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NOTICIA
Un día como hoy, el 11 de octubre nació Hans Kelsen y en 1934, apareció la primera versión de la Teoría Pura del Derecho, escrita por él.
Según Kelsen, el pensamiento iusfilosófico de la época contaminaba a la ciencia del derecho con estándares morales e ideología política, o intentaba reducirla a las ciencias naturales o sociales. La idea de la “pureza” de la ciencia jurídica la concibe para distinguirla de la moral y de la ciencia empírica.
Al margen de su acierto o error, Kelsen, nadie lo ignora, alcanzó hace muchos años celebridad insuperada; más de mil trescientas obras entre libros y artículos se han dedicado a comentar sus publicaciones, las cuales han recorrido el mundo en más de veinticuatro lenguas, incluyendo el chino, el indonesio, el árabe, el coreano, etc.
A pesar de que la teoría kelseniana es a nuestro juicio insuficiente para explicar los ordenamientos jurídicos contemporáneos en su real complejidad y de manera satisfactoria, se trata de un autor ineludible para comprender la historia de las ideas jurídicas, así como los fundamentos de las más decantadas doctrinas jurídicas influyentes en la actualidad.
Pero, lamentablemente, bien se ha dicho que, con ello, Kelsen ha corrido la suerte que parece perseguir a los clásicos. Su obra es continuamente citada, pero en realidad ap***s se estudia, ap***s se conoce, como sucede con Iheríng, Savigny, Duguít, Gény, y otros grandes juristas, inclusive latinoamericanos.
Esperamos sinceramente que ello no ocurra en esta Revista.
LA REVOLUCIÓN DE 1848 Y SUS CONSECUENCIAS
Conclusión
POR JORGE H. SARMIENTO GARCÍA
PARA LA REVISTA DEL FORO DE CUYO
a
Austria, la patria de Klemens von Metternich (1773 – 1859) ex ministro de Asuntos Exteriores del Imperio austríaco, debió soportar una serie de insurrecciones. En Viena, los insurrectos obligaron a renunciar a Metternich, quien salvó a duras p***s su vida. Debió huir, disfrazado de lavandera, en un carro.
El emperador Fernando I, que había prohibido mencionar siquiera en su presencia la palabra “constitución”, debió otorgar una, que estableció el sufragio universal, el régimen parlamentario, la libertad de prensa y la libertad de reunión.
En Bohemia, los checos, que constituían una nación distinta de la austriaca, intentaron recuperar sus antiguas libertades, perdidas en la época de la guerra de los Treinta Años. Fernando I simuló conceder la autonomía de Bohemia, pero envió un ejército que aplastó a los sublevados en Praga (Junio de 1848).
En Hungría, el patriota Luis Kossuth proclamó la república independiente de los Magiares. Las fuerzas austríacas fueron derrotadas por los insurrectos, y el nuevo emperador, Francisco José I (1848-1916), que acababa de suceder a su tío Fernando I, solicitó el apoyo del zar Nicolás I de Rusia. Este, que temía que una Hungría independiente originase una sublevación en Polonia, envió un ejército de 150.000 hombres, que derrotó a los magiares (agosto de 1849). Kossuth huyó a Turquía y otros dirigentes fueron ejecutados. Pese al fracaso del levantamiento popular en contra de los Habsburgo, se mantuvo un fuerte sentimiento patriótico. Francisco José suprimió entonces la Constitución concedida por su antecesor a los propios austríacos, y reimplantó el absolutismo en todo el imperio. El compromiso austrohúngaro de 1867, que constituyó la monarquía dual para frenar a los nacionalistas, dio mayor autonomía a los húngaros.
Debemos a esta altura tener en cuenta que, refugiado Metternich en Inglaterra, regresó a Austria en 1851, pero el nuevo emperador, Francisco José I, no le llamó a participar en el gobierno, mientras la ascensión del poder de Prusia en Alemania y del Segundo Imperio en Francia anunciaban el fin definitivo del equilibrio diseñado por Metternich.
