Una Más
Programas de recuperación para familias afectadas por la discapacidad infantil Una Más es una red padres y madres afectados por la discapacidad infantil.
Nos hemos especializado en el acompañamiento a personas afectadas por esta problemática. Funcionamos de modo colaborativo, gracias a un sistema de financiación solidaria podemos ofrecer servicios a precios asequibles. Sabemos que la discapacidad de un hijo o hija puede ser devastadora, que en la sociedad no encontramos apoyos de calidad, ni una mirada profesional informada, que estamos muy sol@s.
Seguridad compartida
Entre pitos y flautas ya no sé qué número lleva este post. Tampoco sé porqué se me habrá ocurrido que viajar en el vuelo de las once de la noche a Ibiza, podría ser una buena idea. Hemos empezado con un griterío en el mostrador por un cambio de normativa, decenas de trabajadores novatos iniciándose para la temporada y el aeropuerto abarrotado de turistas, que no se sabe de dónde salen y quién los fabrica en serie con la gorrita y la cara de empanada.
En fin... Un ajetreo de sube y baja, quita y pon, yo y mi hija zarandeadas de aquí para allá, con cuatro maletas y la asistencia especial que no llega. Para cuando llega ya vamos tarde. La joven que acompaña al coordinador parece una muñeca petrificada. El coordinador es un marroquí de mediana edad, muy serio, tenso como un cable. Finalmente, cruzamos la pista por cualquier parte y cuando llega el camión con elevador para silla de ruedas, el conductor, un flaco con ojos saltones y una pierna muy delgada, se lleva las manos a la cabeza, señalando al coordinador que se ha alejado todo agitado detrás de una furgoneta .
"¡¡¡Mojjjaaaaa!!! ..¡¡¡mecaoen!!!", la cara demacrada y sombría como un Goya. La joven petrificada carga con dos de mis mochilas, los ojos vidriosos. Ambos empiezan una peronata de quejas y acusaciones contra el coordinador, mientras yo le sostengo la cabeza a mi hija, que está babeando de sed. El conductor va dando leches a diestra y siniestra descargando el cabreo, "joder macho... Mojjjjaaaa", así con las venas de las sienes y el cuello hinchadas, marcando una h muy profunda y arrastrada. De tanto descargar se da con una barrera de aluminio en la espinilla y redobla sus gritos. Cuando nos abren la puerta, los dos juntos cargan a la peque resoplando, yo voy detrás arrastrando bolsas, y la niña, que no ve ni camina pero tiene un oído muy fino, se ríe a cada golpe de hebilla, a cada cierre que cierra, a cada click, cada ping, cada flush, ding, d**g y ¡pum!
Mi chiquita ríe, primero bajito, y al final a carcajada suelta. Yo la sigo para no entrar en la onda del cabreo, ni sufrir por la espinilla.
Respirando humanidad
Estoy sentada en el hall de la escuela para niñxs con parálisis cerebral de la Cruz Roja en Valencia. He llegado algo antes de la salida de mi hija, y espero sentada, mientras los trabajadores de transporte, voluntarios y miembros del equipo docente despliegan su danza de entregas y relevos perfectamente sincronizada.
"¿Quién se lleva a Luly?", lanza un profe poniendo a la chiquita a la cola de los carros adaptados. Un voluntario levanta el brazo con una sonrisa de oreja a oreja, bromeando con Luly sobre su desempeño escolar. Ella sonríe, de oreja a oreja, por toda respuesta.
Los niñxs y adolescentes, afectados de distintas maneras por condiciones diversas, son un asombroso puzzle de capacidades y discapacidades. Quién habla o camina, quién mueve las pestañas, gira los ojos, suelta un manotazo, un balbuceo o una carcajada. Quién avanza casi inmóvil en un carromato que es puro colchón.
Los adultos que asisten a esta infancia sin parangón fomentan la comunicación a todos los niveles y en todas direcciones. Abunda un cariño juguetón que impregna cada interacción.
Llega un chiquitín que está aprendiendo a empujar su silla de ruedas, con la cabeza ladeada, la mirada estrábica. La profe le llama desde la puerta:
"Vamos, tú solo... ¡que te tienes que ir a casa!".
"¿Para qué?", el chiquitín articula perfectamente su rauda réplica.
El hall entero ríe por la ocurrencia. La profe se carcajea "eso mismo digo yo... ¿por ti, te quedabas a dormir, ¿verdad?".
