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Hay pocas cosas en las que los economistas concuerdan. Una, es la idea que el crecimiento económico proviene de la acumulación de conocimiento: una idea por la que el 2018 Paul Romer recibió el premio Nobel de Economía. La otra, que es un hecho más que una idea, es que—poniendo de lado micronaciones y paraísos fiscales—las economías ricas son tecnológicamente avanzadas o tienen muchos recursos naturales.
En el caso de Chile, ambas partes contribuyen a nuestra riqueza. Todos sabemos que Chile goza de una abundancia de recursos naturales. Pero tecnológicamente, Chile no está tan mal. Al menos, eso es lo que podemos recuperar de índices de sofisticación tecnológica derivados de datos de patentes y publicaciones científicas. En estos índices, Chile ranquea mucho mejor que en índices de sofisticación basados en exportaciones (respectivamente 26 y 20 comparado con 71 en complejidad de exportaciones).
Pero aún nos falta. Desde principios o mediados de la década pasada, el crecimiento económico en Chile se ha estancado. Esto ha llevado a muchos a apuntarse con el dedo, en un juego de culpas que parece ser más político que técnico. Quizás una perspectiva más pragmática es aceptar que esta década de estancamiento no es la culpa de uno o del otro, y que habría ocurrido sin importar quién está al mando del gobierno. Quizás, lo que la economía chilena necesita es empezar a caminar con “dos patas,” con la pata de los recursos naturales, que hasta el momento ha soportado mucho peso, y con la pata del conocimiento, que no es inexistente pero está más débil. Lo bueno es que en los últimos 30 años hemos aprendido mucho sobre cómo se genera y difunde el conocimiento, y esas son ideas que debemos de a poco incorporar en nuestra política de desarrollo.
Aceptemos por un momento que nuestro modelo de desarrollo basado en la exportación de recursos naturales está un poco agotado. No porque no funciona, sino que por el contrario, porque ha funcionado tan bien que está tocando techo. Chile mal que mal exporta más de 5 mil dólares al año per cápita, más del doble de lo que exporta Argentina (USD 1.89k), y el triple que Brasil (USD 1.58k) o Perú (USD 1.74k). Esta fracción de nuestra economía puede seguir creciendo, pero para llegar a un desarrollo más pleno necesitamos fortalecer el músculo de nuestra otra “pata”.
¿Pero cómo los países ganan y absorben conocimiento? ¿Y qué debería hacer Chile para acumular el conocimiento que necesita para seguir creciendo? Para ser breve, déjenme compartir con ustedes tres ideas en este espacio: la diferencia entre tecnologías de ciclos largos y cortos, la importancia de la migración en los flujos de conocimiento, y la necesidad de desarrollar una política de conocimiento internacional.
El techo económico de Chile nos dice que hoy estamos en una posición estructural que requiere de saltos “largos". Es decir, tratar de desarrollar actividades que no están íntimamente relacionadas a las que ya realizamos. Estos saltos largos son ciertamente más riesgosos, pero también son una necesidad que en Chile muchos entienden, como me consta por conversaciones con generaciones de ejecutivos de Corfo.
¿Pero cómo estimular estos saltos largos? Una propuesta estratégica que propone el economista coreano Keun Lee es estar atentos a las tecnologías de “ciclo corto". Estas son tecnologías donde el tiempo de investigación y desarrollo es más acotado. No como en la industria aeronáutica o farmacéutica, donde los ciclos de investigación y desarrollo son muy largos. Las tecnologías de ciclo corto tienden a ser “nuevas.” En los 80 y 90, Corea y Taiwán apostaron por los semiconductores, una tecnología de ciclo relativamente corto en ese entonces, y que les permitió entrar a competir en una industria dominada por Estados Unidos y Japón. Hoy en día, la IA es una tecnología emergente de ciclo “corto,” donde las empresas publican modelos nuevos varias veces al año. En Chile no somos líderes, pero sí tenemos algunos caballos en la carrera, como Runway ML, una empresa fundada por dos chilenos en Nueva York que ha recibido cientos de millones en financiamiento de empresas como Google y Nvidia y que la “está peleando” en el mercado de la generación de video.
Esto nos lleva al segundo punto, que es la importancia de la migración para los flujos de conocimiento. Hoy en Chile el tema de la migración es muy delicado. Sin embargo, la literatura académica es muy clara en la importancia de los flujos migratorios en la difusión de conocimiento. Un clásico reciente es un paper de Petra Moser, Alessandra Voena y Fabian Waldinger. En él, los autores muestran que la llegada a Estados Unidos de químicos judíos expulsados de universidades Alemanas durante los años 30, resultó en un crecimiento de las áreas de la química donde ellos se especializaban. Otro clásico reciente es un paper por Christopher Parsons y Pierre-Louise Vézina que muestra cómo la reubicación cuasi-aleatoria de refugiados vietnamitas en Estados Unidos después de la caída (o liberación) de Saigón contribuyó al comercio entre estos dos países cuando Estados Unidos levantó el embargo comercial de Vietnam a mediados de los noventa.