Rememoramos asimismo que, desbaratadas las aspiraciones de hegemonía continental de Francia, Metternich se consagró a la obra diplomática de su vida, presidir el Congreso de Viena (1815), que reordenó el mapa de Europa sobre los principios de legitimidad dinástica y equilibrio internacional. Para lo primero contó sobre todo con el apoyo del tradicionalismo de Prusia y Rusia; para contener las veleidades de ambas y lograr un verdadero equilibrio, se apoyó en Gran Bretaña (representada por Lord Castlereagh), interesada en anular a todas las potencias continentales mediante la mutua contraposición de sus fuerzas.
b
Giuseppe Mazzini (1805 – 1072), fue un revolucionario del Risorgimento italiano. Tras estudiar algo de derecho, se consagró a la lucha contra el orden establecido por el Congreso de Viena de 1815. Su activismo tendría un doble objetivo: era una lucha nacionalista por la unidad de Italia y la eliminación de la influencia extranjera en la península; y también una lucha liberal y republicana contra el absolutismo monárquico de la Restauración luego de la caída de Napoleón I.
La acción de Giuseppe Mazzini y de La Joven Italia (movimiento que fundara en Marsella en julio de 1831 para lograr una nación italiana unida y republicana), suscito nsurrecciones liberales en la península, que comenzaron por establecer el régimen de gobierno constitucional en la mayoría de los Estados: Sicilia, Cerdeña, Toscana y Estados de la Iglesia. Pero la caída de Metternich dio además a la revolución un carácter nacionalista y anti-austriaco.
Todo el norte de Italia se levantó contra sus opresores. Venecia expulsó a los imperiales, y el director de la sublevación, el joven abogado Manin, proclamó la República de San Marcos. El pueblo de Milán también arrojó a los extranjeros. El entusiasmo fue general. En todas partes ondeaba la bandera verde, blanca y roja, emblema de la nueva Italia.
El rey de Cerdeña, Carlos Alberto, declaró entonces la guerra a Austria. De toda la península llegaban tropas destinadas a reforzar sus efectivos. Pero casi en seguida se rompió la incipiente unidad nacional. En los Estados Pontificios la sublevación hizo huir al Papa y se constituyó una república. El rey de Nápoles ordenó el regreso de sus tropas, y mientras tanto, más de 120.000 austriacos atacaron y vencieron a los piamonteses, que solicitaron un armisticio (agosto de 1848) después de la derrota de Custozza en marzo de 1849.
El 10 de diciembre de 1848, tras varios meses de agitación política provocada por la revolución de febrero de 1848, Luis Napoleón Bonaparte había sido elegido presidente de la Segunda República francesa con el apoyo de las clases populares. El 2 de diciembre de 1851 dio un golpe de estado con el propósito de restaurar el sufragio universal, que había sido restringido unos meses antes. Tras ser ratificado por el pueblo mediante un plebiscito, eliminó la oposición republicana y socialista e instauró un régimen autoritario y centralizado que se transformó en una monarquía hereditaria. El 14 de enero de 1852 promulga una nueva constitución que refuerza los poderes del ejecutivo y subordina el legislativo. Meses después Luis Napoleón de Francia restableció al papa Pío IX en su poder absoluto, y acabó con la República Romana, que Mazzini había fundado.
En definitiva, la revolución fracasó, pues en Italia se restableció la dominación austríaca y el régimen absolutista.
c
En Alemania los liberales alemanes reclamaron constitución, parlamentos, libertad de prensa y el respeto por los derechos de los ciudadanos. El principal resultado del movimiento alemán de 1848 fue la elección, por sufragio universal, de un parlamento, imitación de la constituyente francesa, que sesionó en Francfort.
El parlamento de Francfort trató de unificar a Alemania. Algunos diputados eran partidarios de que Austria siguiera formando parte del nuevo Estado a crearse, de la Gran Alemania, como la llamaban, mientras otros pugnaban por su eliminación, y por la constitución de la pequeña Alemania, presidida por Prusia. Triunfaron estos últimos, y el rey de Prusia, Federico Guillermo IV, fue elegido emperador hereditario de Alemania (1849).