Imagino lo que le espera al chiquitín en casa: la madre exhausta, cocinando y fregando, atendiendo a otro hijo, sacando curro pendiente de la oficina, el padre agotado, revisando facturas, sacando al perro, articulando apenas sus propias palabras. El chiquitín aparcado, como un mueble. Una cena apresurada, un beso de buenas noches.
El colegio es un lugar esencial para el crecimiento de estos niñxs, de juego, de atención plena, de algarabía, entretenimiento y estímulos. En este remanso donde hoy respiro, se me hace prístina la ecuación entre discapacidad y comunidad: donde no está la segunda, perdemos la humanidad.
Desde Una Más compartimos esta charla sobre la mirada transpersonal a la discapacidad infantil, con Jordi Álvarez y Masha Pradham, esperamos contribuir a la apertura de los corazones. Buen visionado. Gracias por compartir.
Jaula de Grillos - Una mirada transpersonal en la discapacidad
https://youtu.be/rCeOKPueH40?si=OKMURzkL60U9lKUV
Respiro
Mi hija con parálisis cerebral está de viaje de fin de curso. Son tres días de respiración en los que recupero la sensación impagable de ser dueña de mi tiempo, de caminar sin rumbo, de ir a mi ritmo. Por tres días, mis piernas ya no responden a una tensión constante, deciden girar para aquí o para allá siguiendo una pauta interna que satisface mis propias necesidades.
Es la segunda vez en once años que la pequeña de la familia tiene su propio plan y vuela lejos de casa.
Es difícil comunicar la realidad de un cuidador no profesional a tiempo completo. Los fines de semana son turnos de papillas, cambios de pañal, paseos con el carromato a cuestas. La semana es un corre corre entre deberes laborales y tareas de madre puérpera eternizados. Un poco como vivir con una sartén en el fuego, con el acelerador siempre a tope, los sentidos alerta, ojo avizor atento a las señales de hambre, frío, sueño, necesidad de movimiento, malestares, convulsiones y demás males, siempre volcada en otra persona y sus necesidades.
Tener una persona dependiente a cargo es como intentar alimentar a pilas una montaña de electrodomésticos. La pila da lo que da. Se descarga y entonces la montaña chirría, se tambalea y cae. Yo soy la pila que mueve el mundo de mi hija. He olvidado lo que significa moverme siguiendo mis impulsos naturales. A menudo, sobrepasada por la ingente labor, me descargo, y entonces ya no sé quién soy, si soy mujer o esparadrapo.
Hoy, desconectada del circuito que mantiene viva a mi montaña, me encuentro con que me gusta retozar al sol.
Con que soy más simple de lo que esperaba. Mis placeres de madre libre por tres días son modestos. Respirar. Caminar sin cargar ni arrastrar nada. Abrir los brazos y dejar que el vacío me fertilice con su frescura de arriba abajo.
Y parió la burra II
"Vamos cariño, un pasito más", la dulce voz de Sara, mi vecina del quinto, me llega por la escalera desde el segundo. Me encuentro con ella, una señora de 76 pirulos acicalada y bien peinada, y con su hijo Sergio de 43, afectado por un síndrome de Down que implica malformaciones oseoesqueléticas.
Descienden muy lentamente hasta el descansillo del primero, donde yo brego con mi hija de 11 años en brazos. Bajo a mi niña con parálisis a cuestas hasta el entresuelo, donde me espera un carro prestado. El ascensor sigue estropeado, y parece que la reposición durará nada menos que un mes.
Sara y Sergio me alcanzan en el entresuelo, los veo trastabillar mientras ato a mi pequeña con las cintas de seguridad. "¿Necesita ayuda?, pregunto tendiendo mi mano para prestar la estabilidad que falta. "Y tanto que la necesitamos ", me responde Sara, "la he pedido por todas partes y no me la dan... ni los voluntarios de la Cruz Roja, ni los servicios sociales. Nada. Están saturados".
Satura oxígeno en mi circuito pulmonar. Camino hasta la calle donde el sol vuelve a abrasar, adelantando a la pareja que camina a pasos de caracol hasta la parada donde el autobús, que no espera a los rezagados, llevará con suerte a Sergio al centro de día.
