Emilia Mellinas - Psicóloga.
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Había una vez un pueblo llamado Sobresalencia, donde sus habitantes tenían una peculiaridad: todos anhelaban destacar por encima de los demás. En medio de esta competencia por llamar la atención, existía un grupo de personas conocidos como "Los Impresionantes". Encabezados por Valeria Verborrea, una mujer inteligente y carismática, tenían una necesidad incansable de ser el centro de atención y demostrar su ingenio en cada conversación. Siempre listos con respuestas rápidas y chistes ocurrentes, buscando eclipsar a los demás.
Un día, mientras el pueblo celebraba un concurso de talentos local, Valeria decidió participar para mostrar su desbordante ingenio. Pasó días enteros preparándose y repasando anécdotas para impresionar al público y al jurado.
Finalmente, llegó el día del concurso. El escenario estaba lleno de talentosos artistas que mostraban sus habilidades únicas. Valeria subió al escenario con confianza. Su necesidad de ser la más impresionante la llevó a hablar por encima de otros concursantes y a interrumpir al presentador. A medida que su acto avanzaba, comenzó a notar que la atención del público se desvanecía, reemplazada por miradas de cansancio y desinterés.
Al terminar su actuación, Valeria bajó del escenario con una mezcla de satisfacción y tristeza. Se había dado cuenta de que su necesidad de sobresalir constantemente había eclipsado su verdadero potencial y había afectado su relación con los demás. Había perdido la oportunidad de conectar genuinamente con las personas, al enfocarse únicamente en impresionarlas.
Esa noche, Valeria se reunió con Los Impresionantes y decidieron que era hora de cambiar. Aún compartían su inteligencia y carisma, pero sin la necesidad de destacar a expensas de los demás. Se centrarían en escuchar activamente y valorar las voces de los demás, fomentando un ambiente de respeto y autenticidad. Descubrieron que la verdadera grandeza no radica en dominar una conversación, sino en la capacidad de escuchar, aprender y apreciar la diversidad de opiniones y perspectivas.
En un mundo saturado de gurús motivacionales que nos instan a ser más enérgicos y a encontrar nuestra pasión, es crucial cuestionar y analizar críticamente el impacto de estas m·”$i% en nuestras vidas. Si bien estos líderes carismáticos pueden parecer inspiradores a primera vista, su mensaje a menudo está impregnado de simplificaciones excesivas y promesas irreales.
Nos empujan a perseguir una imagen idealizada de éxito, donde el logro es el santo grial. Nos instigan a maximizar cada minuto de nuestro tiempo. Alimentan la creencia de que todos deberíamos tener una pasión ardiente y desenfrenada por algo en particular. Nos dicen que, si no hemos encontrado nuestra pasión, estamos perdiendo el propósito de nuestra vida, condenados a una existencia vacía y sin significado.
Para muchos, descubrir su pasión es un proceso gradual y complejo, y presionar a las personas a encontrarla puede generar más frustración y ansiedad que inspiración. No es raro, en consulta, pacientes preocupados y deprimidos por no sentir esta plenitud en aspectos de sus vidas; ya sea en el trabajo, en las relaciones personales o incluso en su propia apariencia. Esta búsqueda desesperada se convierte en el motor que impulsa su vida. Se descuida la importancia del descanso, la reflexión, la creatividad sin expectativas y el simple disfrute del presente, sin más.
No todas las personas tienen la misma capacidad, privilegios, recursos, mismas responsabilidades familiares, limitaciones económicas o circunstancias personales para perseguir constantemente sus pasiones.
No todas las pasiones tienen que ser ostentosas en su intencionalidad o fin. No siempre se encuentran en actividades específicas. A veces se encuentran en las conexiones humanas, en el crecimiento personal y en la contribución a algo más grande que uno mismo.