Inesperadamente, el nuevo gobernante rehusó el cargo, porque “era una corona de la calle, a lo Luis Felipe, amasada con barro y madera”. Poco después, sus soldados dispersaron el parlamento de Francfort. Desaparecía así la posibilidad de la unidad alemana por medios pacíficos y democráticos.
Federico Guillermo intentó, por su cuenta, realizar la unidad alemana, excluyendo a Austria. Invitó, para ello, a los principales Estados. Pero Francisco José I le amenazó con la guerra si persistía en tales tentativas, y le hizo firmar la convención de Olmutz (1850), por la que renunció a sus pretensiones unitarias. La confederación Germánica fue reinstalada en Francfort, como antes de 1848, y la Dieta declaró abolidas todas las constituciones que habían concedido los distintos Estados alemanas. Como en Italia, la política reaccionaria y absolutista volvió a prevalecer.
4
Anotación
No nos resistimos a recordar que, debido a la tumultuosa realidad que vivió Francia con la instauración de la Segunda República, precedida de desbordes populares y sangrientas luchas callejeras, el general José de San Martin decidió junto a su familia abandonar la casa de la Rue Saint, de Paris, y radicarse en forma temporaria en la ciudad de Boulogne-sur-Mer, en la costa norte francesa. La casa se encuentra en la Grand Rue 105. Desde que se instaló allí, San Martín recibió insistentes invitaciones de las autoridades de los tres Estados que liberó: la Argentina, Chile y Perú.
Conclusiones
Volviendo al texto, se destaca que, aunque las revoluciones en trato tuvieron un aspecto bastante negativo en cuanto a resultados, lo cierto es que dejaron varias consecuencias que pasamos a explicitar.
En primer lugar, se evidenció que la monarquía estaba en una grave crisis. El republicanismo ponía el poder en las manos del pueblo y el Estado estaba sometido a la voluntad de la gente. El rey Luis Felipe pensó que podría seguir gobernando si se deshacía de aquellos que le habían alzado al poder, pero lo cierto es que sin la burguesía estaba terminado, no pudiendo gobernar sin su apoyo.
En segundo término, las causas más importantes del fracaso de las revoluciones fueron, sin duda, la mejora de la economía en 1848 debido a las buenas cosechas y al descenso del paro, el miedo de la burguesía a un posible levantamiento obrero, la solidaridad entre los monarcas absolutistas y la falta de unión y apoyo entre las revoluciones de los distintos países.
Como tercer punto debemos mencionar el “espíritu del 48”, mentalidad que se estableció a raíz de las revoluciones y tuvo, como elementos que la configuraban, desde el recuerdo y la honra a la Revolución Francesa de 1789, hasta los valores del romanticismo, pasando por la mística del progreso, el culto de la ciencia, el culto del pueblo y el sentido de la fraternidad política y nacional.
Otro punto que quedó para la posteridad fueron los cambios reales y visibles que produjeron las sublevaciones. En Francia, el sufragio universal masculino fue una realidad y un gran avance. Prusia y Piamonte se convirtieron en grandes núcleos capaces de aglutinar los movimientos nacionalistas de Alemania e Italia, respectivamente. Se dejaron sentadas las bases para la unificación que llevarían a cabo Otto von Bismarck y el conde de Cavour.
También es importante realzar que la victoria de Austria sobre las revoluciones de 1848 fue algo meramente simbólico. Es cierto que se impuso y se implantó el “Sistema Bach” por Alexander von Bach, ministro de interior de Austria, que centralizó la autoridad administrativa del Imperio Austríaco, pero también respaldó políticas reaccionarias, siendo el principio del fin del absolutismo y de las ideas trasnochadas del Antiguo Régimen que se defendían desde el Imperio Austríaco.
Por último, debemos enunciar los cambios sociales:
La pequeña burguesía, por ejemplo, fue abandonando los movimientos revolucionarios. Para sus miembros, pesó más el temor a que los obreros consiguieran sus objetivos que seguir luchando por los suyos propios. De esta forma, este sector de burgueses terminó aliándose con la alta burguesía, aunque mantuvieron sus diferencias políticas.
