Fermín De la Cruz
Contact information, map and directions, contact form, opening hours, services, ratings, photos, videos and announcements from Fermín De la Cruz, Politician, .
La Editorial Esténtor dio a conocer la publicación de la segunda parte de la colección Antorcha Dice…, que abarca los tomos del VI al X y que se suma a los primeros cinco publicados en 2022.
"Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida."
-Neruda
Hoy se cumplen 36 días desde que Conrado, Mercedes y su pequeño hijo Vladimir fueron brutalmente asesinados en las afueras de Chilpancingo. No descansaremos hasta que las autoridades encuentren y castiguen a los responsables! 😡😡😡
la más reciente obra del Ing. Aquiles Córdova Morán, sin duda alguna un verdadero análisis de la situación política actual, hoy la presentación en punto de las seis de la tarde. No te la pierdas!
“Más que el canto de la vida
más que la muerte
misma
más que el dolor
del recuerdo
más que la angustia
del tiempo
es tu presencia en el
alma del mundo”
Vicente Huidobro
Todo un pueblo exige justicia en Guerrero
📷 | Líderes antorchistas en Guerrero fueron asesinados, confirmó Homero Aguirre Enríquez, Vocero Nacional del Movimiento Antorchista.
Homero Aguirre Enríquez
Movimiento Antorchista Nacional
Información completa 🔗 https://bit.ly/3GNU9Jm
Los antorchistas potosinos exigimos que se haga justicia para nuestros compañeros Conrado, Mercedes y su pequeño hijo Vladimir, asesinados en el estado de Guerrero.
LA REVOLUCIÓN MEXICANA Y LA RENOVACIÓN DE LOS PARTIDOS
Por: Aquiles Córdova Morán
Este 20 de noviembre, la Revolución Mexicana cumple 112 años, contados a partir de su inicio formal en 1910. Durante casi todo el siglo XX, hasta su entierro definitivo en 1982, los estudiosos del tema no pudieron ponerse de acuerdo sobre cómo definir a la llamada “primera revolución social” del siglo XX. ¿Fue una revolución política, como sostienen los epígonos del maderismo? ¿O una revolución campesina, como dijeron y dicen los seguidores de Zapata? ¿Campesino-popular, según los admiradores de la conjunción Villa-Zapata? ¿O, finalmente, fue una revolución democrático-burguesa, según quienes la ven a la luz de la interpretación materialista de la historia?
Por mi parte, me limitaré a decir lo que creo y pienso sobre ella. La Revolución Mexicana no puede entenderse si la pensamos aislada del contexto internacional y de la marcha del planeta en aquel momento. La influencia del capital mundial sobre México y los mexicanos fue poderosa y evidente desde los últimos años de la dominación española, cuando el monopolio del comercio de España con sus colonias americanas comenzó a ser un obstáculo serio para la expansión del mercado mundial que reclamaban las potencias europeas, en particular Inglaterra, pero también los Estados Unidos.
Es algo bien sabido que la simpatía de esta última nación por la independencia de todos los países americanos se debió a que ya entonces veía en ellos grandes oportunidades para su propio fortalecimiento. “América para los americanos”, sintetizó la llamada “doctrina Monroe”. En el caso particular de México, el apoyo a la causa insurgente fue algo muy calculado, pues tenían planes específicos para expandir su territorio a costa del nuestro, comenzando por Texas, como lo vieron e informaron al rey los propios representantes del gobierno colonial en nuestro país. La culminación natural de este “abrazo del oso” norteamericano, fue la invasión de 1847 y los leoninos tratados de Guadalupe Hidalgo, por los cuales perdimos más de la mitad de nuestro territorio.
Con la firma de los tratados de Córdoba entre Iturbide y O´Donojú, en septiembre de 1821, que rubrican el inicio de nuestra vida independiente, México comenzó a dejar de ser un país agrario y minero exclusivamente. Comenzó a construirse como nación con actividad comercial e industrial significativa, arrastrado por la ola mundial. Pero dadas las condiciones específicas de nuestra separación de España (una conciliación entre criollos y españoles de aquí con los de allende el mar) y la casi inmediata intromisión de los capitales europeos y norteamericanos en el naciente país, nuestro capitalismo fue, desde el principio, una criatura débil, tímida, lenta y dependiente de fuerzas exteriores. Por eso no sintió nunca la necesidad de una agricultura moderna y productiva como base y plataforma de lanzamiento hacia el mercado mundial.