Lo que estos estudios nos dicen es que la migración es importante para la difusión de conocimiento, pero de forma selectiva. Importa lo que los migrantes saben y también a dónde nos conectan. Un secreto a voces del desarrollo económico es que este ocurre en ciudades y países que son atractivos para las élites intelectuales. Lo que es más interesante aún, es que al traer conocimiento nuevo, estos migrantes ayudan a las economías a dar saltos más largos, como muestran en un paper reciente Ernest Miguelez y Andrea Morrison. ¿Qué está haciendo hoy Chile para atraer estas élites intelectuales y para facilitar la integración de las que ya han llegado (e.g. celeridad en la convalidación de títulos)? ¿Estamos generando las condiciones para atraer y enraizar el conocimiento que necesitamos para fortalecer esa pierna del crecimiento?
Esto nos lleva a mi tercer punto. Que es que la estimulación de flujos de conocimiento requiere de una política que va más allá del territorio. Los inmigrantes talentosos pueden traer conocimiento, pero los chilenos que se van no se lo llevan, lo absorben en el extranjero y lo traen, incluso cuando no vuelven físicamente, si es que siguen conectados al ecosistema local. Es por eso que las políticas de desarrollo de conocimiento tienen que tener un enfoque más internacional y menos territorial. Para motivar esta idea, tengo que primero introducir una característica importante del conocimiento, que es su naturaleza “no fungible” o no intercambiable. En simple, esta es la idea de que no podemos intercambiar un cirujano con un pianista, a pesar de que ambos tienen mucho conocimiento y mucha destreza manual. El conocimiento es específico a las actividades, ocupaciones, y lugares, y esto lo hace extremadamente detallado. Para un país pequeño como Chile esto es un problema. Tomemos a India como un ejemplo opuesto. Si nos preguntamos cuántos expertos en inteligencia artificial nacidos en India trabajan hoy en equipos de clase mundial en Estados Unidos, Asia, o Europa, la respuesta es miles. Si nos preguntamos lo mismo para Chile nuestros números siempre serán más modestos. Esto no es solo porque somos pocos, sino porque también no tenemos una “escuela” propia en varias áreas del conocimiento. ¿Cuántos chilenos hoy en día son exitosos en Hollywood? ¿Uno? ¿Cuántos tenistas tenemos hoy en el top 100 de la ATP? ¿Dos? ¿Cuántos inmunólogos chilenos de clase mundial están especializados en enfermedades intestinales? No lo sé, pero creo que también el número es pequeño. El hecho de que podamos contestar cientos de preguntas como estas con los dedos de una mano nos dice que tenemos que pensar en nuestra estrategia de desarrollo construyendo y potenciando a los pocos expertos que tenemos en cada tema, sin importar dónde estén.
Tenemos que pensar en Chile como una red global, no solo como un territorio local.
Está simple idea tiene varias implicaciones. Una de ellas involucra al programa Becas Chile, un tema recurrente de discusión entre académicos por su repatriación forzada. Liberar ese requerimiento es entender que un chileno que se queda en Estados Unidos y abre una empresa como Runway ML, o comienza una carrera académica con potencial, vale más para el desarrollo de Chile que un chileno repatriado en contra de su voluntad buscando empleo en un mercado donde no tiene cabida. Chile necesita puentes a mercados internacionales que son altamente específicos y que tienen conocimiento y oportunidades que estas mismas personas no tendrían en Chile. No por temas sociales ni culturales, sino porque simplemente estas actividades no existen, o existen de una forma muy embrionaria. A diferencia de un inmigrante que llega a Chile, el chileno que sale al extranjero ya tiene vínculos y contribuirá como un canal de difusión de conocimiento sin importar cuál sea su destino. Un mecanismo de difusión que también está validado por la literatura académica.
Hacer crecer una economía con “dos patas” es un difícil objetivo, pero uno que en Chile vale la pena intentar. Ciertamente hay mucho más que desempacar en cada uno de estos puntos, como también hay muchos otros problemas que no se alcanzan a mencionar en solo una columna. De momento, lo importante para el crecimiento es fijar el objetivo. Si la riqueza viene de los recursos naturales y del conocimiento, es tiempo de comenzar a llevar al gimnasio la segunda pata.
César A. Hidalgo es académico en la escuela de economía de Toulouse (TSE) y director del Centro de Aprendizaje Colectivo (CCL), un laboratorio de investigación multidisciplinario con sedes en la Universidad de Toulouse en Francia y la Universidad Corvinus en Hungría. Su próximo libro, el Alfabeto Infinito (Penguin-Random House) explora las leyes que gobiernan el crecimiento, difusión, y valor del conocimiento.
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