Por su parte, el proletariado empezó a considerarse como una clase aparte. En muchas ocasiones tuvieron el problema de no estar bien organizados, pero, con el tiempo, fueron creando sindicatos y partidos políticos.
Los trabajadores del campo, por último, habían visto conseguido su propósito de librarse del sistema feudal, que los ataba a los dueños de las tierras. En muchos países, los campesinos que pudieron adquirir tierras pasaron a formar parte de los sectores conservadores de la sociedad.
5
La Masonería
La Masonería (de la que ya nos hemos ocupado en notas previas) vio la luz el 24 de junio de 1717 en una taberna de Londres, situada cerca de la catedral de San Pablo, en esos momentos en construcción. Era el resultado de la fusión de cuatro logias o sociedades ocultas operativas contra los Estuardo, que originaron la Gran Logia londinense, posteriormente la Gran Logia de Inglaterra; un frondoso árbol, repleto de ramas con matices distintos en algunos casos, que nos derivan siempre al mismo origen. No habían transcurrido más que veintiún años desde el nacimiento de la Masonería cuando el papa Clemente XII la condenó en 1738.
Explica la historia de estos casi trescientos años Alberto Bárcena -en su excelente libro “Iglesia y Masonería: Las dos ciudades”- como la de la incompatibilidad entre la Iglesia Católica y la Masonería, concentrada en estas palabras de San Agustín: “Dos amores edificaron dos ciudades: el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial”. En 1776, bajo las directrices de la Masonería, se proclamó la independencia de los Estados Unidos de América, o sea, de la primera república federal. Trece años después, en 1789, se inició la Revolución Francesa que fue preparada y ejecutada desde las logias masónicas.
Lo cierto es que no puede dejar de reconocerse la influencia de numerosos francmasones en los hechos revolucionarios y que los debates en las logias fueron determinantes. La huella masónica en la Revolución francesa puede percibirse en muchos signos simbólicos adoptados por las nuevas instituciones. Retengamos además, que la composición musical creada por el masón Rouget de Lisle se convirtió en el himno nacional.
Según la “Historia de la Masonería en Francia”, a partir de 1791, la Masonería se desintegra y ap***s subsisten logias masónicas bajo el Terror. Entre 1793 y 1796, el Gran Oriente de Francia tuvo que ponerse casi totalmente en suspenso, lo que obligó a los francmasones a retractarse o a sufrir el Régimen de Terror. Por eso, muchos “hermanos” percibieron el Consulado y el Imperio, como una continuidad de la Revolución, período glorioso para la masonería que se vio favorecida, pero también utilizada por Napoleón; se calcula que de los 24 mariscales del Imperio, 17 eran masones. También eran masones numerosos prefectos, funcionarios y representantes de las élites culturales y económicas. Cambacérès, uno de los autores principales del Código Civil francés, fue uno de sus más ilustres dignatarios.
Poco antes de la segunda República, la francmasonería francesa empezó a politizarse y a encarnar los valores republicanos, implicándose en los acontecimientos de 1848. Al igual que lo hizo en 1830, la masonería participó nuevamente en la Revolución de Febrero de 1848. La mayor parte de los miembros del Gobierno provisional fueron masones y muchos ideales se inspiraron de la su filosofía, principalmente la abolición de la esclavitud y la instauración del sufragio universal.
Ahora bien, a lo largo de su historia la Iglesia católica ha condenado y desaconsejado a sus fieles la pertenencia a asociaciones que se declaraban ateas y contra la religión, o que podían poner en peligro la fe. Entre estas asociaciones se encuentra la Masonería. Como la Iglesia católica resistió todos los embates externos, la Masonería optó entonces por la infiltración, que fue denunciada con toda claridad por el Papa San Pío X, en su encíclica «Pascendi» («Apacentar a la grey del Señor»).