Durante todo el resto del siglo XIX, nuestra agricultura constó de grandes latifundios improductivos o con una productividad insignificante, por el trabajo semi servil de los campesinos indios y mestizos heredado de la colonia, aunque comenzaron a surgir unas pocas haciendas que se dedicaron a los cultivos de exportación: algodón, tabaco, café y azúcar. La concentración de la tierra y la sobre explotación de los campesinos aumentó con las leyes de desamortización de los bienes de la Iglesia, y se agudizó bajo el gobierno de Porfirio Díaz gracias a la colonización del campo con extranjeros, a la actividad conexa de las compañías deslindadoras y a los peones “acasillados”. El despojo que las compañías deslindadoras cometieron contra las tierras comunales de los pueblos, se sumó al que ya venían efectuando los hacendados, y fue una de las causas desencadenantes de la revolución.
La minería y la industria (sobre todo la industria textil en Puebla y Orizaba) también se desarrollaron sobre la base de una mano de obra semi esclava, como lo pusieron de relieve las huelgas obreras de Cananea y Río Blanco. La escasa agricultura moderna, la minería, la industria y los ferrocarriles, dieron origen a una anémica pero real burguesía; y esta, a su vez, necesitada de técnicos especialistas, administradores competentes y abogados igualmente capaces de defender sus intereses, dio origen a una capa intelectual ligada a ella y formada por sus hijos y herederos educados en Europa y Estados Unidos. Se integró así una fuerza social con empresarios del campo, de las minas y de la industria, y por los intelectuales educados en el extranjero. Este grupo poco a poco se fue sintiendo asfixiado por el dominio político de don Porfirio y sus científicos y por los capitales extranjeros protegidos por ellos.
En el otro extremo de la sociedad mexicana estaban las grandes masas de semi siervos acasillados del campo y los esclavos modernos de las minas y las industrias. En ellos residía la única y verdadera fuerza social capaz de derribar al viejo régimen caduco de don Porfirio y los suyos, pero carecían de la capacidad organizativa y de la educación política necesarias para elaborar su propio proyecto de país, acorde con sus necesidades e intereses, y con el cual reemplazar al de los “científicos”. Esta tarea, en la medida en que pudo ser y fue cumplida, le correspondió a la intelectualidad burguesa formada por los hijos y herederos educados en el extranjero, a los que se sumaron mexicanos progresistas que también querían un cambio y estaban dispuestos a luchar por él.
La Revolución Mexicana, pues, igual que la inglesa del siglo XVII y la francesa de fines del XVIII, tuvo una base innegablemente popular sin cuya participación el triunfo hubiera sido sencillamente imposible, pero no por ello fue una revolución proletaria. Esta fuerza telúrica, que clamaba justicia, equidad y libertades civiles y políticas, carecía, como sus antecesoras, de programa propio y de un partido de vanguardia que la guiara. Tuvo que someterse, por eso, a los designios de la clase que sí tenía programa y líderes, a la anémica y endeble burguesía mexicana.
Los momentos más altos y las conquistas populares más significativas de la Revolución Mexicana, tuvieron lugar mientras las masas populares participaban todavía activamente; se materializaron cuando los “plebeyos” aún tenían las armas en la mano o, al menos, la firme decisión de volver a empuñarlas en caso de sentirse burlados. Fueron los años de la auténtica reforma agraria, del nacimiento y consolidación del movimiento obrero moderno, de la escuela socialista y de la expropiación petrolera. Sin embargo, desde el primer momento, desde la derrota de Villa y Zapata, la suerte de la revolución estaba echada: el poder cayó en manos de la facción burguesa, y bajo su conducción nació y se desarrolló la segunda fase, más pura y definida, del capitalismo mexicano.
Todas las reivindicaciones populares que no se materializaron con el auge de la Revolución, pasaron a formar parte del discurso oficial. Cada 20 de noviembre se repetía la frase ritual de la “deuda del país” con los obreros y campesinos, mientras el país iba en sentido contrario. Poco a poco, las conquistas obreras y campesinas empezaron a ser vistas como un lastre, como un peso mu**to (o algo peor) para el “progreso del país”, y se generalizó la idea de que había que anularlas. Este enfoque no era nuestro; era la opinión que se venía imponiendo en el mundo entero: dejarlo todo en manos de la libre empresa y del mercado, eliminar cualquier resabio “socializante” y obligar al Estado a sacar las manos de la economía para constreñirse al papel de simple guardián del orden y la paz social.