Voy a abrir un melón y espero no se me malinterprete. El ayuno intermitente (AI) tiene múltiples beneficios para la salud física. De hecho, yo misma lo practico al menos una vez a la semana y me sienta de maravilla. Pero quisiera exponer las consecuencias que puede tener para la salud mental de algunas personas. Y aquí soy rotunda: ayunar de forma intermitente no debería ser para todo el mundo. No para personas que tienen una relación insana con la alimentación.
Las personas que tienen un historial de trastornos de conducta alimentaria (TCA) pueden verse atraídas por el AI como forma de controlar su peso al dejar de comer. ¿Qué hay de la chica (digo chica porque son mayoría en los TCA) que no ha sido diagnosticada de TCA, pero que encuentra en el AI la excusa ideal al restringir? la restricción es siempre un factor de riesgo para padecer y mantener un TCA. Además, socialmente el AI está bien visto, y por tanto, es una respuesta simple del por qué no sales a cenar o por qué no consumes X calorías, acomodando a la persona en su TCA.
Para poder beneficiarme del AI, primero tendré que asegurarme de que no hay contraindicación en cuanto a salud mental se refiere. En el momento que tengo beneficios a nivel físico pero no mental, ¿de verdad hay salud?
Hace unos días una paciente acudió a mi consulta y me expuso hacer AI como quien refiere orgullosa: “soy sana y hago esto beneficioso por mi cuerpo”. Valoro su relación con la comida y con su imagen corporal: episodios de vómitos hace menos de un mes y con inicio en 2020, amenorrea, caída de cabello, pérdida +25kg en el último año, alimentos prohibidos, rigidez en cuanto a la alimentación se refiere, distorsión corporal, temor a aumentar de peso, cambios de humor, problemas para dormir.
Por casos como el anterior, por ejemplo, me parece una imprudencia animar a la práctica del AI de una forma abierta y generalizada. Es fundamental que un profesional valore los aspectos psicológicos con la relación con tu cuerpo, con la comida y con posibles factores precipitantes para un TCA.
🙏🏾💚
PDT: dejar claro que el AI (o incluso realfooding… ya que nos ponemos) no desencadenan un TCA necesariamente, sino que, pueden suponer un riesgo según la finalidad con la que se realicen. Si la pérdida de peso se hace desde el odio al cuerpo o el miedo a engordar: 🚩⚠️⛔️
Llega 2023 en nada y a mí se me viene a la cabeza en modo bronca: “escribe más posts por aquí. No cada cuatro meses, haz el favor. Qué dejadez.” Me gustaría estar más presente por RRSS, pero sin ningún plan estratégico o de posicionamiento, ni post diario, semanal, ni nueva esclavitud 2.0. 🙄
Veo muchos perfiles por RRSS maravillosos, bonitos, interesantes, con información super útil (otros no tanto), llenos de trabajo… Me frustro a veces por no llegar también hasta ahí. Intento no hacer caso a mi autoexigencia de m*, la que acostumbra a decirme que siempre puedo más, y yo envalentonada-tonta siguiéndole el rollo: “¿qué no? verás como sí”.
Han pasado los meses y sus días con largas jornadas de terapia, el reto vencido de ser profe, las horas atrás dando clases, preparándolas… llego a casa tras meter todo en el día bien organizado y cronometrado (clases, terapia, informes, entrenos, competiciones deportivas) y lo último que me apetece es crear contenido creativo o diferente en Psicología estando en el sofá a la noche. Mi cabeza está out. Desde ya hace tiempo no me vendas como respuesta heroíca y de admirar el: “no me da la vida”. No voy a entrar en la trampa de romantizar el trabajo ni el estrés.
El volumen tras la pandemia ha sido abrumador. Las vivencias de los pacientes son más duras y traumáticas. Más autolesiones. Más ideas suicidas. Y yo necesito respirar fuera del sufrimiento de consulta y de estar por y para los demás. Bajar el ritmo. Descansar en el sofá y no seguir siendo productiva para RRSS con temática de mi trabajo.