La entrada al colegio está despejada. Llegamos antes de tiempo y puedo presenciar el arribo de un racimo de profes, voluntarios y empleados de transporte que corretean alegremente involucrados con sus tareas y su afán cotidiano. Una profe saluda cariñosamente a mi pequeña por su nombre mientras termina de comer su bocadillo, y mi hija se secarcajea de placer. La entrego de buen grado al enfermero, que acaba de aparcar su bicicleta, y empuja el carro susurrando un buenos días que sabe a gloria, con su coleta alta y sus piernas torneadas.
En la esquina me encuentro a un padre empujando el carro de su adolescente con parálisis cerebral, convertido en una camilla improvisada. El jovencito tiene las piernas inmovilizadas y esparadrapos cubriendo las heridas. El padre, que parece cansado, está un poco más delgado.
Y parió la burra I
Tenía que llegar, y ha llegado. Venía avisando hace meses: el ascensor está definitivamente atascado. Estoy varada en un primer piso, con el carro de mi hija con parálisis cerebral y mi perra, que mueve la cola entusiasmada frente al nuevo día. Calculo las horas de sueño de mi vecina, una estudiante que entra y sale de madrugada, con su perro y su bicicleta. Toco el timbre impaciente, ya llegamos tarde. La vecina me abre la puerta, con legañas y pantuflas rosa palo.
Bajamos las escaleras desplazando el carro con la niña escalón por escalón. Yo voy abajo, ella arriba, atinando como puede con las pantuflas. Noto las lumbares, la musculatura de los brazos tirante, el aliento entrecortado de mi vecina. Es un peligro, está clase forzada de aerobic matutino. Superamos la prueba y llegamos a la calle, con la perra suelta, donde el sol pega como en los desiertos africanos. Cruzamos la esquina y al llegar al cole, descubrimos que la calle está cortada, las barreras de seguridad están fijadas con cintas de plástico para evitar que los peatones desobedientes se cuelen por debajo de los andamios de los pintores que están renovando la imponente fachada del colegio. Damos la vuelta a la manzana y atravesamos la calle por el carril de taxis, arriesgando la vida. En el colegio, entrego a mi hija gesticulando frente a la directora para que entienda que estamos cruzando la calle con el carro, por libre, en medio de coches voladores. Lo entiende: hablará con los pintores para que aflojen las barreras.
La perra se agita en la puerta, anticipando el placer del paseo.
Dejo a la niña en el cole y enfilo hacia el parque. A unos metros del ingreso al recinto verde, me tocan la bocina. Me giro con cautela, esperando lo peor. Es la policía: "señora, haga el favor de atar a la perra'.
La ato.
Tu hijo no ha venido a hacerte feliz
Veo y escucho a mi alrededor a padres y madres tocados, como yo, por experiencias infantiles adversas, adultos a medio cocinar, a cargo de otras infancias. Chapoteo, como todos, en un ambiente social confuso, lleno de contrasentidos, donde la sacralidad de la infancia es pisoteada sistemáticamente.
Si eres un padre o una madre que brega con las dificultades de cumplir con sus responsabilidades, entiende esto: tus hijos no han venido a hacerte feliz.
Si no quieres cambiar pañales, pasar noches insomne, hacer la cola de urgencias en un sábado noche, sacrificar tiempo, dinero y deseos personales por el bien de tu retoño, no seas padre. Abstente de embarazarte de ese macho que tanto te pone. Sobran niños y niñas mal atendidos, ignorados y ninguneados, y sobran adultos inmaduros. Hazle el favor a tus hijos de no quejarte por tener cuentas que pagar, innumerables funciones escolares que ver o charlas de orientación obligadas.
Los niños no vienen a satisfacer nuestros deseos narcisistas ni son terreno baldío para la proyección de nuestras fantasías y frustraciones.
Tener un hijx es como tener una cita a ciegas con una hipoteca de por vida. No sabes con quién, o con qué vas a encontrarte, lo que es seguro es que tendrás responsabilidades. Y si no las cumples, te cobrarán con intereses.
Se habla poco de las responsabilidades hacia la infancia. Se romantizan las maternidades, se exalta el s**o a la carta y se promueven nuevas formas de familia, dentro de un caldo de individualismo consumista, donde parece que lo único que cuenta es la satisfacción inmediata de los propios deseos. Tenemos niñxs, y pretendemos que nos inflen el ego, que nos cubran vacíos existenciales y nos compren el cuento de que sabemos lo que hacemos.