El recuerdo y el temor del pueblo en armas demoró el cambio en México, pero al fin llegó. Se impuso el neoliberalismo y la Revolución fue enterrada definitivamente junto con el discurso de la “deuda” eterna con el pueblo trabajador. Pero la “deuda” misma no pudo ni puede ser enterrada; sigue ahí. El pueblo sigue esperando justicia, paz y bienestar. Y aunque el neoliberalismo no lo reconozca expresamente, al ser el heredero de la Revolución es también heredero de sus deudas. Y debe asumirlas y pagarlas. No proponemos la locura reaccionaria de echar para atrás la rueda de la historia; no soñamos con el regreso a los años dorados de la Revolución, del cardenismo, de la expropiación petrolera y del refugio generoso a la República española. Pero sí pensamos que el neoliberalismo y sus defensores están ante una disyuntiva de hierro: o le hacen cirugía mayor a su sistema expoliador para que pueda saldar la deuda de la Revolución con el pueblo, o se enfrentarán, tarde o temprano, a una segunda edición de la rebelión popular.
Ante esta realidad, sorprende y admira que partidos políticos como el PRD, el PAN y el mismo PRI, pregonen a los cuatro vientos que quieren renovarse o refundarse para salir del hoyo en que cayeron, pero que antes tienen que buscar y encontrar las causas de su fracaso. Se dicen sorprendidos, además, por el “fenómeno” López Obrador, y no se explican su arrolladora popularidad. Como el tonto que buscaba su jumento sin reparar en que iba montado en él, esos partidos buscan lo que tienen ante sus propios ojos: la pobreza, la corrupción, la inseguridad y la marginación de las mayorías, todo ello agudizado por su abandono de las causas populares y su adhesión ciega al neoliberalismo rapaz e inhumano. No quieren entender que solo retomando esas causas podrán recuperar la confianza del pueblo. Su refundación, pues, si no corrigen, será un nuevo fracaso, tal vez definitivo.
¿QUÉ FUTURO ESTAMOS LABRANDO PARA LAS NUEVAS GENERACIONES?
Por: Aquiles Córdova Morán
Resulta difícil, para quienes no hacemos investigación directa, hacerse una opinión firme y segura sobre lo que sucede en el país, sobre todo en cuestiones tan delicadas y trascendentales como la seguridad pública, la educación y la salud de los mexicanos, pero particularmente la de niños y jóvenes en edad de estudiar. Sucede que siempre que la información de los medios resulta dañina o desfavorable para la imagen del Gobierno, este sale a descalificarlos acusándolos de falsear o exagerar los hechos para favorecer los intereses de los “conservadores” y los “neoliberales” corruptos que buscan sacarlo del poder. Lo más que podemos hacer los ciudadanos de a pie es diversificar, tanto como podamos, nuestras fuentes de información. No es suficiente, pero al menos demuestra nuestra buena fe.
Empiezo con la violencia. El 18 de agosto, Marcos González Díaz, corresponsal de BBC News Mundo, tituló así su nota: “«Ciudadanos como rehenes», el recrudecimiento de la violencia contra civiles por parte del narco en México”. En la parte atinente a mi tema escribe: “…el crimen campó a sus anchas por Ciudad Juárez, tras una batalla originada en prisión entre grupos locales rivales que después se extendió a la ciudad y acabó con un saldo de 11 mu**tos en la que (sic) la población civil fue el principal blanco de esta masacre… Ante (esto), el presidente Andrés Manuel López Obrador acusó esta semana a opositores y medios de comunicación de utilizar lo ocurrido para generar incertidumbre y desestabilización entre la ciudadanía, y aseguró que con nada menos que 196 asesinatos de viernes a domingo en todo el país, el pasado «fue de los fines de semana, aunque parezca increíble, con menos homicidios»”.