Así que, voy a procurar coger el pensamiento de: “estaría bien ser más activa en RRSS” sin autoexigencia envenenada ni castigo y ajustarlo-adaptarlo a lo que puedo dar de mí. Voy a proponerme estar por aquí más de seguido, pero con la calma 💆🏽♀️✨
Nunca seré influencer. No es pa’mi. 🫠
Anastasio (nombre ficticio), 42 años, acude a consulta por sentirse siempre “nervioso por dentro”. Primer episodio ansioso a los 22 años junto a consumo de co***na. Último consumo hace más de 7 años. Toma lorazepam y escitalopram de manera intermitente desde hace más de 5 años (él solo la interrumpe abruptamente). Madre antecedentes de esquizofrenia. Padre (ya fallecido) malos tratos hacia su madre siendo él adolescente. Escasa red de apoyo social tendiendo al aislamiento en los últimos meses. Nula relación con sus familiares más próximos. Trabaja en nocturnidad. Problemas de insomnio. Su alimentación es insuficiente y la ingesta que lleva a cabo es de pésima calidad. Como consecuencia refiere cansancio extremo.
A consecuencia, nuevamente, su rutina es pasiva, plana y sedentaria. La mayor parte del día en el sofá, excepto dos días que practica running, a la noche (activando SNS y entorpeciendo conciliación del sueño).
A nivel cognitivo, como es de esperar, dificultad para concentrarse y mantener la atención. Se observa cero capacidad introspectiva, contacto verbal tembloroso cuando intentamos ahondar en sus emociones, actitud evasiva. Creencias distorsionadas y negativas sobre la figura del psicólogo.
Un sanitario le ha recomendado meditación*. Nunca ha estado en tratamiento psicológico.
¿Teniendo en cuenta lo anterior, creéis la meditación es lo acertado para Anastasio?
Anastasio expresa desde entonces sentimiento de frustración porque está intentando hacer “lo que le ha dicho un profesional para empezar a estar bien y no le resulta”.
👉🏽 Cuando se recomienda lo mismo para todo el mundo porque comparten síntomas/diagnósticos sin hacer una correcta valoración biopsicosocial, incluso la sintomatología puede empeorar como le sucede a Anastasio. Pero por supuesto, como no podía ser de otra manera, próxima consulta con el profesional en un mes para abordar a tiempo la baja percepción de autoeficacia que acaba de debutar 🫠🤦🏽♀️
Anastasio llega a mí y yo le miro mientras me digo mentalmente: “todo lo que tengo por delante con Anastasio… Pasito a pasito.”.
*No soy hater de la meditación. Como complemento en paralelo, y no único, bienvenida sea.
Hoy Íñigo Errejón ha dado visibilidad a la precaria asistencia psicológica en la Sanidad Pública y a la necesidad de no medicalizar el malestar emocional y sí de aumentar estrategias de afrontamiento con atención psicológica. Pidiendo se tomen medidas serias y pertinentes. Mientras lo exponía, se ha oído un grito de: "¡vete al médico!" por parte de un diputado, que como un adolescente de instituto ha banalizado un problema tan urgente como es la salud mental en España, para la que no hay cobertura pública y por lo que tanta gente sufre.
Una falta de respeto no ya a Íñigo Errejón, sino a todas aquellas personas para las que se estaba reclamando mejores tratamientos, más apoyo psicológico y de calidad.
Veo a diario en consulta cómo personas que sufren psicológicamente se les da la espalda desde el sistema de salud pública, porque es prácticamente inexistente. Pacientes que no pueden acceder gratuitamente a un tratamiento psicológico adecuado en tiempos, esperas, citaciones y por tanto, eficaz en resultados terapéuticos. Y me da rabia. Rabia por empatizar con ellos y con su dolor considerado “de segunda”, y rabia por la infravaloración hacia mi profesión, generándose además de rebote una mala prensa hacia el psicólogo de la SS (“el psicólogo no me hace nada”), colega víctima de este sistema, que te atiende haciendo malabares con los recursos insuficientes con los cuenta (30 minutos contigo de mes en mes).
La vida de muchas personas depende de que tengan una adecuada atención psicológica o psiquiátrica. En las enfermedades mentales la accesibilidad, la rapidez y la continuidad es clave.
