Tu me dejaste de querer
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En esta vida a fin de cuentas tenemos que dar tantas gracias, que se nos va la vida, se nos van los momentos y nos quedamos con las palabras atoradas en la garganta.
Gracias, sí, por todas esas tormentas que nos han hecho resistentes a todo, al cambio, a los daños, a las decepciones, a las cicatrices y heridas, muchas gracias.
Gracias a las tristezas, a los momentos malos por hacernos más humanos, más sensibles y ver lo bonito de la vida.
Gracias al amor por darnos esas alas para volar cuando creemos ser pájaros en jaulas sin salida.
Gracias, sí gracias, al miedo por impulsarnos a movernos, aunque nos paralice a veces, aunque nos quite sueños, pero nos hace arriesgarnos a lo mejor, a aquello que puede ser la chispa que nos falte para ser quienes éramos hace días.
Gracias a los que nos dicen que no podemos, que dejemos los sueños a un lado, a los que no creen en nosotros, por hacernos creer que todo es posible, porque no depende de ellos, sólo de nosotros que se haga realidad lo que deseamos sin ver salida.
Gracias sobre todo a mí, a cada uno de nosotr@s por no darnos por vencid@s, por no tirar la toalla, por no abandonarnos, por seguir luchando cada batalla y cada guerra que se nos presenta día a día, porque esa es la vida. Todos los pasos son necesarios y lo comprendemos cuando vemos que la luz brilla, aunque caiga la noche y se torne oscuro, pero siempre amanece, siempre amanece, por muy malo que haya sido el día.
Bien dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre, o se abre una ventanita.
Y quizás la puerta esa que se abre, o esa pequeña ventanita que lo hace está llena de sorpresas, de oportunidades todavía aún más grandes.
Solemos pensar que no, que no va a ser así, que vamos a estar en penumbras, entre sombras, que esa puerta no se abrirá, pero cuando menos lo esperamos lo hará, seguro que sí. Y se abrirá un gran abanico de oportunidades que antes no teníamos.
No, no hay que entristecerse, no hay que deprimirse ni ponerse pesimistas porque todo lo malo que nos pueda ocurrir al final tienen un por qué. Que no sabemos cuál es, pero lo tiene. Y quizás, sí, tan solo quizás lo de menos es el por qué, lo que hay que preguntarse es para qué ocurre eso que nos ha pasado.
Porque sí, puede que pensemos que ya nada será igual que antes, que nuestra vida no será la misma, que nosotros tampoco lo seremos.
Que ese vacío que tenemos en el pecho jamás vamos a dejarlo de sentir, que nos ahogamos entre el todo y la nada y nos cuesta respirar. Esa sensación extraña que nos lleva a la nostalgia, que nos llena de recuerdos, de tristeza. Y es entonces cuando queremos llorar, estallar, cuando queremos aliviar el alma a base de lágrimas, de gritos, pero no lo hacemos la mayoría de las veces. Sólo descansamos, respiramos y nos reímos o nos quedamos en silencio.
Porque sí, porque bien sabemos que en el fondo, en el fondo, sólo sentimos miedo. Y que aunque nadie lo sepa, una vez sepamos afrontar ese miedo podremos, claro que podremos. Y quizás no recordemos luego cómo lo logramos, o cómo sobrevivimos a tanto. Incluso el miedo puede que vuelva a abrazarnos de vez en cuando, pero una cosa te aseguro. Cuando todo termine, cuando llegue la paz y la calma, ya no seremos los mismos que éramos cuando empezó todo y de eso se trata. De ordenar todo ese desastre y ese caos y poner primero la esperanza.