González Díaz dice más abajo: “Lo que preocupa cada vez más es que… la población civil resulta cada vez más vulnerable al quedar prácticamente como rehén en el centro de estas disputas y ser objetivo directo de una violencia atroz e indiscriminada”. Luego aclara que no es la primera vez que sucede esto, “«Ya hubo eventos de este tipo en el pasado, pero lo que sí estamos viendo es un recrudecimiento de la violencia contra civiles. La semana pasada fue asesinado un niño, (negritas mías), vimos cómo incendiaban negocios con gente dentro, quemaban camiones… es innegable que esa violencia se está agudizando», le dice a BBC Mundo Javier Oliva, especialista en seguridad”. Creo que no es un exceso de suspicacia hacernos algunas preguntas sobre la nota citada: si quemaron tiendas con clientes en su interior, o unidades del servicio público de transporte, ¿resulta absurdo pensar que también había niños acompañando a sus madres o a un pariente mayor? ¿Es totalmente confiable la cifra de menores fallecidos en los ataques a la población civil?
Pero el daño no se reduce a esto. Según la información disponible, una buena parte de los que mueren en los enfrentamientos son jóvenes de entre 17 y 29 años, y otra parte importante son adultos, es decir padres de familia con toda probabilidad; y lo mismo cabe decir de muchas víctimas inocentes, que son padres y madres de familia. Hay que preguntarse, entonces, ¿cuántos niños y niñas quedan en la orfandad e irremediablemente traumatizados por la violencia feroz que los golpea? ¿Cuántos adolescentes y jóvenes, que deberían estar en la escuela, en la universidad o desempeñando un trabajo productivo, mueren lastimosamente en estos combates? En otras palabras: ¿de qué tamaño es el costo social que la violencia sin control está cobrando a los mexicanos, a sus ciudadanos de hoy y del futuro próximo? Nadie lo sabe con exactitud.
María Santacecilia, del portal alemán Deutsche Welle, informó el 18 de agosto: “Un reciente informe cuantifica el número de víctimas de homicidios entre menores en el primer semestre de 2022 en México (negritas mías). Son números que reflejan una dolorosa realidad de la que poco se habla”. Santacecilia comenta que son muy pocos los casos que llegan a las páginas de la prensa, como el de Jorge Luis Juárez López, de 13 años, asesinado en marzo en su domicilio de Xochitlán, Puebla; o el de un niño de 10 años que fue asesinado a finales de junio por “hombres armados” que entraron en su casa en la colonia La Villita, en Apaseo el Grande, Guanajuato. Junto a él, hallaron el cadáver de su mascota, un perro.
Estos casos son garbanzos de a libra. “La gran mayoría quedan en el más estricto silencio… Solo en los primeros seis meses de 2022, hubo 1,272 homicidios contra menores de entre 0 y 17 años”. “Son cifras oficiales, nadie puede decir que maneja otros datos”, dice Santacecilia. “Aunque niños, niñas y adolescentes son un tercio de la población, más de 33 millones de seres humanos… no pareciera haber una conciencia respecto a esta realidad que está sucediendo en los barrios, en las rancherías, en los municipios, en las calles…” Esto dice Tania Ramírez, directora de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), precisa Deutsche Welle. Uno de cada cuatro homicidios de niños, niñas y adolescentes ocurrió en los estados de Michoacán, Guanajuato y Zacatecas; esto tiene que ver con “disputas por territorio… Pero también son las condiciones que el crimen organizado encuentra por parte de las instituciones, y de los estados, donde «a menudo la coyuntura política facilita o dificulta la expansión de la violencia», concluye la experta”.
Son muchos los medios y reporteros que denuncian el creciente número de niños y adolescentes que, por voluntad propia o a la fuerza, se enrolan con el crimen organizado como simples espías, “burreros”, e incluso como sicarios. He visto fotografías de niños no mayores de 10 años, vestidos con harapos y con un cuerpo debilucho, portando un arma larga y con mirada que parece decir que la saben usar y están decididos a hacerlo. Son imágenes desgarradoras que deberían movernos a actuar como sociedad, especialmente al Gobierno, que tiene todo, incluida la obligación legal, para frenar esta catástrofe social.
Junto con el crimen organizado, hay otros factores negativos que explican tan terrible descomposición social. Cada vez que se acerca el día del niño o el del estudiante, llueven cifras y descripciones abrumadoras sobre la explotación del trabajo infantil, la falta de oportunidades para adolescentes y jóvenes y la situación de pobreza lacerante de sus familias, que los obliga a abandonar la escuela para trabajar en lo que sea con tal de contribuir al gasto familiar. En México estamos muy lejos de garantizar un empleo formal, con salario digno y verdadera protección social a toda la población económicamente activa, por lo que no sorprende que niños y jóvenes queden totalmente fuera del radar de patrones, Gobierno y autoridades laborales.