Querer morirse no es chiste.
Sentir temor cada día no es chiste.
Autolesionarte para encontrar calma no es chiste.
Llorar de manera diaria no es chiste.
Recurrir a las dr**as por tu malestar emocional no es chiste.
Así que, todo aquel que se ría o burle como lo ha hecho el diputado iluminado de hoy, que se aparte de mi camino porque no va a tener precisamente mi simpatía. Y un GRACIAS en mayúsculas a los políticos que se preocupan por tratar un tema esencial para una sociedad sana y con futuro, me da igual su ideología política mientras lo peleen y lo expongan.
Se presume de independencia de forma heroica: “no necesito a nadie”, “enamórate de ti” como búsqueda personal urgente y vital. Las RRSS están llenas de estas frases que me dan migraña (más hoy ).
Queremos ser independientes al máximo, buscamos sentirnos empoderados, el amor propio, y lo cierto es que es positivo, pero no se está encajando bien el concepto de “independencia”. Se ha romantizado, individualizado, alimentado la trampa del ego. El discurso del amor propio se ha convertido en una burbuja individualista que nos dirige hacia lo opuesto de nuestra naturaleza social.
¿Por qué esta ansia por amarnos a nosotros en ausencia de otros? Lo cierto es que, aunque tenga tan mala prensa, somos dependientes (no confundir con "dependencia emocional"). Necesitamos a otras personas en nuestra vida. Parece que hay un estigma con decir esto en voz alta. Se castiga, y castigarse por ello es como hacerlo por necesitar hidratarte.
Andamos buscando la independencia y a la vez sintiéndonos solos, evitando que alguien nos ahogue con su presencia pero sufriendo por si dormimos en una cama vacía de aquí a medio o largo plazo. Sin ver que “desistir a una parcela de libertad” en el presente y estar abierto a amar puede traer algo bueno. Se prima la independencia por encima del vínculo. En consecuencia nos aísla. Nos encierra en nosotros mismos. Nos individualiza. Nos bloquea.
El "libertinaje" de hoy en día nos ancla a paraísos individuales. Distancia emocional, desnudando el cuerpo y cubriendo el alma. Parece se reivindique la necesidad de no generar vínculos afectivos. Como si querer construir relaciones sólidas fuera solo cosa de valientes o insensatos. Da la sensación de que, en cuanto al amor actual, no apetece hacer esfuerzos prolongados. Apetece el placer sin sudor, los gestos sin compromiso, las promesas vacías. No apetece el diálogo profundo, compartir, el intercambio, acompañar. Hemos olvidado que el amor salva y cura.
“Evita lo incierto”, “mantente en lo que conoces”. Mensajes que calan desde nuestra niñez a veces se convierten en barreras psicológicas que interfieren en el bienestar ya como adultos. El famoso “que nada me perturbe” como lema personal, ante la volubilidad que caracteriza la naturaleza de la vida. Contradictorio y angustiante.
Se ve como ‘temerarios’ a los que arriesgan explorar espacios nuevos o dudosos de su vida.
Hace unas semanas, una paciente me comentó quería abrir un puesto de huevos ecológicos, en un pueblecito. Una idea totalmente opuesta a su profesión actual. “Me apetece. Sin más” me dijo. Le sonreí súper efusiva (ahora con los ojos) porque pensé que quizá tuviera planeado (como casi todos) qué hacer a sus 20, a sus 30, 40, 50, 60 y ahora se haya parado a revisar para ver “dónde debería estar y cómo” sin permitir que sus proyectos o planes previamente ideados sean más importantes que ella misma, en su presente.
No se necesita un motivo especialmente despampanante para hacer lo que quieres hacer. De peque jugabas con una canica durante una hora sin más razón que el placer. No se asocia culturalmente lo desconocido como posible fuente de estímulo. Aprendemos a evitar experimentar. Se nos inculca que el propósito de la vida es eliminar la emoción, la intensidad de sentir, pero yo miro en mis experiencias y lo que más recuerdo si echo la vista atrás, son los momentos en los que estaba espontáneamente viva, anhelando un avance de lo misterioso que pudiera sucederme en el futuro.