El Papa Emérito Benedicto XVI, en comentarios a su biógrafo Peter Seewald, habló del "poder espiritual del Anticristo" del que muchos temen, especialmente cuando se oponen a la agenda moderna de ab**to, homosexualidad y fertilización in vitro. Mencionó una "dictadura mundial de ideologías aparentemente humanistas".
Para entender de dónde provienen ciertos elementos de esta "dictadura mundial", podemos recurrir al obispo Athanasius Schneider, quien dio, en 2017, una charla sobre los 300 años de historia de la masonería. En esta charla, el obispo Schneider describió las características de la masonería basándose en múltiples fuentes académicas. Después de describirlas en detalle, concluyó: "De hecho, la masonería es la perfecta anti Iglesia, donde todos los fundamentos teológicos y morales de la Iglesia Católica se convierten en su opuesto”.
Según el obispo Schneider, la masonería también promovió "la llamada 'revolución sexual' de 1968`". Él lo explica: "Los dos Gran Maestros de las dos organizaciones masónicas más grandes de Francia, Frédéric Zeller y Pierre Simon, estuvieron con algunos de sus miembros activamente comprometidos en las revueltas estudiantiles de París en mayo de 1968. El mencionado Gran Maestro Pierre Simon se convirtió entonces en asesor de la ministro Simone Weil, que legalizó el ab**to en Francia". Exponiendo más a fondo este tema, el obispo Schneider afirma que los masones fueron cruciales en la promoción del ab**to, el "matrimonio" entre personas del mismo s**o y la eutanasia en Francia.
Aquí, Schneider señala que "en 2012, el periódico parroquial Le Figaro publicó un amplio dossier sobre la masonería y Le Figaro dejó que los principales miembros masónicos hablaran en su foro de periódicos. Uno de estos funcionarios masónicos declaró abiertamente que las leyes sobre la legalización del ab**to, el llamado "matrimonio del mismo s**o" o "matrimonio para todos" y de la eutanasia se prepararon en los idealistas "laboratorios" masónicos y que fueron entonces, con la ayuda de los grupos de presión y de sus miembros en el parlamento y en el gobierno, impulsaron la legislación.
Pues bien, sin entrar por ahora en mayores desarrollos, para nosotros hay algo que pretende la Masonería y que estimamos inaceptable: la república universal diseñada por el Iluminismo, la Masonería y por sus jefes en las sombras, que quieren imponer un gobierno mundial, con un banco central mundial y una Organización de las Religiones Unidas que controle a las distintas confesiones y reduzca, prácticamente a la nada, a la Católica.
Sobre el gobierno mundial ya nos hemos expedido reiteradamente, al tratar la “Civitas máxima” en diversas notas de esta Revista. Veamos ahora brevemente lo que ocurre actualmente en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Hay quienes afirman que en 1958 la Masonería y otras fuerzas de la elite mundial coadyuvaron, al menos, a colocar en la silla de Pedro al cardenal Angelo Roncalli, quien adoptó el nombre de Juan XXIII.
Juan XXIII, “el Papa bueno”, fue el primero en proponer, desde El Vaticano, la formación de un gobierno mundial; todo, en perfecta armonía con el plan masónico de la república universal, tal y como lo proyectaron los Iluminados de Baviera (sociedad secreta de la época de la Ilustración, fundada el 1 de mayo de 1776, la cual manifestaba oponerse a la influencia religiosa y los abusos de poder del Estado) y la Masonería.
En otras palabras, aquel Pontífice aceptó la república universal; y hoy, autoridades vaticanas se han convertido en importantísimas promotoras del proceso.
LA REVOLUCIÓN DE 1848 Y SUS CONSECUENCIAS
POR JORGE H. SARMIENTO GARCÍA
PARA LA REVISTA DEL FORO DE CUYO
Las revoluciones que estallaron en Europa en la primera mitad del siglo XIX como la denominada “Revolución de 1848”, fueron movimientos de carácter:
1. Político, destinados a reformar en sentido democrático la constitución del Estado, por la mayor participación del pueblo en el gobierno.
