dor

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ataraxia,
dígase del sentimiento de tranquilidad y la ausencia de temores.
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Una última ataraxia presente junto a las estrellas, esas que con vigor y confianza rondaban cerca del techo de la habitación compartida. Sus ojos captaron la magia del universo frente a sí. Sus iris ya no eran color marrón: eran color galaxia; sus mejillas ardían en carmín y la sonrisa era una constante. Ellas, coquetas, encandilaban. Hermosas. Se movían en círculos, asimilando la trayectoria de un lujoso carrusel. Reían y danzaban, cual invitación atrayente para deleitarse observándolas y haciéndoles compañía, como si se tratase de un privilegio que nadie más tenía derecho a reclamar. Eran constelaciones sin tormentos ni problemas. Eran la personificación misma de la calma, la dulce inocencia y la felicidad.
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Había oscuridad, mas la eterna nictofobia, cruel y devastadora, no fue impedimento para embriagarse con cada luz rosa, azul y violeta, que pequeñitas todas casi podían tocar las yemas de sus dedos. E insistió e insistió por alcanzarlas, pero traviesas estas se alejaban y con burlas infantiles le sacaban la lengua.
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Suspiró y negó con la cabeza. «Volveremos a encontrarnos», pensó. Con nula molestia y las mariposas revoloteándole el estómago buscó la mano de su padre bajo las sábanas, se aferró a ella y besó su mejilla. Se acomodó sin más, cerró los ojos y volvió a dormir. No tuvo claro ni el futuro ni el porqué de tal coincidencia fortuita, lo único que sabía es que nada de eso había sido un sueño.
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Inefable, quedó como un recuerdo de seis inviernos.
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ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ (a).