“𝘌𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘦𝘰 𝘥𝘦 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘴 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘨𝘦𝘯𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘧𝘭𝘪𝘤𝘵𝘰, 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘢𝘣𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦 𝘯𝘪𝘯𝘨𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥. 𝘚𝘪 𝘷𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘴𝘪𝘤𝘰𝘭𝘰́𝘨𝘪𝘤𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘯𝘢, 𝘥𝘦 𝘯𝘪𝘯𝘨𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘭𝘢𝘴𝘦 𝘺 𝘦𝘯 𝘯𝘪𝘯𝘨𝘶́𝘯 𝘯𝘪𝘷𝘦𝘭, 𝘴𝘦 𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢 𝘦𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘧𝘭𝘪𝘤𝘵𝘰; 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘦 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘶𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘦 𝘤𝘳𝘦𝘢𝘵𝘪𝘷𝘰, 𝘦𝘹𝘱𝘭𝘰𝘴𝘪𝘷𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘢𝘤𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘺 𝘦𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘪𝘥𝘦𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘦𝘯𝘤𝘢𝘥𝘦𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘯𝘢𝘥𝘢. 𝘝𝘪𝘷𝘦. 𝘑. 𝘒𝘳𝘪𝘴𝘩𝘯𝘢𝘮𝘶𝘳𝘵𝘪."
Imagina que eres Laura (nombre ficticio). Tu ex pareja rula por Whatsapp un vídeo de contenido sexual donde apareces, sin tu consentimiento. Un acto de extorsión y violencia. Laura llega a mi consulta por el torbellino psicológico a raíz de la privación a su intimidad. Imagina cómo se siente Laura. La humillación, falta de control, exposición, los murmuros a su alrededor, el juzgamiento, su vulnerabilidad, su desesperación, su intranquilidad, su soledad, su indefensión. Vergüenza, rabia, angustia.
A Laura no se le dice “te voy a ayudar porque eres víctima”, se le dice “puta, guarra”. Se le llama “culpable” por haberse dejado grabar dentro de un contexto de intimidad sexual-afectiva. No se responsabiliza al miserable de su ex pareja, quien quiso difundir el vídeo para reprimirla, violentarla y para evidenciar su nula tolerancia al recibir un “no quiero seguir contigo” de parte de Laura. Tenía que demostrar en los demás que él tiene el poder, hiriendo a Laura al exhibir públicamente su cuerpo y sus prácticas sexuales.
Procuro empoderar a Laura. No se avergüence ni culpe de cómo decidió experimentar, confiar o sentir placer en su relación. Que salga a la calle y se sienta libre, como respuesta a las miradas y mofas de cuatro subnormales que participaron difundiendo o visualizando el vídeo, a los que no les puedes pedir más porque igual les explota la cabeza. Que no tenga miedo a topar con ellos, no desvíe el camino que tiene pensado para ese día, que no se oprima ni merme, que no se quede callada, que siga adelante con la denuncia, que no tape su cuerpo. Que no se torture por no haberse negado a grabar ese vídeo en su día.
No es culpable por entrar en un juego erótico y desear con él explorar su sexualidad, derecho que le pertenece. La única responsabilidad y culpabilidad está en quien lo divulga, nunca en Laura.
Tras el confinamiento descubrí al pensador Byung-Chul Han. Me gustó su obra y discurso, así que he estado leyendo bastante sobre él.
El núcleo de su pensamiento revela cómo las personas nos sentimos libres pero se nos obliga a pensar que tenemos que ser útiles todo el tiempo. El autocuidado como inconveniente y el “morir de trabajo” como honra, tan calado en nuestra sociedad. Demasiado ocupados olvidando vivir en un momento en el que gran parte de la población mundial sufre de o . El exceso de “positividad”, de estímulos, de “sí, podemos” nos lleva a estar agotados por el esfuerzo de ser "más". ¿Alguien se identifica? Byung-Chul defiende lo contrario: la valorización de la contemplación y la reflexión.