Un momento, digo: paremos un momento. Un hijo, o una hija, es un misterio, es sagrado y no nos pertenece. El misterio puede tener garras y doblegarnos ferozmente. No viene a hacernos felices, sino a enseñarnos, entre otras cosas, a bajar la cabeza. Cambiar pañales. Repasar deberes. Colgar la ropa. Trabajar el doble. Hacernos adultxs.
Gandhi, comprendía la importancia de la diversidad en el tejido social. Para él, la verdadera grandeza (y belleza) de una sociedad, radicaba en su capacidad para celebrar y respetar las diferencias entre las personas, en lugar de tratar de imponer una uniformidad artificial.
Construir sociedades más inclusivas, respetuosas y solidarias, donde la diversidad sea celebrada como una fuente de fortaleza y enriquecimiento, con base en el respeto mutuo y la colaboración.
Esta frase es un recordatorio atemporal de los valores fundamentales que deberían guiar nuestras interacciones humanas en un mundo cada vez más interconectado y diverso.
¡Seguimos!
Chus Cabello.
Seguridad compartida IV
"He avisado dos veces, por la web y por teléfono, a AENA y a la compañía, necesitamos asistencia". Las palabras de mi marido tienen un timbre ligeramente alarmado.
El empleado de asistencia nos reconoce de otros vuelos, sonríe a nuestra hija con parálisis cerebral, y tranquiliza a mi marido "sentaos en el bar, no hay prisa". Dos horas después seguimos yendo y viniendo del bar al mostrador de asistencia, donde nos tranquilizan una y otra vez con una sonrisa "no hay prisa".
Sobre la hora del embarque aparece un operador con chaleco flúor, corpulento, cortante y agitado. Nos pide billetes y documentos, nos mueve a los empujones a través del hall, los controles policiales, pasillos y colas, con la cabeza hacia delante, señalando movimientos con el dedo y escupiendo instrucciones. Subimos al ascensor donde una mujer en silla de ruedas, con los ojos inyectados en sangre y actitud de cordero degollado, es pacientemente empujada por su santo marido. El operador agitado reproduce el efecto ansiógeno-angustiante en el angosto ascensor, la pareja empalidece y se contrae, cogida de la mano, mientras nuestro equipo se divide por falta de espacio.
Por las escaleras bajan el padre y el hijo. El operador nos saca del ascensor y avanza jadeando hasta el principio de la fila, por delante de decenas de pasajeros. No veo a mi hijo ni a su padre y, en un conato ansioso, grito "Miiiiiikeeee!!!! Yvvoooo!!!". Me responden dos voces angustiadas desde lo alto de las escaleras. "¡¡¡Vamos!!!", los espoleo llevada por el miedo que el operador propaga.
Del camión trasbordador al asiento una seguidilla de órdenes, peticiones y aclaraciones llena de malentendidos y nerviosismo. Finalmente, me enfoco en atar a mi hija pequeña a su molde ortopédico, haciendo un apaño con el cinturón de seguridad. La señora de los ojos inyectados me ofrece una mano para atar dos cintas al respaldo. La azafata me comunica amablemente que en caso de evacuación, fuego o accidente, aunque la niña está a mi cargo, vendrían a ayudar.
La mujer que materna en la discapacidad
Creo que a las mujeres que maternamos en la discapacidad nos empapa la lluvia hasta los zapatos. Lidiamos con un cúmulo absurdo de mandatos y deberías, contradicciones y sin sentidos culturales como todas las mujeres (sé sexy pero no p**a, trabaja pero no destaques, obedece y asume las consecuencias, por nombrar algunas). Es un buen lío ser mujer, que nada tiene que envidiar al lío de ser hombre (provee, pero déjala decidir, no te dejes llevar por las emociones, pero ama a tu mujer, sé fuerte pero no dominante), y cuando llega la discapacidad de un hijx, el lío puede ser mayúsculo.
En este tipo de mujer, cuya realidad conozco de primera mano, la autoestima sufre una masacre. Es posible que nos perdamos de vista y no tengamos ni idea de quiénes somos o dejamos de ser. A la crisis de identidad, el agotamiento físico, emocional y psicológico, se puede sumar una feroz, y a veces definitiva, crisis de pareja. Es posible que la mujer se quede sola, porque ni en la familia, ni entre sus círculos amistosos o sociales, encuentra el apoyo, la sensibilidad y la integración que tanto necesitan ella y su hijx diversx.
