Welcome... Fast... Sonic... Catorce años más tarde resulta mucho más difícil de justificar. No vale le excusa de que hay que haberlo vivido para entenderlo.
Cuando me preguntan cómo un chico culto y educado puede seguir obsesionado con la música de un garito de la Ruta, (y lo que es más grave, con la música de sus peores años, del 93 al 95) nunca sé qué decir. Ya en el 94 me costaba venderles la moto a mis amigos bakalas madrileños, acostumbrados como estaban al trance vanguardista de Mulero y compañía. De todas las otras grandes salas valencianas con
servo muy buenos recuerdos, pero a día de hoy sus sesiones me la traen floja. Parecen pinchadas por djs ramplones (que no eran) y en ellas la mediocridad de la música se hace mucho más evidente. De acuerdo, en A.C.T.V se pinchaban temas que nadie más tenía, pero era la misma mi**da al fin y al cabo: techno mainstream, house, sonido de Valencia, makina, eurodance... bakalao sin atenuantes, vamos. El repertorio era homogéneo. Valencia era un microcosmos musical que ignoraba todo lo que no le concernía. Entonces, ¿qué tenía A.C.T.V que merezca reivindicarse catorce años después? Dos cosas: unos djs en estado de gracia y una imagen corporativa impecable. Los primeros me enseñaron a distinguir entre un dj eficaz y un dj tocado por la mano de dios. Ninguno se convirtió en una estrella internacional, ninguno terminó cobrando millones por pinchar horas sueltas en festivales. En Valencia las estrellas eran las salas, no los djs. Respecto a la música, el valencianeo era comercial, zafio y muchas veces mal producido. Pero precisamente por ser tan básico, este estilo permitía un tipo de mezclas, efectos y contrastes que no ha permitido ningún otro subgénero en la historia de la electrónica. Y en A.C.T.V llegaron al cénit de la inspiración justamente en los años más vergonzantes de la historia de la Ruta. A.C.T.V fue la sublimación de lo standard. Comparar un tema de (yo qué sé...) Justice, Sven Väth, Surgeon, Surkin o Ellen Alien con cualquiera de aquellos es como comparar un huevo de Fabergé con una pieza de Lego. El primero será un trabajo de orfebrería exquisito, pero con el segundo puedes levantar un muro de color. Una sesión de A.C.T.V es un desfile de cuentas de colores pulcramente ensambladas. Se pinchaba para epatar. Le daban lustre e importancia a una música que no la tenía. Una buena sesión de A.C.T.V es como pasar una semana encerrado en una confitería. Habrá quien no pruebe el merengue, quien se harte hasta vomitar y a quien la experiencia le deje marcado. La nuestra es una visión idealizada de esta discoteca. Ignoraré que tenían noches y cintas malas, que repetían mezclas y que la excelencia técnica no llegó hasta el 94 (esto último es una opinión y, por supuesto, es discutible). Ignoraré los 40 grados con el aire acondicionado estropeado y una humedad del 95%. Ignoraré los hortelanos desencajados, los estilismos imposibles y los cardados “a la albufera”. Ignoraré que me da vergüenza decir el nombre del que me parece el dj más creativo y espectacular de cuantos he oído porque me suena demasiado paleto (Manolo el Pirata, nada menos). Valencia era dura. Quedémonos con lo bonito. Madrid, diciembre 2008.