AVALCAE, Asociación Valenciana Contra el Acoso Escolar
ASOCIACION VALENCIANA CONTRA ACOSO ESCOLAR
Aquí tenemos el calendario escolar para este nuevo curso que empezará el próximo lunes 9 de septiembre.
Recordad que el 16 de agosto abro horarios para este nuevo curso.
https://youtu.be/-BrgiBa-A-M?si=BdwfJ4mNbwaLHt3J
Bésame Mucho | Yelene Acosta & Lellany Lizana Yelene Acosta (Voz) y Lellany Lizana (Piano y Voz), interpretan a dúo el inmortal bolero de Consuelo Velázquez, Bésame Mucho.Si te ha gustado este vídeo tal ...
Los grandes maestros que nos dejan huella… esos son los imprescindibles.
Chema
De pequeños, para ir a la escuela, nuestras madres pensaban que cualquier prenda era buena, con tal de que estuviese confeccionada con un tejido fuerte y duradero. Como todavía no nos interesaban las chicas y el colegio era masculino, aceptábamos que nos vistieran con un surtido heterogéneo de prendas funcionales y resistentes, compradas con la esperanza de que aguantaran hasta que ya no cupiéramos en ellas. El maestro, condenado a enseñar a perpetuidad, aceptaba su destino con triste resignación y descargaba su frustración golpeando a quien no llevaba los deberes hechos o tenía un comportamiento poco adecuado a los parámetros por él establecidos. Miraba aquel rebaño que formábamos sus alumnos a través de las gafas, con la expresión de un perro vagabundo en busca de comida. Aunque no debía ser muy mayor, a nosotros nos parecía un viejo y lo despreciábamos. Pero llegó el día en que desapareció, por lo que entonces me pareció algún extraño motivo y que de mayor supe: con la llegada de la democracia muchos maestros, sin otra formación ni mérito que el de haber pertenecido al partido que apoyaba al dictador, habían sido apartados de sus puestos para ser reemplazados por auténticos profesionales.
El nuevo maestro era joven e iba vestido de manera pulcra y elegante. Llevaba un traje de color gris claro y usaba camisa y corbata. Aunque nosotros considerábamos una “mariconada” eso de vestir elegantemente, no podíamos dejar de mirar con admiración esa imagen de desenvoltura y distinción. El primer día se dirigió al entarimado, cogió su silla y la bajó para estar a la misma altura que nosotros, que teníamos los ojos clavados en él. «Me llamo José María», nos dijo. «Así que no quiero que os dirijáis a mí ni como don José, ni como maestro», continuó. Con el tiempo, acabamos todos llamándolo Chema.
Por mis padres supe que Chema pertenecía a una buena familia, que había estudiado en un seminario marista y que lo había abandonado cuando se enamoró de la que luego fue su mujer. Cada uno de sus movimientos me interesaba: cómo abría su lustrosa cartera, cómo, con sus manos blancas e inmaculadamente limpias (tan diferentes a las mías: cortas, torpes y con las uñas mordidas y manchadas de tinta) depositaba sus bolígrafos y abría y cerraba su cuaderno de anotaciones. Todo en él despertaba mi curiosidad.
Lo raro es que yo parecía el único que le profesaba tal admiración. Casi todos mis compañeros parecían eludirle y se burlaban de él a sus espaldas. Habitualmente bruscos y groseros, de hecho y de palabra, siempre propensos a adjudicase mutuamente apodos malsonantes y a embestirse incluso sin mediar provocación. Cuando corregía los exámenes y deberes lo hacía con una plétora de observaciones y explicaciones que, sin duda, exigían de él mucho tiempo de trabajo adicional. Muy diferente a como nuestro anterior maestro, mucho menos escrupuloso, hacía: «sintaxis incorrecta», «¿qué significa esto?», «más esmero»; se limitaba a escribir sobre los márgenes de nuestras composiciones. A diferencia de nosotros, era siempre cortés, sonreía y abría la puerta a quien solicitaba permiso para ir al baño. Jamás daba ninguna prueba de orgullo ni recriminaba de malos modos a quien fallaba una respuesta o no llevaba hechos los deberes. Sin embargo, consiguió que mis compañeros empezaran a preocuparse de veras en llevarlos hechos y preparar los exámenes a conciencia. Por alguna extraña razón que no alcanzaba a comprender, puesto que jamás alzó la voz ni mucho menos la mano, temían defraudarlo.
En aquella época yo carecía de amigos. En mi clase no había un solo chico capaz de satisfacer mi ideal romántico de la amistad, ninguno que yo admirara realmente ni capaz de entender mi exigencia de confianza y lealtad total. Todos ellos me parecían muchachos más o menos torpes, bastante ordinarios y poco imaginativos. La mayoría eran simpáticos y me entendía bien con ellos. Pero lo cierto era que, así como no sentía un aprecio particularmente fervoroso por ellos, ellos tampoco lo sentían por mí. Nunca visitaba sus casas ni ellos venían a la mía. Todos parecían tener un desmesurado espíritu práctico y hacían las cosas con una finalidad concreta: gustar a los demás, ganar unas monedas, aprobar, ser campeones… Pero, solo yo sentía que hacía las cosas porque disfrutaba haciéndolas, aunque no obtuviera más recompensa que el mero hecho de hacerlas. Únicamente tenía sueños vagos y anhelos aún más vagos por viajar y conocer mundo. Y pensaba que algún día podría hacerlo. Todo ello me llevaba a sentirme más a gusto entre los adultos que entre mis coetáneos, especialmente cuando habían vivido. Por ello me gustaban las conversaciones con los abuelos que me hablaban de guerras y miserias, y de cómo habían conseguido sobreponerse a ellas.
El año que terminé la EGB ya tenía una buena relación con Chema. Algo parecido a una amistad desarrollada en largas conversaciones durante los recreos, que me quedaba en la clase. Mientras mis compañeros jugaban en el patio a darle patadas a una pelota yo absorbía como una esponja las cosas que me decía. Y fue durante una de aquellas charlas cuando me atreví a preguntarle por su fe y los motivos que tuvo para abandonar el seminario. «No pude comprender que Dios fuera amor y permitiera que asesinaran a su propio hijo», me dijo. «Cuando conocí a la que hoy es mi esposa comprendí que amar es dar todo, hasta la vida, por la persona amada». «Entonces, ¿ya no crees en Dios?», repliqué. Y me contestó algo que entonces me pareció contradictorio, pero que ahora creo haber logrado comprender: «Si te dijera la verdad, te mentiría. Hoy, lo que da para vivir dignamente, también da para morir intelectualmente».
Espectacular!!! No os lo perdáis! Lellany es una maravillosa pianista y profesora de piano, miembro de AVALCAE desde hace unos años.
¡¡¡Atención!!!
Mañana sábado 11 de mayo estaré firmando ejemplares de mis novelas en Fnac del CC Bonaire.
Si estás por allí será un placer conocerte.
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