Frente a ella se abre una grieta peligrosa, a cuyo fondo oscuro nos empuja un caldo social acostumbrado al desprecio y la penita frente a los "pobrecitos". Es muy tentador ponerse el vestido de la víctima y afinar toda inteligencia en el despliegue de quejas, acusaciones, excusas y pataletas, destinadas a conseguir que otro u otra resuelvan nuestros problemas.
En España hay "ayuditas", que se consiguen a fuerza de bregar con colas y papeleos kafkianos. No es precisamente fácil reponerse de un batacazo como este, encontrar la forma de trabajar, estar presentable y seguir siendo un ser humano, sobre todo si una está sola y es el únicx adultx responsable de ese niñx dependiente.
De ahí que trabajemos en Una Más para evitar el aislamiento de estas madres, víctimas de circunstancias adversas, que pueden convertirse en supervivientes valiosas si nos detenemos a escucharlas. Aunque se nos mojen los zapatos.
En el día de la mujer compartimos esta charla que tuvo lugar el 4 de marzo, albergada por la Asociación Española de Terapia Gestalt, sobre las experiencias dolorosas en la maternidad. Desde Una Más participamos aportando la visión y experiencia de Faustina Hanglin, madre de una niña con parálisis cerebral, escritora, acompañante en procesos de cambio y transformación con perspectiva Gestalt y corporal integrativa, docente y autora de la novela El amor era esto, un relato en primera persona sobre la maternidad de alto voltaje.
¡Esperamos que la disfrutéis!
https://blogucieaetg.wordpress.com/2024/03/06/audio-primer-encuentro/
La imposibilidad de amar
Hay pocas cosas más dolorosas que sentirnos incapacitados para amar. El pecho cerrado, la rigidez en las manos, la inmovilidad de la pelvis y el vacío afectivo de quien siempre está en posición de reclamo, desconfianza o indiferencia... la dureza, la apatía o el miedo pueden ser síntomas de un mal difuso que afecta a gran cantidad de personas. No poder amar, darse, confiar y entregarse en la relación con el otro, el mundo y la vida, es algo bastante usual en nuestra sociedad del mundo al revés.
Pupas, golpes y traiciones, sucedidos en la infancia, adolescencia o madurez, y no sanados, no ayudan a andar por la vida con el corazón en el pecho, las manos abiertas y la mirada limpia. Vemos el mundo a través de nuestro cristal y, a veces, el cristal está roto.
Las madres de niñxs con discapacidad no nos salvamos de este mal generalizado, venimos también de recorridos accidentados, llenos de percances relacionales mucho antes de que nos llegara el hijx diversx y su desafío.
En Una Más acompañamos procesos de aprendizaje, cambio y transformación que permiten revisar la propia biografía e historia vincular. Ver dónde perdimos capacidad de amar, para poder recuperar fragmentos del alma herida y reparar nuestra potencia amorosa. Por nuestrxs hijxs, por nuestrxs compañerxs, y por nosotras mismas.
¿Te vienes? Nosotras vamos contigo.
La herida de rechazo se refiere a las emociones dolorosas y las experiencias asociadas con sentirse no aceptado, indeseado o excluido por otros.
Esta herida puede tener profundas raíces emocionales y puede surgir de diversas situaciones a lo largo de la vida, como relaciones interpersonales, experiencias sociales y eventos en la infancia.
Ser padres nos desafía, nos transforma y, a veces, nos lleva a explorar rincones profundos de nuestro ser. La experiencia de tener un hijo con discapacidad afecta profundamente a las emociones y desencadena, sin remedio, la herida de rechazo de diversas maneras. Este, es desafío adicional impregnado de miedo, tristeza, frustración motivados por esta sensación de rechazo por parte de la sociedad (incluso de la propia familia).
Es importante recordar que cada niño es único, y la discapacidad no define completamente su identidad ni su valía.
Inevitablemente la sociedad (una gran mayoría) necesita ver la discapacidad no como una limitación o motivo de rechazo, sino una oportunidad para expandir la empatía, el amor y el crecimiento personal.
Todos y todas tenemos nuestros propios caminos.
Desafiar estereotipos. Entender que la discapacidad no es algo que deba ser superado, sino una parte hermosa de la diversidad humana.
La discapacidad es parte de nuestra historia. No se trata solo de adaptarse; se trata de evolucionar.
Una sociedad que abraza la diversidad, es una sociedad más rica en perspectivas, habilidades y potencial.
Por Chus Cabello.