Y no es todo. El sistema de salud pública siempre gozó de mala fama por su falta de calidez, de prontitud en la atención de los pacientes y la carencia de especialistas competentes para los enfermos difíciles o graves. Con todo, representaba la única opción al alcance de la población de bajos ingresos. Pero llegó la 4T y suprimió de tajo el Seguro Popular, muy demandado de la gente, por cierto, y en su lugar creó el INSABI, cuya tarea era la cobertura universal gratuita y de calidad. Todos sabemos en qué paró el invento: hoy 35 millones de personas de bajos ingresos no tienen acceso a ningún tipo de medicina si no la pagan de su bolsillo. Es verdad que por declaraciones y promesas no paramos; una y otra vez el Ejecutivo Federal repite que hoy el servicio médico es universal y gratuito, pero en los hechos, los hospitales están saturados, resulta un milagro contar con el especialista adecuado; las medicinas y materiales de curación escasean y las cuotas “de recuperación” han subido de tal modo que resultan prohibitivas para los más pobres.
El portal cronica.com.mx del 27 de agosto informó que “Padres de niños con cáncer exigen por enésima vez abasto de medicinas”. “Al grito de «Quimios sí, desabasto no»… más de 350 personas… salieron desde el Auditorio Nacional con rumbo a Palacio Nacional, para exigir que se cumpla la promesa del presidente Andrés Manuel López Obrador quien, cuando ha tocado este tema en Palacio Nacional en sus conferencias, no se ha cansado de decir que los fármacos para niños con cáncer no faltarán”. Pero siguen faltando, como lo prueba la protesta mencionada. Así se cuida la salud de niños, niñas y jóvenes.
Y falta la educación. Los especialistas concuerdan en que la educación nacional, un derecho humano y constitucional básico, es zona de desastre. Los recortes al presupuesto respectivo se han sucedido año con año; el poco dinero destinado a infraestructura escolar se entrega a los padres de familia para que ellos lo inviertan a su leal saber y entender, sin ser ingenieros, arquitectos o pedagogos; se suprimieron las escuelas de tiempo completo que daban alimento y educación de calidad a varios millones de estudiantes de bajos ingresos. Ya antes de la pandemia éramos el penúltimo lugar entre los países de la OCDE, pero la Covid-19 agravó la situación con el cierre de las escuelas y el consiguiente rezago de los alumnos, en especial los más pobres, que carecían de las condiciones mínimas para recibir la educación a distancia. Aumentó la deserción escolar, que se estima en no menos de tres millones de jóvenes y niños. Y la SEP, lejos de volcarse en la atención del rezago y de la gigantesca deserción, se ha dedicado a crear un nuevo Marco Curricular y un Plan de Estudios 2022 para la Educación Básica Mexicana.
Carlos Elizondo Mayer-Serra, en REFORMA del 28 de agosto, cita textualmente del documento original: “En la educación pública obligatoria ha prevalecido un discurso que argumenta las desigualdades sociales, económicas y culturales sobre la base de cualidades individualizantes como son las «inteligencias», «competencias», «talentos», «facultades innatas», «dones», que tienen que ser estandarizadas y objetos de medición para distinguir a unos de otros bajo la lógica de que existen infancias inferiores que fracasan y otras que son superiores y destacan”. “Esto ha dado paso a un tipo de institución educativa que es valorada, no por su capacidad para enseñar, aprender y favorecer la construcción de relaciones educativas, pedagógicas, sociales y culturales, sino por su función distributiva de las trayectorias de las y los estudiantes, la cual se aboca preponderantemente a la formación de capital humano”.
