Claudia MHA
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Para recorrer exitosamente el camino marcado por las 4 Nobles Verdades debemos aceptar que:
- El sufrimiento existe.
- Conocemos cuál es el origen y la causa de este sufrimiento.
- Existe un camino que nos conduce a la cesación del sufrimiento.
- El cese del sufrimiento nos conducirá a ese estado de liberación y descanso que es el Nirvana.
A diferencia del Samsara, el Nirvana nos proporciona vivencias de paz y plenitud. Este estado de consciencia hace referencia a una percepción mucho más amplia del mundo que nos rodea, ajena al apego, egocentrismo y el característico deseo del Samsara.
Para alcanzar este estado de descanso y liberación es esencial tener presente que existe un camino por recorrer plasmado por Buda Shakyamuni a través de las 4 Nobles Verdades.
El Samsara es la creencia de que todo permanece y podemos moldear las situaciones en función de nuestros deseos. Este precepto, antagónico a la naturaleza de la realidad y del Ser, hace que desemboquemos continuamente en experiencias de dolor y sufrimiento ya que forjamos nuestros deseos a partir de una percepción errónea de la realidad.
Samsara y Nirvana no son conceptos que referencian lugares alejados del mundo en el que vivimos. Estas nociones representan estados de consciencia que definen la percepción mundana de la realidad que nos rodea.
El hecho de que estas ideas hayan sido malinterpretadas en el folclore de múltiples culturas y religiones es un claro ejemplo de la mala información que solemos manejar, la cual nos debilita.
No debemos de huir del dolor y el sufrimiento. Debemos tomar refugio en el interior de nuestro Ser, donde reside nuestra verdadera naturaleza.
La tradición budista encarna esta acción a través de la toma de refugio. Esta meditación corta eficazmente los patrones mentales relacionados con la adicción al sufrimiento. Permite conectar nuestros campos de consciencia y, en definitiva, aporta claridad, calma y silencio interno a nuestro Ser.
La mente racional tiene una marcada tendencia a identificarse con el dolor y el sufrimiento. Si no tomamos consciencia de este hábito nos acabaremos convirtiendo en adictos a estos sentimientos, esclavos de nosotros mismos.
Las emociones conflictivas y los pensamientos repetitivos son el sustento de esta psique. Aunque nuestra energía se debilite, la mente intelectual sigue necesitando alimentarse de aquello que genera tensión y dificulta nuestra apertura y prosperidad.
Eliminar el sufrimiento es fácil con la orientación adecuada. Toma acción, sal de este patrón adictivo.
A diferencia de la mente pobre, la mente rica siente satisfacción. Es capaz de disfrutar cada momento, cada situación. El presente se torna placer, dejando atrás las emociones negativas y las creencias limitantes.
A través de la mente rica somos capaces de reconocer nuestra belleza, riqueza y plenitud, pudiendo experimentar una sensación de bienestar pleno. Solamente a través de esta actitud interna seremos capaces de generar riqueza y abundancia en todos los aspectos de nuestra vida.
La mente pobre hace referencia a aquel patrón mental que no encuentra cobijo en la satisfacción y aceptación de la verdadera naturaleza de las cosas. Esta genera deseo y, por tanto, no nos permite reconocernos tal y como somos. La sensación de vacío que genera la mente pobre hace que, constantemente, sintamos que queremos y necesitamos más.
Buscar compulsivamente aquel placer que creemos necesitar es incompatible con disfrutar de experiencias de bienestar pleno ya que activa en nuestro Ser emociones negativas y creencias limitantes que desembocan en inseguridad, ansiedad y, finalmente, miedo.
A lo largo de nuestro camino vital nos vemos inmersos en situaciones ante las que reaccionamos de forma involuntaria. Esto sucede porque las acciones que generamos están condicionadas por influencias ajenas a nuestro Ser como modelos socioculturales, emociones conflictivas o herencias kármicas. Los agentes externos mencionados nos impulsan a accionar desde un lugar alejado de nuestra esencia y nuestro momento presente, imprimiendo una carga energética que no se corresponde con la realidad de la situación.
