Conexión Angélica Lucía Carolina Gómez Spatakis

Mi camino hasta aquí

Soy Lucía Carolina, un Ser en proceso de evolución. Nací en Montevideo en el año 1974, hija de José María y de Diana, hermana de Lía, Pablo, Andreina, Gabriela, Rodrigo, Andrés y Pedro. Vengo de una familia ensamblada, de una infancia marcada por la dictadura y el miedo, de amigos del barrio jugando en la vereda y de largos veranos en Salto en casa de mi padre. Vengo de una familia de razonadores profesionales. Pasé gran parte de mi infancia en casa de mis abuelos maternos, aprendí a coser y tejer con mi abuela, ella corrigió mis deberes de la escuela y cada año me hizo con sus manos un disfraz en cada carnaval. Mi abuelita usó pantalones y pasó por la facultad de arquitectura cuando las mujeres solo tenían permitido estudiar leyes o medicina, ella me enseñó valentía, el placer del viajar y a ser desobediente. De mi madre aprendí la perseverancia y el hacer, de mi padre que no importan las distancias, cuando uno está conectado con el corazón siempre está cerca.
Cursé primaria en la escuela pública y secundaria en un colegio privado. A los 17 años fui estudiante de intercambio en Holanda, viví otra cultura y aprendí que a las personas nos mueven las mismas cosas sin importar nuestro aspecto o procedencia. Ese año estudié en una escuela de Diseño, a mi regreso cursé la carrera de comunicación y diseño en Uruguay.
A los 19 años ya trabajaba profesionalmente en diseño, actividad que desempeño aún hoy.
Desde los 4 años tuve síntomas físicos de que algo no andaba bien, se me apretaba la garganta tanto que me costaba respirar, mi madre me trataba con antialérgicos sin resultado alguno. Esperé a “ser grande” con ansias para poder curarme. Mientas crecía, desde los 7 años en adelante había desarrollado una estrategia para sentirme mejor, me sentaba frente a las plantas de la jardinera de mi casa y les enviaba amor desde mi corazón y sentía como ellas me lo devolvían, esto fue la medicina más eficaz con la que contaba.
Durante gran parte de mi vida conviví con la sensación de asfixia.
En esa búsqueda de respuestas, a los 19 años, llegué a un grupo de personas devotas de Sai Baba, un maestro que estaba aún encarnado en India y contaba con muchos seguidores.
Un día Baba se me presentó durante una meditación y se quedó conmigo hasta que cumplí 30 años, bastaba con llamarlo y él caminaba a mi lado, respondía una a una las preguntas que tenía en mí. A él le fui entregando uno a uno mis miedos en rituales que yo misma inventaba y él los quemaba en una gran fogata, y como le gustaba mucho hacer bromas, aveces se los comía. Sai Baba fue mi primer gran Maestro.
A los 26 años, mis síntomas lejos de desaparecer empeoraron, se comenzaron a manifestar en mi cuerpo ciclos completos de lo que llaman ataques de pánico, tenía 3 o 4 por semana. Sentía que una parte de mí estaba inhabilitada para la vida. Fue así que luego de varios estudios físicos para descartar cardiopatías, llegué a una Psicóloga y Psiquiatra, con la que comencé un tratamiento de dos años, ella me aseguró que mi enfermedad tenía cura, y yo estaba decidida a sanarme.
A los 28 años, en plena crisis del 2002 emigré con quien fuera mi pareja primero a Holanda y luego a España, nos separamos un año y medio después de irnos, y fue allí donde completé el proceso de sanación de mi herida de la infancia.
Ver, Ordenar, perdonar, soltar y finalmente amar me permitió, cuando tenía cumplidos ya 30 años, durante un ritual para recibir el año nuevo en Barcelona, darme cuenta de que eso que cada año pedía que se fuera desde que tenía memoria, ese año ya no estaba... y lloré, lloré, lloré mucho de felicidad, porque luego de 26 años ya podía respirar libremente.
El alma se mueve lento decía el maestro de Buto (danza japonesa) Kazuo Ōno, cada paso son 100 años, y aveces nos movemos tan despacio que parece que no avanzamos, más si uno tiene la determinación, el regalo llega, el cambio se materializa.
Regresé a Uruguay en el año 2008 con 33 años, con una carrera de Diseño sólida, con experiencia en comunicación con contenido social y con la certeza de que mi camino de vida no era el empresarial. Al año siguiente me inicié en canalización Angélica con la Maestra Elsa Samaruga, un maravilloso ser al que le estoy infinitamente agradecida. Los primeros 7 años lo practiqué a diario y lo usé en mi día a día.
Recibí instrucciones precisas para mi vida cotidiana, y poco a poco fui creando la vida que hoy tengo. Salí del mundo empresarial y elegí una vida más simple en la que dispongo de mis tiempos y elijo el lugar físico desde donde trabajo. Vivo en un entorno verde, en una casa autoconstruida con mucho amor y ecológicamente responsable.
Tengo dos hermosos hijos, Luana nació en 2011 y Lucas en 2014, ambos usaron mi canal de luz para comunicarse antes de encarnar, dieron sus nombres y caracterísitas físicas y emocionales, compartieron su proceso de desarrollo y dieron instrucciones sobre lo que necesitaban para crecer sanos. He de decir que sus características coinciden exactamente con las descripciones recibidas.
En el año 2016 luego de perder a una persona a quien amé profundamente y separarme del padre de mis hijos, conocí a Pablo López Tatarchenko, quien me enseñó a trabajar con grupos y a reconocer y enfrentar oscuridad. Hasta el momento sólo había trabajado con luz, le temía tanto a la mi propia oscuridad que me había negado a verla. También me impulsó, de todos los modos que pudo a compartir esta herramienta. Así que aquí va mi agradecimiento hacia él. Aún colaboramos mutuamente en la tarea de expansión de luz.
Así fue que comencé a compartir mi experiencia, más allá de mi círculo íntimo, introduciendo a otros/as en la Canalización Angélica, así como recibir consultas e inquietudes personales, hoy en día esta actividad ocupa la mayor parte de mi vida.
A lo largo de mi vida tuve muchos amigos/as entrañables, amores profundos, compañeros/as de ruta, en ese relacionamiento con otros fui aprendiendo, sanando y creciendo en Amor.
Gracias a cada uno de esos seres por hacerme un lugar en sus vidas.
Gracias a cada uno de mis guías y maestros por traerme de la mano hasta aquí.