Mayer-Serra no desdeña la importancia de “… inculcar valores, comprensión de la compleja realidad social, respeto por el medio ambiente y por la diversidad”. “Pero -añade- sin competencias sólidas en lectura, matemáticas y ciencias, no podrán tener una vida laboral ni cívica plena”. Más abajo explica el enfoque del nuevo Plan porque “…la ideología les impide entender cómo funciona el mercado de trabajo en el capitalismo. Esto es muy grave. Sin una población educada es imposible crecer en forma sostenida en un mundo de cambio tecnológico acelerado”. Esto es verdad. Los marxólogos de la SEP no entienden por qué el precio de las mercancías no lo fija cada productor individual, sino el mercado, ya que es aquí donde la sociedad convierte, mediante la oferta y la demanda, el trabajo individual en trabajo socialmente necesario y, en función de éste, fija el precio. Por tanto, ningún aprendiz de brujo puede imponer al capital el tipo de trabajador para sus empresas; y si repudia el carácter del profesional que demanda, no tiene más salida que derribar el sistema completo y sustituirlo por otro que sí se acople al tipo de profesional que a él se le ocurra formar. De lo contrario, creará un conflicto insoluble entre oferta y demanda de trabajo y, por tanto, paralizará la producción de bienes y servicios en perjuicio de la sociedad entera.
Violencia incontenible, pobreza familiar, carencia de acceso a la salud de calidad y, ahora, un Plan de Estudios que quiere someterlos al lecho de Procusto de sus prejuicios anticapitalistas sin romper con el capital, son las tres plagas que se abaten sobre nuestros niños y jóvenes en edad de estudiar. Por eso, termino repitiendo mi pregunta: ¿qué futuro estamos labrando para las nuevas generaciones? Pienso, con toda honestidad, que aquí hay un problema que debemos resolver entre todos, y no dejárselo solo al Gobierno si queremos salvar a nuestros hijos de un futuro de pobreza y atraso en todos los órdenes.
LA PARTIDOCRACIA
Por: Aquiles Córdova Morán
Hay quienes afirman que la llamada civilización o cultura occidental no vive en una democracia auténtica, como gustan de decir y repetir sus teóricos e ideólogos más conspicuos, sino en una partidocracia. ¿Por qué en una partidocracia? Porque son los partidos los únicos sujetos de derechos políticos, a diferencia del resto de la sociedad (es decir, lo que Gramsci llamó la sociedad civil) cuya participación en la vida política de sus respectivas comunidades nacionales se reduce a elegir, con su voto, entre las distintas opciones que tienen a bien ofrecerle los partidos. En breves palabras: su único derecho es el derecho a elegir amo.
Los partidos, en cambio, se reservan para sí todas las actividades que tienen que ver con la organización y funcionamiento del Estado, con la forma de gobierno que dicho Estado debe tener, con la estructura e integración del mismo, con los servicios y actividades que debe prestar y desempeñar, con la reglamentación de todos los aspectos fundamentales de la vida de los ciudadanos y, ante todo y sobre todo, el derecho a disputar el poder político de la nación y a proponer candidatos para ocupar todos, absolutamente todos, los llamados “puestos de elección popular”. En estricto sentido, los funcionarios de una democracia occidental no salen del seno de toda la sociedad ni el programa de gobierno que enarbolan expresa las aspiraciones y demandas de la misma. Los elige su partido, y su plan de trabajo sintetiza la ideología y los intereses de los militantes de éste. Consecuentemente, el gobierno conformado por ellos no representa a la sociedad en su conjunto sino al partido que los llevó al poder. De ahí el nombre de partidocracia.
El gobierno de los partidos es una falsa democracia; niega en los hechos la esencia de ésta última que es, precisamente, el derecho del pueblo a participar, abierta y libremente, en la conformación del equipo de hombres que deben gobernarlo y, sobre todo, en la toma de aquellas decisiones trascendentes que impactan de modo decisivo la vida y el bienestar de toda la ciudadanía y que cambian el rumbo del país en cuestión. Sin embargo, cuando la formación económico-social en que actúan los partidos funciona aceptablemente bien, los ciudadanos comunes y corrientes no sienten la necesidad de participar directamente en los asuntos públicos, no sienten la urgencia de tomar en sus manos, sin ningún tipo de intermediarios, la discusión y la solución de los problemas más graves y urgentes que los acosan. En tales condiciones, la partidocracia juega bien su papel de encauzadora de las inquietudes masivas y su dominio es tolerado, y hasta aplaudido a veces, por las grandes masas populares a quienes mutila y conculca sus derechos.