2. Social, en procura de un mejoramiento de la clase proletaria, sumida en la miseria por la brusca implantación del maquinismo en la industria, lo que trajo la desocupación de miles de obreros, reducción de los salarios y un mayor rigor en las condiciones de trabajo.
3. Nacional, tendientes a conseguir la unión nacional y la independencia.
1
Veamos, como movimiento político, la Revolución de 1848 en Francia.
Tras la caída de Napoleón, se restauró en Francia la monarquía considerada como la "legítima" en la persona de Luis XVIII (hermano del decapitado Luis XVI), quien en 1814 promulgó la Carta Otorgada en la que, dejando claro que era una "concesión graciosa" de su Majestad, el Rey se autolimitó en sus funciones de una forma controlada. En esto se diferencia claramente de una Constitución: mientras ésta es generalmente aprobada por representes del pueblo elegidos, la Carta Otorgada es una concesión real. La Carta de marras, en sus 79 artículos, quería ser un compromiso entre las ideas de 1789, el estado napoleónico, la tradición monárquica y el parlamentarismo inglés.
La Carta reconoce algunas libertades y derechos de los franceses: igualdad ante la ley y los impuestos, libertad (incluso religiosa), propiedad, libertad de prensa (aunque ésta podía ser suspendida).
Mantiene la abolición del feudalismo, del sistema señorial y de los diezmos, el Código Civil, el Concordato y reconoce la legalidad de la venta de los bienes nacionales (ver infra). Es una prueba de que la Restauración total no era posible, era, más bien, una restauración dinástica.
Trataba de armonizar las diferentes corrientes de la sociedad francesa, pero fue muy criticada por unos y otros (absolutistas y liberales). A pesar de todo, esta Carta va ser imitada en diversos países de Europa (por ejemplo, el Estatuto Real de 1834 en España).
El poder legislativo estaba constituido por dos cámaras: la Cámara de los Diputados, elegidos por sufragio censitario e indirecto cada 7 años, y la Cámara de los Pares, elegidos por el Rey y con carácter hereditario. El poder ejecutivo era ejercido por el Rey, asistido por sus ministros.
No existía separación rígida de poderes, de hecho, el Rey tenía poder para disolver la Cámara de los Diputados. Aunque no se podía hacer dimitir al Gobierno por las Cámaras, se requería mayoría parlamentaria, en favor de la estabilidad.
Durante el periodo napoleónico de los Cien Días, la Carta quedó suspendida, para volver a estar en vigor tras la segunda abdicación de Napoleón en 1815.
Para dar ciertas garantías, Luis XVIII decidió decretar una Ordenanza Constitucional en 1816 que explicitaba que los artículos contenidos en la Carta no podrían suprimirse en el futuro.
No faltaron realistas exagerados que impulsaban a la reacción y a la venganza; pero Luis XVIII no se dejó desviar de la moderación, ni violó la Carta que había dado. Con un millar distribuido a aquellos cuyos bienes habían sido confiscados por la revolución consolidó la inviolabilidad de la propiedad y desvaneció el miedo de los compradores de bienes nacionales. Pero los contrarios, bonapartistas o liberales, mal se avenían con un trono y una bandera no realzados por las victorias, con una dinastía impuesta por el extranjero, con una carta concedida; decían que el reino era agitado por una congregación de ultrarrealistas, partidarios del despotismo y por la voluntad de la Santa Alianza.
En el Legislativo se había formado la oposición, en parte radical, es decir, encaminada a la revolución, y en parte doctrinaria, de personas que se proponían ciertos teoremas, según los cuales querían regular el derecho interno y externo (Benjamín Constant, Royer-Collard). Las sociedades secretas se difundían y pareció obra de ellas el as*****to de Charles Ferdinand d'Artois, duque de Berry (24 de enero de 1778 - 14 de febrero de 1820) tercer hijo e hijo menor del futuro Carlos X, heredero del trono; pero su viuda estaba encinta y dio a luz al que fue después duque de Chambord.
