Letreros Montoni

(Homenaje del proyecto filmoteca.cl a Nicolo Montoni)

Quién iluminará las calles de Santiago ahora.
Dejamos acá nuestro pequeño homenaje a Nicolo Montoni, maestro cartelista chileno mu**to el 20 de marzo de 2021.
Estas imágenes, registradas el 2018, las filmamos casi por casualidad mientras probábamos las pilas nuevas de una cámara en su taller de Av. Matta 780.
Montoni apenas aparece un par de segundos, parapetado detrás de su taza. ¡No me filmen!
Don Nico quería escuchar cómo sonaba la máquina. Eso sí.
Nos dijo que ese traqueteo le recordaba sus idas al cine en Valparaíso, cuando era cabro.
Le intrigaba nuestra porfía por echar a andar una camarita obsoleta.
Le dijimos que era la misma porfía de sus pinceles.
Nicolo Montoni había vivido la gloria y la caída del cartelismo santiaguino hecho a mano. Pintó retratos para campañas políticas, rotuló miles de letreros para el comercio local, hizo letras gigantes para ferias internacionales e iluminó los cachureos más inverosímiles para todo tipo de clientes.
En los tiempos buenos el taller no paraba. Se trabajaba a tambor batiente día y noche. Cerveza, trazos, asados, pintura, fritanga, madera, soldadora, galletera, gritos, música y van saliendo los encargos.
Después llegaron los letreros hechos por máquinas y vino la debacle. El Taller Montoni, que alguna vez fichó a casi veinte personas, se fue quedando vacío y sin propósito.
Pero se mantuvo abierto.
Dos porfiados se negaron a bajar la cortina: don Nico y José Olguín, tándem de la rotulación chilena con más de cuarenta años de trabajo codo a codo.
Y el taller agarró otro aire. O el mismo aire pero con otro tiempo. La puerta de Avenida Matta 780 siguió recibiendo a todos los condenados del mundo. En el taller no se le negaba un plato de comida a nadie. Ni un vaso de vino. Ahí se vestían los payasos de las micros y se fondeaban los que llegaban arrancando de algo. Sin preguntas. Se prestaba plata sin intereses y se daba trabajo cuando había.
Lo carteles se hicieron más lentos. Ya no llegaban pedidos grandes y el tiempo por pieza se agigantó hasta lo angustiante. Un letrero era pagado y el otro se hacía para matar las tardes. Y así aparecieron las joyas del fileteo que marcaron el estilo de Nicolo Montoni.
No llueve pero gotea.
En el tramo final de su vida vino algo así como la fama. Se corrió la voz. Llegaron académicos a tomar conocimiento del fenómeno y los encargos se multiplicaron.
Don Nico se lo tomó con calma. Elegía con quién hablaba y hacía el cartel que le tincaba. Odiaba que opinaran de sus decisiones y muy pocas veces escuchaba las sugerencias de un cliente. Si no le gusta, lléveselo gratis. Nos vemos. Acá está su plata.
El taller no se limpiaba. No delante de él. Esa era otra regla. Bajo los mesones de trabajo se acumulaban todo tipo de escombros, restos de comida, borradores de letreros, documentos y herramientas tragadas por el vórtice de basura. José limpiaba cada tanto, a escondidas, como para que se pudiera trabajar y partir otra vez con el desorden.
No le gustaba cobrar y muchos letreros los hacía gratis. Era pícaro con todo menos con la plata. Le daba vergüenza cobrar. No porque no valorara lo que hacía o no se diera cuenta de la calidad de su obra. Simplemente estaba más cómodo con otro tipo de intercambio entre personas. Vivir así le permitía mañosear, no agachar el moño, manejar sus tiempos y cultivar su estilo. ¿Le gustó el letrero? Lléveselo. Se lo regalo.
Le encantaba aprender. Cuando descubrió a los cartelistas argentinos pidió que le trajeran libros de fileteo porteño. Se declaró un legítimo heredero de ese tipo de arte vernacular. Ensayó líneas, ángulos, colores. Se dio cuenta de que lo suyo era igual pero distinto. Que había un toque chileno que lo hacía novedoso. Y siguió con la porfía.
Don Nico sabía que haciendo letras era el mejor. Lo decía en voz baja pero orgulloso. Sentía admiración por cómo otros doraban o pintaban flores, pero a sus letras no les ganaba nadie, ni acá ni allá.
Pintaba caras con mucha soltura, casi sin trabajo. Decía que su Gardel era el mejor que había visto. Y tenía razón.
En el taller se escuchaba Creedence y Janis Joplin. A veces tangos, boleros y otras cosas, pero lo que más le gustaba eran los Creedence y la Janis Joplin.
En su últimos años Montoni dejó que chiquillos y chiquillas con ganas de aprender compartieran su mesón. Ni cátedras ni explicaciones. Su clase era una larga conversación de cualquier cosa y el taller abierto siempre. Mirar, preguntar sin que se note y no molestar. Y no me mueva el mesón. Curiosa pedagogía.
¿Quién iluminará las calles de Santiago ahora?
Con Nicolo Montoni se va un pedazo de la ciudad y un tiempo que es inútil retener. Los maestros se mueren como se muere todo y sus obras ahora son documentos de su paso por el mundo.
En los carteles de Montoni está la huella de su vida. El sello del niño que nació en Molina, del muchacho que en Valparaíso aprendió a pintar y del hombre que se instaló en ese pedazo de Avenida Matta que ya nunca más nos parecerá igual.
Nos queda su recuerdo.
Abrazos a su familia y a José Olguín, el más fiel compañero de Nicolo Montoni.

Nicolo Montoni
Molina, 16 de octubre de 1940 - Santiago, 20 de marzo de 2021

(El rollo fue revelado en Cuernavaca, México, por Curioso LAB)