuerpos salados que brillaban en la oscuridad.

El resonar de los zapatos viejos tocaron la madera roída de la entrada cierta noche. Ernesto se sentó en la mesa de siempre, Yajaira, diferente a otros días, y evidentemente feliz se levantó de su asiento para darle un beso en los labios y exclamó "no tardo", para regresar con su hombre en turno.

Sí, era su sonrisa. El cuerpo profanado era un envase casi casual, pero su alma ataba ese corazón varonil a sus labios, dos seres enamorados quizá, y para no entretener a la curiosidad, "solo porque sí".

10/12/2023

La Flaca Ceniza y la realidad de Florencio

Jesús Pintor

Florencio, joven comunicólogo, llegó a las instalaciones deportivas de la ciudad. En el estacionamiento del lugar habia un Camaro ZL1, inusual para estas tierras, y como buen reportero gráfico, entró dispuesto a indagar sobre el dueño de ese carro, saber pues de quién se trataba.

Un hombre barbón y casi desaliñado daba vueltas a la pista y una joven frondosa, enfundada en ropa muy corta, se paseaba inquieta. Al verla, Florencio no quiso dejar pasar la oportunidad y pedirle a la joven una fotografía para su periódico "ya de perdis".

—¿Me permite una foto, señorita? -le dijo algo nervioso.
—Cálmate, Florencio, soy Eustolia ¿no te acuerdas de mí?
—Ah ¿la Flaca Ceniza?
—Así me decían todos, pero el tiempo ya pasó.
Y sí que había pasado. El que corría alrededor de la pista era su esposo, otro excompañero de primaria, Esteban, chamaco lagañoso y muy metido en los estudios. Cuando pasó cerca de ellos se detuvo para saludarlo, igual lo había reconocido.

Lo invitaron a su casa, y rieron un rato al acordarse de aquellos tiempos, y Esteban retomó sus ejercicios, tiempo en el que Eustolia, aprovechó para darle a Florencio una hoja con disimulo, igual lo recibió el reportero gráfico y se retiró.

La hoja tenía un escrito, donde alguien le confesaba a Florencio su amor, y que estaba dispuesta a todo, que soñaba con él y que si le decía se escapaba con él a donde fuera, inclusive a vivir bajo un puente. Firmaba la Flaca Ceniza, fechado 16 años atrás.

Qué bueno que no sucedió, suspiró Florencio, esa Flaca no sería la afortunada esposa del nerd de la escuela, ni tendría sus lujos y el reportero, bueno, no tendría a Martha, la chica que sirve la comida y lava los platos en la fonda del mercado. Maravillosa y muy soñadora, le cuenta que alguna vez tendrá un carro "de medio cachete", pero suyo, pa no andar en combi.

03/12/2023

Deberían prepararnos para amar

Jesús Pintor

"Es ella la mujer que amo", expresó (al momento que mostraba una foto), sin empacho el tipo al que le pidieron pruebas de que había vivido en orden y bajo los lineamientos que le permitieran ingresar a la Gloria.

Allá, entre penumbras y un ambiente sórdido, macilento de sonrisas y de alegrías, el hombre era juzgado, segunda etapa de la Prostimería.

—¿Cómo la conociste?
—En el Otoño de mi vida.

"Ah, cuando ya estabas vacío, seco de casi todo"... "no, al contrario, tenía todo sin usar, hasta el amor".

Los ojos penetrantes del juzgador se encendieron para dejar escapar un destello infernal, "¿hasta el amor?, mereces por ello el In****no sin tocar barandas".

"Señor...", "¿señor?, ahora soy tu Señor, única entrada para la Gloria o el desastre, no tienes opción. Háblame de que tenías el amor incólume hasta antes de esta mujer".

"Es que el amor no duele, duelen las traiciones y el apego, duelen los reclamos, duele el desinterés y la indiferencia, duele cuando te lastiman el alma con palabras, duele la ausencia".

"¿Y luego?", pronunció con voz cavernosa el de los ojos infernales.
"Esta mujer me dolía tanto por sí misma como yo podría haberle dolido, aunque el amor estaba allí, expresado y sentido, manifestado de mil formas pero empañado por sentimientos que la opacaban".

—¿Le fuiste infiel?
—Nunca.

"A cada instante ambos luchábamos contra el amor, lo teníamos y éramos uno al otro, unidad y solemne canto de un tono, casi monótono, pero permitimos salir otros sentimientos, los que dolían".

—¿Antes sentiste amor por otras mujeres?
—No, creí amar. Solo eso.

