FRESAS CON CREMA

FRESAS CON CREMA

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14/03/2023

Los días en la panadería eran -casi- siempre iguales y los clientes… también. La mayoría de ellos gente de la comuna que pasaba por un café y un desayuno dulce que les ayude a despertar el paladar para tomar el día de la manera más feliz posible, otros se conformaban de estudiantes ansiosos por calmar su curiosidad y hacer una pequeña celebración de haber terminado el día escolar con un festín de chocolates y olores azucarados por doquier, y en su resto aquellos que visitaban la ciudad; encontrando por casualidad el pequeño letrero de madera colgando de la puerta que gritaba , oferta muy tentadora, al parecer.

A pesar de que Jiji podía reconocer a los visitantes más frecuentes, un chispa y una luz se hizo presente en el ding ding de la puerta cuando esta se abrió. Ella podía jurar que miraba a un ser que no comprendía, algo que llamaba su atención y que quería estudiar a detalle: las facciones del rostro, el movimiento de sus brazos y piernas acercándose al mostrador, sus ojos yendo y viniendo por el menú a espaldas de la chica a cargo, los dedos inquietos y la sonrisa tan amable. No se malinterprete, ella solo era curiosa por naturaleza, nacida bajo la gran duda del por qué, el cómo y el cuándo, y ahora mismo tenía al frente al objeto más reciente de sus preguntas, no iba a desaprovechar la oportunidad de poner a trabajar esa cabecita pensadora, los engranajes e hilos haciendo cohesión uno con otro mientras pensamientos brotaban como gota de aceite en la mano de un mecánico.

–¿Disculpa? Quisiera la tarta de queso, por favor. – Y ahí estaba, una incógnita más. ¿El timbre de voz de alguien podría parecerle tan armonioso? Se despejó de cualquiera cuestión, recordando que se encontraba en horario de labor, recordando a los panqués que tenía en el horno empezando a reclamar su atención desde el fuego y notando la cercanía del cliente, quien reclamaba atención también. Amable y naturalmente, le respondió.

– Sale enseguida, tal vez quieras aprovechar la promoción, en la compra de un triángulo te llevas otro gratis, recién echo. – intentó convencerle.
– Ah, claro. Entonces deme ambos por favor. – De nuevo, la sonrisa de riachuelo que se coronó con dos hoyuelos a los lados. Sintió el rostro caliente, quizás por la cercanía al horno o por el retumbe de su motor encendido a mil por hora, pero ella no podía estar nerviosa. No era posible, ¿estará enfermándose? Seguro esa sería la situación.

No le dió tanta importancia y continuó despachando a Don Riachuelo, acomodando ambos trozos de tarta lindamente en su paquete correspondiente y recibiendo la ganancia del día a cambio. Le observó la espalda mientras aquella persona se alejaba y solo ahí se dio cuenta.

– La cafetería se encuentra más sola de lo normal hoy.

14/03/2023

「왜 늘 제자린데 헤어날 수 없는 너란 굴레?」

Caminaba a paso latoso arrastrando los zapatos de charol que, para esa hora, ya estaban más que magullándole los deditos de los pies. La música retumbaba en sus oídos y por suerte no le quedaba mucho camino que recorrer. Siempre amó mirar los colores distorsionados de las flores cuando los rayos del sol pegaban en ellas; sentir la brisa del viento en la cara cuando las gotas de sudor, producto de la temperatura de primavera, se hacían llegar, mirar a los transeúntes como ella llegar a sus destinos y otros apenas empezar su camino y se preguntaba si les faltaba mucho, ¿demorarán el mismo tiempo?, ¿le acompañarán en el camino?, ¿también les dolerán los pies?

El murmullo de su gran cabeza pensadora se acalló cuando miró la puerta de la casa de su abuelita, señal de que por hoy terminaba el paseo. Ding d**g, toc toc, ding d**g, toc toc. Unos segundos más y tenía a la viejita de manos arrugadas recibiéndola en casa como siempre. — Pasa cariño, la comida está servida.

Adoraba la casa de su abuelita; acogedora, con cachivaches que no dejaban los años pasar y eternamente cálida, se sentía como entrar en un abrazo del cual nunca querías despegarte. Después de almorzar se adentró a la rutina: tomó al mandil y acudió al frente de la casa donde se encontraba el local. Así como en las flores, el sol también pegaba en los ventanales de la pastelería y alumbraba las decoraciones y mesas, iluminando más que la luz artificial. Jiji se dirigió al mostrador y comenzó su jornada entre tareas, manchas de harina por todos lados y lamidas de dedos sin poder resistirse al sabor de los postres de su abuela.

Ayudar en la pastelería era algo que siempre había anhelado; desde pequeña observaba a la viejita pasarse los días en la cocina haciendo magia y llenando la casa del dulce olor a chocolate, almendra y a veces limón, las ganas de querer meter la mano en las mezclas crudas y pasar la yema de los dedos por el betún fueron costumbres en la chica hasta que tuvo la edad suficiente para involucrarse cada vez más en las recetas y estas se involucraban también en su corazón. Las risas con sus abuelos y familiares también se involucraron más en ella, la cercanía e intimidad de estar cerca de los hornos y compartir ese calor en los días de invierno les hicieron inseparables, el abrazo afianzándose cada vez más a medida que las magdalenas crecían en la temperatura. Por eso, decidió tomar el trabajo de medio tiempo en la pastelería que llevaba ya unos años inaugurada, siendo un éxito entre los vecinos que ya conocían las delicias de la familia y también entre los turistas que paseaban por las calles más escondidas de la metrópolis de Busan, donde se podía dar un respiro de la vida citadina y adentrarse a los suburbios de las casas más alejadas del centro, donde la trivialidad, la familiaridad y la rutina, eran la receta favorita en la vida de Jiji.

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