Si deseamos responder al mundo en vez de reaccionar ante él, debemos realizar un trabajo de introspección que nos permita observar nuestra verdadera naturaleza y, como consecuencia, generar una respuesta acorde con la experiencia presente.
Centrado, equilibrado y estable.
El principio de neutralidad se basa en estos 3 estados y constituye una herramienta elemental a incorporar en nuestro día a día.
Las emociones rigen nuestra forma de actuar y relacionarnos, condicionando nuestra toma de decisiones y, por tanto, cercenando nuestra libertad.
Potenciar y fortalecer el principio de neutralidad nos permite dejar a un lado las emociones atrapadas y las memorias acumuladas para poder desarrollar nuestra vida con calma y claridad.
Desde la perspectiva occidental, solemos valorarnos positiva o negativamente; es decir, nos tenemos en baja o alta autoestima. Al realizar este juicio, permanecemos en el ámbito dual y limitado de nuestra mente racional, situando las causas de nuestra felicidad en elementos ajenos a nuestra esencia.
La tradición budista, en cambio, no persigue potenciar nuestra autoestima. Simplemente busca reconocer en nuestro interior ese estado primordial donde, por naturaleza, somos grandes, ilimitados y bondadosos.
En el momento en el que experimentamos esos estados de consciencia, no existe espacio para la duda. No existe juicio.
En ese momento, simplemente, somos.
“Practicar la muerte es practicar la libertad; el hombre que ha aprendido a morir ha desaprendido a ser esclavo”.
- Michel de Montaigne.
Nuestro instinto de supervivencia y el pavor a lo desconocido dan explicación al miedo innato que sentimos ante la muerte. A pesar de esto, comprender aquello que desconocemos nos permitirá entender quiénes somos realmente.
Construimos nuestras vidas en base a distintas identidades (trabajo, parejas, aficiones, finanzas, etc). A partir de estas proyectamos nuestra sensación de seguridad, esencial para nuestra supervivencia. No obstante, estas áreas apenas reflejan una limitada parte de nuestro Ser ya que consisten en elementos externos, ajenos a nuestra naturaleza innata.
En el momento en el que una de estas variables se vea modificada, experimentaremos una pérdida y un desequilibrio interno desagradable ya que nuestros pilares vitales se verán mermados.
Esto sucederá siempre y cuando no hayamos dedicado tiempo a conocer nuestra parte Grande.
Conforme aprendemos a vivir conociéndonos, también aprendemos a morir ya que es en esta parte de nuestro ciclo vital donde nos reencontramos con nuestra esencia. Al abandonar el cuerpo físico, también abandonamos las identidades en las que nos apoyamos. Es este apego a lo material y nuestro alejamiento de nuestra naturaleza primordial lo que nos genera el miedo a la muerte.
¿Te has parado a reflexionar cómo te relacionas contigo, tu forma de tratarte y relacionarte?
Si la respuesta es afirmativa, enhorabuena, ya has iniciado tu camino. Si la respuesta es de signo contrario, tienes ante ti una gran oportunidad de conocerte mejor.
Tenemos el hábito de relacionarnos con nosotros mismos a partir de los parámetros de nuestra mente intelectual. Sin embargo, esta es limitada y juiciosa provocando que nos tratemos desde lugares muy poco bondadosos. Las actitudes que se derivan de este patrón suelen ser intransigentes y nada benevolentes, generan autoexigencia y nos impiden reconocer nuestras cualidades innatas.
Este comportamiento conlleva que nos identifiquemos con emociones negativas como la vergüenza o la no validez y, finalmente, puede terminar desembocando en la autoagresión. Actuando de esta forma, boicoteamos tanto nuestro presente como nuestro potencial, lastrando nuestra expansión personal.
Transcender nuestra mente analítica nos permite reconocer nuestro Ser más profundo, una parte de nosotros cuya naturaleza primordial es la dignidad, la bondad y el respeto.
Aprender a conectar con nuestra verdadera naturaleza nos permitirá tratarnos con respeto y amor.