Desde Una Más compartimos esta invitación al cambio con Lydia Freixes, madre y terapeuta implicada en el acompañamiento de procesos de discapacidad en familia. Lydia brinda una mirada fresca, corajuda y dinámica a los cambios que atravesamos las mujeres-madres de niñxs diversxs.
¡Que la disfrutéis!
Jaula de Grillos de Una Más - Del faro al dejarse ser, con Lydia Freixes Una Más es un colectivo de madres y padres afectados por la discapacidad de un hij@, que se reúnen alrededor de un programa de recuperación especialmente dis...
Ternura y belleza del ser
Estamos en la Sala Caterina de Valencia, donde Gema Gisbert acompaña a un grupo de chicos y chicas diversos a adentrarse en el misterio de la danza. Muchos de ellos tienen los rasgos típicos del síndrome de Down, algunos se mueven lentamente, siguiendo sus instrucciones, realizando figuras en el aire y rodando en el suelo como bailarines experimentados. La más pequeña del grupo, mi hija Joy, afectada por parálisis cerebral desde el nacimiento, es arrastrada sobre una manta dibujando pasos imposibles en el suelo negro y brillante.
En la sala hay un ambiente sobrecogedor, atravesado por corrientes de ternura y una extraña belleza. Los chicos cantan y danzan, bromean y callan, son alegres e inteligentes como las enredaderas que trepan al sol. A veces su silencio remite a la imponente presencia de los animales salvajes, no domesticados. Hay en ellos algo de timidez y delicadeza, una forma de inocencia que inunda la sala con la inefable belleza del ser.
Me han dicho que hace no mucho tiempo gente como esta era considerada no educable. Gema me aclara que "tienen sus tiempos", ese otro tiempo que me mantiene suspendida y fascinada, lejos de la loca competencia, del pánico al error y de la obsesión por la perfección. En la Sala Caterina hoy hemos probado la Eternidad, y sabía a gloria.
ce
# sociedadinclusiva
Vemos la discapacidad como un fenómeno transversal, generalizado y cambiante. Esto quiere decir que afecta a todas las sociedades, en todas las clases sociales, a cualquier edad; que es un aspecto de la experiencia humana que todxs, tarde o temprano, debemos afrontar en mayor o en menor medida, directa o indirectamente; y que está sujeto a cambios, igual que cualquier otro aspecto de la realidad.
Hablamos de discapacidad y no de diversidad funcional, o de capacidades diferentes, porque consideramos que es el término que mejor recoge la serie de consecuencias negativas que sufren las personas afectadas. Al hablar de discapacidad reconocemos que la persona ve menoscabadas sus funciones para desenvolverse de forma autónoma.
Abordamos la discapacidad como fenómeno amplio, sin diferenciar las distintas patologías, condiciones y situaciones que pueden englobarse bajo el paraguas de la discapacidad. Si bien, las discapacidades leves pueden impactar negativamente en nuestra calidad de vida, somos conscientes de que son quienes sufren mayor grado de discapacidad, dependencia y malestar, quienes más necesitan de atención y apoyo.
Nos enfocarnos en el impacto que tiene en una familia la llegada de un hijx con discapacidad, en la figura de la madre, el padre y los hermanxs, siendo estos generalmente cuidadores principales. Sin embargo, reconocemos que la discapacidad puede afectarnos también por un joven amigx, un colega, un pariente, un cónyuge o nuestros padres ancianxs.
Enfoque específico de Una Más
Acompañamiento para familias en la discapacidad
Gracias a todas las personas que participaron ayer en el cine-foro de Latència organizado por Una Más en colaboración con el AMPA del colegio para niños y niñas con parálisis cerebral infantil de la Cruz Roja, en Valencia.
Se hizo patente la necesidad de generar espacios donde equipos docentes, colaboradores afines y familias puedan encontrarse en el plano humano de lo emocional, vincular y participativo.
Pudimos escuchar a docentes, acompañantes, padres, madres y otros profesionales discurrir sobre el impacto que genera este film en la audiencia, sacando a pasear el miedo a la muerte, la frustración y rabia de quién ve sus necesidades eternamente postergadas, el ingente esfuerzo que supone cuidar de una persona dependiente, la tristeza, el cansancio... También sonaron tambores de alegría por el enriquecimiento que supone compartir y aprender juntxs en los enormes desafíos que traen las discapacidades en familia.