En nuestra sociedad disciplinaria no hay espacios para la contemplación y se ve como normal. Se vive en la cotidianidad y se olvida por completo nuestro propio ser. Todos como robots parlantes y super eficientes. No queremos parar porque no queremos sentir. Un narcisismo y sentimiento de vulnerabilidad por sentirnos constantemente expuestos y observados por otro. Se procura no pasar desapercibidos y sí sentirnos importantes para no tener que enfrentarnos a ese abandono y vacío.
Al final, vivimos oprimidos por nosotros mismos, trabajamos más duro y enfermamos más. Somos al mismo tiempo nuestro propio amo y esclavo, castigándonos por no producir lo que se considera el ideal, buscando incesantemente el beneficio y la meritocracia. El éxito del sistema capitalista es convertirnos en ciudadanos con mismos problemas en islas inconexas que acaba por individualizarnos y aislarnos.
Conforme más avanzaba en la lectura de Byung-Chul más me preguntaba si yo no podría estar haciendo más cosas, estudiando más, atendiendo más pacientes, “disfrutando” mejor mi tiempo... ¿a costa de? ¿explotarnos a nosotros mismos convencidos de que estamos realizándonos? buena trampa.
Creo que desde marzo tengo un 𝗗𝗼𝗰𝘁𝗼𝗿𝗮𝗱𝗼 𝗲𝗻 𝗧𝗼𝗹𝗲𝗿𝗮𝗿 𝗹𝗮 𝗙𝗿𝘂𝘀𝘁𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻. Llegó el y con él los planes rotos que llevaba meses esperando con ilusión (correr la Survivor Race, ir al concierto de Izal, ver a Martita de Graná, tatuarme…). Es más, visualicé durante días (como si llegaran los Reyes Magos) el momento de salir a correr en los primeros días de desconfinamiento. Resultó que días antes me lesioné entrenando en casa (je je, maravilloso). Por no decir que… hoy, día 15 de mayo, estaría recorriendo las calles de Viena (je je, maravilloso x2).
Ha surgido así, en muchos, el desafío de mirar hacia adentro y ver el poder para adaptarnos rápidamente a lo nuevo. Mirar los recursos que tenemos con nuevos ojos, evolucionar desde un estado egocéntrico a uno más empático, social, revisar prioridades, valores y lidiar con la frustración. Madurez emocional.
¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘦𝘲𝘶𝘪𝘭𝘪𝘣𝘳𝘢𝘳 𝘭𝘢 𝘦𝘤𝘶𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘥𝘦 ‘𝘱𝘭𝘢𝘯𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢𝘳 𝘱𝘭𝘢𝘯𝘦𝘴’, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘰 𝘥𝘦𝘱𝘦𝘯𝘥𝘦𝘳 𝘥𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘴𝘦 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘴𝘪 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘴𝘢𝘭𝘦𝘯 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘣𝘢?
Cancelar mis planes me ha enseñado a no estar tan apegada a ellos. Condicionar la felicidad y el bienestar a algo que aún no ha sucedido puede ser una gran trampa… ¿a qué me recuerdan los planes cancelados? la importancia, aún más evidente, de vivir en el presente. Con intención y verdad.
¿Qué te puede ayudar a lidiar con la #𝗳𝗿𝘂𝘀𝘁𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻? no se trata de “ya no planeo nada”. Es completamente normal y beneficioso tener anhelos, ilusionarse y trabajar para que se den. Mejor trata de entender que planificar y no depender de “la ejecución perfecta” deben coexistir entre sí. Recordarte que el mundo no gira en torno a tus deseos. Alejarte rápido del victimismo en forma de discurso sobre lo injusto de la situación, del mundo, el por qué a mí y ahora... No eres tan importante para la vida. A ella no le importa tu guión perfectamente cerrado.