La Francia trató de recobrar importancia en el concierto europeo yendo a reprimir la revolución española; pero esto dio fuerza a la oposición que atacaba al gobierno como fautor del despotismo. Hasta en los asuntos religiosos, cada acto a favor de los católicos era señalado como un paso hacia la reacción, como una deferencia a la Santa Alianza, como un retorno a la Edad Media, y parecía amenazada la libertad de los Jesuitas, o la Sociedad o Conferencias de San Vicente de Paúl en España (organización caritativa católica laica)...
La literatura obedeció a diferentes sentimientos. Unos embellecían el cristianismo; otros sustraían la filosofía del nuevo sensualismo; y algunos como Thiers y Thierry buscaban en la historia las huellas de la libertad.
Ahora bien, a la muerte de Luis XVIII en 1824, su hermano Carlos X heredó el trono francés y fue coronado el 29 de mayo de 1825 en la Catedral de Reims. Sería ésta la última coronación de un rey en Francia.
Carlos X era partidario de los ultrarrealistas. Esto le restó el apoyo de los liberales monárquicos, que dominaban el Parlamento. El rey entonces optó por modificar la Carta por decreto, mediante las denominadas “Cuatro Ordenanzas”, disolviendo la Cámara de los Diputados y restringiendo más el derecho de sufragio. La Carta Otorgada de Luis XVIII, que en sí misma era un remedo de constitución y que contenía escasas concesiones liberales, intenta ser recortada por Carlos X para restaurar plenamente el absolutismo. El gobierno del rey se vuelve cada vez más autoritario y restringe parte de las libertades civiles. Estos cambios, unidos a la crisis y penuria económicas, generaron un amplio malestar en la población, que condujo a la Revolución de 1830 y a la pérdida del trono de Francia por parte de los Borbones.
El punto culminante será cuando en el verano de 1830 se publiquen las ordenanzas de julio, por las cuales Carlos X disuelve la Cámara (una especie de parlamento con muy poca representación popular y con pocos poderes) y convoque nuevas elecciones mucho más restrictivas, del nuevo censo de electores queda excluida la alta burguesía comercial e industrial, el rey se apoya casi exclusivamente en la aristocracia; por si fuera poco la libertad de expresión queda restringida y la prensa controlada por el Gobierno.
El periódico “Le National” encabezó la protesta, en un manifiesto 44 periodistas se negaban a aceptar el control de la prensa y la disolución de la Cámara. El 27 de julio se inician las tres jornadas de lucha, no demasiado cruenta. En las barricadas se atrincheran estudiantes, obreros y algunos diputados, el ejército se niega a disparar contra la población civil. El Antiguo Régimen es derribado y el rey parte hacia el exilio.
La alta burguesía, temerosa de la orientación republicana de algunos de los protagonistas de la revuelta, se adelanta a los acontecimientos proponiendo como rey a Luis Felipe, duque Orleans, perteneciente a una rama secundaria de los Borbones aunque su padre, apodado “Felipe Igualdad”, participó en la ejecución de Luis XVI, lo que le daba un cierto carisma popular.
El rey Luis Felipe I, impuesto por la revolución, no gobernó en forma constitucional ni satisfizo los anhelos de pueblo francés. Se mostró por el contrario enemigo de toda reforma, pues suprimió las libertades ciudadanas y, sobre todo, se negó a conceder el sufragio universal. Entonces, el pueblo de París se levantó en armas los días 23 y 24 de febrero de 1848, y luego obligó a abdicar a Luis Felipe I.
Una junta de gobierno, presidida por Alphonse de Lamartine (1790-1869: romántico, escritor, poeta, historiador y político), proclamó la Segunda República. La asamblea nacional, de reciente elección, sancionó el sistema republicano de gobierno, estableciendo el sufragio universal. En las elecciones para Presidente de la República, resultó triunfante Luis Napoleón Bonaparte (sobrino del Emperador), quien luego asumiría como l Napoleón III de Francia.
2
Pues bien, la revolución de 1848 tuvo una gran repercusión no solo en Francia y Europa, sino en el mundo, activando también el movimiento socialista.