Gracias por la oportunidad. ¡Hasta la próxima!
ce
-foro
Compartimos desde Una Más esta conversación con Diana Bohórquez, cirujana maxilofacial pediátrica, sobre los procesos de discapacidad en familia y la necesidad de humanizar los contextos médicos. Esperando contribuir a la sensibilidad inclusiva.
¡Gracias por compartir!
Jaula de Grillos de Una Más - Diana Bohórquez, volver a la inocencia Una Más es un colectivo de madres y padres afectados por la discapacidad de un hij@, que se reúnen alrededor de un programa de recuperación especialmente dis...
Cine-foro de Latència, presencial en Valencia
desde Una Más, y en colaboración con el AMPA de la escuela para niños con parálisis cerebral de la Cruz Roja, queremos compartir contigo una emocionante oportunidad de aprendizaje y reflexión.
Veremos el cortometraje documental "Latència", producido por 15L films y realizado por Carmen Molina y Montse Folgado, que aborda de forma sutil y profunda la problemática de la discapacidad en familia.
"Latència" ofrece una visión íntima y conmovedora de los desafíos que enfrenta una familia en esta situación, invitándonos a explorar diferentes aspectos de la discapacidad infantil y cómo afecta a la familia.
El cine foro tendrá lugar el 25 de enero a las 17:30 en el colegio de la Cruz Roja, calle Alboraya núm. 6, (convocamos a las 17:15 para empezar puntuales 17:30), y la actividad durará 1 hora y media, finalizando a las 19 horas.
Tras el visionado, daremos lugar a un compartir entre todxs. Será una oportunidad para aprender, conectarnos y prestar atención a una realidad que, desafortunadamente, suele ser pasada por alto. Te invitamos a sumarte a esta iniciativa de concienciación y a participar en un debate enriquecedor. Tu voz es importante y sabemos que tu perspectiva es una parte integrante de la realidad que creamos entre todxs. Nos encantaría contar con tu presencia.
Si deseas participar, reserva tu plaza enviando un Whatsapp a Faustina 680123379.
Y por favor, no dudes en compartir esta invitación con quien creas oportuno.
Con ilusión, recibe un cálido abrazo.
*La participación es gratuita. Agradecemos las aportaciones conscientes que contribuyen a hacer posibles nuestros programas de acompañamiento.
-foro
En pausa
En mis pausas de trabajo dialogo con un pajarito y un búho que viven en el balcón, desde donde puedo ver el patio de las monjas sembrado de naranjos.
Voy dándole vueltas siempre a las mismas preguntas, que puntean el proceso de ir convirtiéndome en la que soy.
¿Quién quieres ser?, me pregunta el pajarito. Esa es la principal cuestión a la que me enfrento día tras día. La Faustina que quiero ser tiene llamas en el pecho de tanto arder en preguntas y con el calor que desprende se calienta en las noches de menos diez. Con el fuego protege a sus hijos y con la luz que brinda su fuego ilumina los pasos de un camino que no se deja ver más allá de unos metros.
¿Qué quieres hacer?, el pájaro aguarda mi respuesta. Arder no es suficiente cuando alrededor se abren boquetes, barrancos, desvaríos. Es preciso obrar valientemente y extender puentes para crear nuevos caminos, proteger del acoso y derribo a los que nos someten las trampas civilizadas, alzar refugios donde quepa quien no sabe o no tiene dónde meterse.
¿A quién quieres amar?, el pájaro sigue indagando y yo me pregunto a quién o a qué quiero amar además de la poesía, los niños y algunos hombres y mujeres, y si voy a seguir amando como antes. Y de hecho, ¿a quién? A mí misma, como al prójimo, ni por encima ni por debajo. Me respondo. Y con ese prójimo se catapultan los míos, pero también muchos otros que ni siquiera he encontrado todavía.
El búho escucha nuestro discurrir y arquea las cejas, moviendo el pico como un gancho de arriba abajo. Luego, interviene.
"Tendrás que aprender a derrumbarte con más silencio y mayor gracia". El búho sabe que ser la que arde, obrar con valentía y amarme como al prójimo me lleva por un camino de desarme. Hoy me caigo y lloro, dejando que las lágrimas aflojen mi coraza y deshagan mi máscara de autosuficiencia, con gran escándalo. Espero, con el tiempo, aprender a caer llevada por la danza de la caída y alzando el vuelo en cada colapso. Y luego, entregarme con arte para donar mi canto a esta sinfonía colectiva.