Las cosas cambian cuando el modelo económico-social no responde, aunque sea en mínima medida, a las aspiraciones y necesidades populares; cuando el denominador común es la pobreza, la marginación, la ignorancia, la insalubridad, el hambre y la injusticia social en todas sus formas y manifestaciones. Entonces la partidocracia, con su insistencia en el respeto irrestricto a las viejas leyes y tradiciones que le dan vida, con sus intentos por reforzar y endurecer su monopolio sobre los órganos y mecanismos esenciales del gobierno, muestra su verdadera esencia, su carácter de camisa de fuerza que pretende contener el surgimiento de nuevas formas de organización popular y de creativas formas de lucha social, que buscan paliar las difíciles condiciones de vida en que se desenvuelven las grandes mayorías trabajadoras y desempleadas. En tales condiciones, la partidocracia, en vez de mostrarse flexible y evolutiva, se cierra totalmente a cualquier manifestación política que no esté controlada por ella y que, a su juicio, represente una competencia y ponga en riesgo su dominio. Surge entonces una santa alianza entre los partidos preexistentes con el fin de impedir la creación y el desarrollo de nuevos partidos políticos que les disputen el poder, o lo que pudiera considerarse como un embrión de los mismos. La consigna parece ser: “ya estamos completos; el pastel ya está repartido y no hacen falta más comensales; nuevos partidos sólo generarían desequilibrios e intranquilidad social y, por tanto, deben ser prohibidos terminantemente”.
Sale sobrando decir que, semejante postura, no es sólo lógicamente incongruente por cuanto niega a otros el mismo derecho que reclama para sí, sino, lo que es más grave, políticamente errónea porque, al cerrar la puerta de la lucha política legal a los inconformes, a quienes, por una u otra razón, no se sienten representados por los partidos existentes, los reduce a la desesperación, a la impotencia y, por tanto, los obliga a buscar caminos fuera de la ley para dar curso a sus inconformidades. Desde mi punto de vista, no andan muy desencaminados quienes afirman que la proliferación de grupos que se autodenominan guerrilleros no es solamente el resultado de la tremenda injusticia social que priva en el país y de la miopía y dogmatismo trasnochado de los dirigentes de estos movimientos, sino también de la escasa flexibilidad que muestra el sistema para permitir la formación y libre actuación de nuevas corrientes políticas no enmarcadas en los partidos políticos tradicionales.
Sostengo, por eso, que nadie le hace tanto daño al sistema, que nadie atenta tanto contra la paz social y la tranquila convivencia de los mexicanos, como aquellos funcionarios que se niegan a dialogar con organizaciones sociales autogestionarias, que demandan servicios y derechos elementales de sus agremiados en un intento por atenuar la injusta distribución del ingreso nacional, simplemente porque no pertenecen a su partido o porque ven en su accionar un desafío a su poder omnímodo y a su sagrada investidura. Que los mejores aliados de la guerrilla, quienes más firmes argumentos les prestan a sus ideólogos, son aquellos funcionarios que atacan y persiguen, como si se tratara de peligrosos delincuentes, a los ciudadanos organizados que les demandan solución a sus problemas argumentando que, lo que en realidad buscan, es conquistar el poder que ellos detentan. Como lo puede discernir una mente sana, ese modo de razonar huele a paranoia, pues no necesariamente todo el que actúa, sobre todo si lo hace con banderas reales y legítimas, busca conquistar el poder político. Pero aunque así fuera ¿dónde está el delito? Si buscar el poder por los caminos previstos por la ley es un crimen, entonces los primeros criminales serían los funcionarios que lo poseen actualmente y los partidos que los ayudaron a conseguirlo.
El buen consejo diría que, mientras más difícil se muestra la situación económico-social de un país, mayor flexibilidad y voluntad de cambio deben mostrar quienes lo gobiernan, mayor disposición a escuchar y abrir campo a las fuerzas inconformes, de modo que estas no tengan pretexto alguno para apartarse de los caminos de la ley. Desgraciadamente, en los hechos ocurre todo lo contrario.
Quienes hoy comparten la responsabilidad de gobernar al país, no deberían olvidar que la verdadera democracia es aquella que otorga a éste, en los hechos y no solo con palabras, el derecho a modificar su forma de gobierno, sin alterar la esencia del Estado, sin más requisitos que aquellos que la propia ley establezca. Democracia que no permite la actuación libérrima del pueblo, empezando por respetar su derecho a organizarse como a sus intereses convenga, es una democracia en el nombre pero una dictadura en la práctica. Quienes atacan a la organización popular son dictadores en potencia.¡Cuidado con ellos!