Como escribiera quien fue Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá, don Luis García-San Miguel Rodríguez-Arango, en “Anarquismo, Socialismo y Comunismo”, el movimiento socialista tiene antecedentes remotos en Platón y, posteriormente, en las revueltas campesinas de los anabaptistas protestantes, en los ingleses Tomás Moro y Wistanley, en Babeuf, Owen y Fourier, para mencionar sólo a algunos de los más conocidos. Sin embargo, la teoría socialista sólo adquiere su pleno desarrollo a partir de Marx y Engels, en el siglo XIX.
Dentro de la misma cabe distinguir tres grandes tendencias: el comunismo, el anarquismo y la socialdemocracia, en el interior de las cuales habría que señalar una gran muchedumbre de tendencias y subtendencias, a menudo tan enfrentadas entre sí como con su gran enemigo, el capitalismo. Este rasgo negativo constituye, por cierto, el punto de coincidencia entre todas las tendencias: la eliminación del sistema económico capitalista y su substitución por otro en el que los medios de producción sean propiedad de la sociedad y no de los particulares.
Las discrepancias se plantean principalmente, en cuanto al modo, pacífico o violento, de producir el cambio, a la dirección, espontánea u organizada, del mismo y a la estructura, estatal o "privada", de la economía.
Dentro del pensamiento socialista, la tendencia comunista es, sin duda, la más importante no sólo por la gran influencia práctica que alcanzó, al convertirse en ideología oficial de muchos países, sino también porque cuenta en sus filas con el más importante teórico, en torno al cual giran todas las tendencias, favorables o contrarias. Tanto el anarquismo como la socialdemocracia se plantean como críticas al marxismo, al que reprochan, aquél, su estatismo y, éste, su autoritarismo.
La exposición más popular del marxismo se encuentra en el Manifiesto del Partido Comunista, que puede darle al lector una idea bastante cabal del pensamiento de sus autores. Es, como muchas otras de Marx, una obra de combate, una especie de panfleto, en la que se mezclan el aliento teórico con la propaganda, lo que por cierto, constituye una característica peculiar de los autores, ejemplo de intelectuales comprometidos.
El anarquismo es un socialismo antiestatal, lo que lo distinguirá del comunismo y de la socialdemocracia, que no pretenden eliminar sino fortalecer el Estado. Es interesante destacar que suele mencionarse entre los teóricos del anarquismo al escritor Lev Nikoláievich Tolstói, teñido de religiosidad cristiana, habiéndose sostenido que la solución que preconiza se inspira en el postulado del amor. Pero Tolstoi es, sobre todo, el apóstol de la no violencia como táctica política, que luego adoptará Gandhi, con quien por cierto mantuvo correspondencia al final de su vida y cuya actividad consideraba la más importante de cuantas tenían lugar en ese momento.
La doctrina anarquista, muy vigente en España antes de Francisco Franco, luego prácticamente eclipsada, tuvo un rebrote inesperado en la revolución de Mayo de 1968, cuyos principales líderes se confesaban seguidores de la misma. Si originariamente había surgido y crecido en medios rurales y proletarios, ahora revivía entre jóvenes privilegiados de la burguesía urbana. Pero nadie cree ya en la utopía de una sociedad capaz de funcionar armónicamente sin control estatal.
Se ha señalado la similitud en algunos postulados del anarquismo con el existencialismo. Es quizás la exaltación del individualismo lo que constituye el legado al presente en ambas doctrinas. Nuestras sociedades son consumistas y "organizadas", pero son también, quizás contradictoriamente, individualistas. La autonomía individual constituye una de nuestras metas y si no influencia directa, si hay al menos cierta sintonía entre nuestro individualismo y el de aquellos anarquistas que reclamaban ante todo decidir por sí mismos y no admitir más compromisos que los que ellos libremente asumieran.
Finalmente, se vigorizó el movimiento nacionalista y de unificación de algunos pueblos, aspiraciones que lograron en ciertos casos realización años después, comúnmente luego de iniciales fracasos. Veamos a continuación algunos ejemplos.
Continuará…
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