"Pero cuando amé en verdad, el enjambre de mis hebras sensibles se agolpó, ya no estaba ella, yo había emprendido este viaje sin retorno, cuando la tuve conmigo entreveraba los 'te amo' con los enojos; los besos con las agresiones; las caricias con la indiferencia".

Y entonces, "¿ahora te arrepientes y quisieras regresar para componerlo todo?", "¡no!", se escuchó gravemente la voz del juzgado, arrinconado en su cadalso.

"(Ella) supo que la amaba todo el tiempo, que la amo y la amaré por siempre, que su alma debió de haberse fundido con la mía, aunque se mezclaron otros sentimientos contrarios. Ella lo supo y lo sabe".

—Vas a entrar... ¿qué motivo te gustaría que le pusiera?
—Deberían enseñarnos a amar antes de nacer.

30/11/2023

De arena, Yola, los sueños
(Cuento de Navidad)

Jesús Pintor

Y allí estabas, esperando nada, pues la vida nada te había ofrecido, sentada fuera de tu casita, sobre una piedra que sirve de asiento, reconfortada por los primeros rayos del sol. Tu cuerpo delgado aún pálido, no podía calentarse por el frío acumulado de la madrugada y por esa sábana tan delgada que puede verse a través de ella.

Tu concubino, no, tu esposo, como él gusta presentarse, ya se había ido a trabajar y esperabas que llegara a las 10 de la mañana, para almorzar con él, una rutina a la que te ha acostumbrado y que sin decírtelo, sabes que te ama. Esa mañana comerán frijoles refritos, huajes y pedazos de queso cotija.

La angustia invadió el área y la casa que habitan, de bajareque y lámina galvanizada, al estar platicando, sobre lo que él, tu esposo, vio y escuchó esa mañana, te dio un ataque epiléptico, así, de pronto, como demonio, que dejó escapar el momento de alegría. El hombre lloró de impotencia. No sabía cómo ayudarte.

Y por las noches, acurrucados sobre el petate, escucharon en la casa vecina, los sonidos del televisor, el chocar de vasos de vidrio y el olor a ponche... ya se acerca Navidad. Hay luces, villancicos, invitaciones a posadas, tejocote en dulce y deseos que se escabullen por las mil rendijas de tu hogar.

El pecho se apretó y los ojos de tu esposo se humedecieron "algún día, Yola, compraré un arbolito y tú le prenderás las luces", te prometió. La ilusión te arrancó una sonrisa, imaginaste que luego de hacerlo, tocarían a la puerta y entraría tu mamá, tus hermanos y algunos vecinos: irían a cenar con ustedes.

Por lo pronto están solos y esa Navidad será igual que la del año anterior. Ya es 24 de diciembre y el frío, inclemente, ha llegado hasta los huesos. Tu anhelo es tener una cobija de verdad. La fiesta de afuera es increíble, cuetes, cánticos, aromas, risas, gritos... y ustedes, con frío y hambre.

En la casa vecina, Leonor, la mujer mala como le llaman tú y tu esposo, ríe a carcajadas, hay música. Seguro bailan apoderados de una algarabía casi dantesca. Se escuchó que golpeó, tal vez accidentalmente, un perol que cayó al piso y regó los montones de barbacoa de pollo. El olor llegó a tu nariz y al de tu esposo. Se les hizo saliva la boca.

"Orínense allí, ca**ón", se escuchó la voz de tu vecina la mala, "me vale si se enojan" y los meados que golpearon las paredes de tu casa de unos cuatro hombres, quienes, alcoholizados, salieron a regar sus restos corporales. ¿Falta de respeto?, ya estás acostumbrada.

Tocaron a la puerta a los poco minutos, es casi medianoche. Ya llegó la Navidad. Es tu mamá, a quien le abriste apenas y te entregó un envoltorio en papel de estraza. Intentó un beso pero no la dejaste porque no estás acostumbrada a las manifestaciones de cariño. "Cómanselo", te dice apresurada y se escabulló como una sombra a su casa.

Es pollo enchilado y varias tortillas. Invitaste a tu esposo y se lo devoraron. La sonrisa volvió a aparecer en tu rostro macilento, sucio pero iluminado de ilusiones. Es tu Navidad y tu cena. Tu esposo te abrazó. Es una alegría que no soportaste y te volvió a dar otra ataque epiléptico.

Tu esposo te abrazó más fuerte mientras rodaron por el piso. A los dos minutos, producto de tu esfuerzo, lograste controlarte y dijiste, sudorosa y con lágrimas en los ojos, "ya, ya se me pasó, ya... hazte otro taco". Es Navidad, Yola. Tu Navidad.

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