Pero sobre todo, ten en cuenta que si tus planes se han truncado, quiere decir que tienes 𝙑𝙄𝘿𝘼 y gente con quien compartirlo 💖
La cohesión y unidad social que ha prevalecido durante el confinamiento mientras se ha vivido la distancia física… ¿será posible mantenerla, respetando al mismo tiempo un distanciamiento físico en las siguientes fases de la desescalada? el término “distancia social” ya queda muy calado en la conciencia pública, y hace a algunas personas más recelosas de un 'contacto social' aun guardando las distancias de seguridad. Muchos miran con recelo, incomodidad o desconfianza hacia el otro. Personalmente, como he leído por la red a algunos sociólogos, preferiría que “distancia social” se sustituyera por el concepto de “distancia física”.
Vengo escuchando comentarios del tipo: “¿quién me asegura que la mesa de ese bar donde vaya a comer esté correctamente desinfectada? no iré de aquí a 2021”. El alejamiento social que muchos vocean y pronostican como defensa, divide como unidad, sociedad y país. No es una buena idea “desligarnos” desde el abandono radical (que no adaptación) de hábitos sociales o cotidianos que nos ayudan a su vez a construir nuestra propia identidad.
Nuestro sistema biológico está atado a nuestras relaciones sociales. Nos define una historia evolutiva donde se han ido aferrando necesidades como charlar, debatir, reír e interactuar para una vida saludable. Sin éstas, se debilita nuestra salud física y mental. Con el aislamiento surgen depresiones psicológicas y fisiológicas (se reduce la función inmune del organismo). Así que... si la ausencia de contacto físico va a tener un costo en todos nosotros sí o sí, que nos salve la conexión humana.
En lugar de querer "dejar de formar parte", todos deberíamos interiorizar (y poner en uso) que el cuidado individual (el que asegura tu seguridad propia) significará cooperar hacia un cuidado colectivo. Tu práctica particular (y responsable) al mismo tiempo implica minimizar contagios. Lo individual ahora involucra lo colectivo.
Conservar conexiones sociales y cuidar una proximidad social no resolverá la cura de este virus, pero nos protegerán de un mejor cuidado físico y mental, mientras batallamos por que el virus no se extienda.
A partir del día 2, con restricciones, podremos salir a la calle, pero no todos afrontarán el desconfinamiento con deseo. Habrá quienes tras más de 40 días donde su casa ha sido refugio, teman volver a su normalidad y afrontar ciertas aprensiones de su vida, que no guardan relación con el COVID-19, y otras personas propensas a temer al contagio.
En psicología se discrimina entre el miedo desadaptativo (temor y ansiedad desproporcionada), caracterizado por bloqueo conductual y un modo de pensar disfuncional que dificulta la rutina, y el miedo adaptativo, donde la persona es consciente de un miedo concreto (contagiarnos en este caso), pero toma las protecciones necesarias para impedirlo. Gran parte de la población experimentará una ansiedad adaptativa (de la que no tienes por qué preocuparte) y se sentirá relativamente tranquila y segura al tomar medidas de seguridad e higiene. Este temor es bueno, no nos hace débiles, sí inteligentes. Nos ayuda a afrontar adecuadamente la situación actual, ya que hace de guía a cómo comportarnos a partir de ahora.
La desescalada tiene riesgos para todos y el miedo será útil para poder valorarlos y actuar en consecuencia. Quien no tenga ‘cierta inquietud’ en los próximos días, será menos competente para valorar peligros, menos prudente y por tanto con mayor riesgo al contagio.
Por lo cual, no repudies al miedo pero tampoco le des poder: ponle límites. A lo que hay que temer es al miedo mismo en el caso de coger protagonismo. Como los obsesivos, que precisarán más rituales para creer que nada se les escapa, los TAG que rumiarán más los “y si…?”, los hipocondríacos, hipervigilantes de manera constante...
Idolatramos la certeza como si fuera un fetiche y no permitimos que se vea afectada, pero de aquí en adelante debemos aceptar que el riesgo al contagio va a seguir existiendo. Todos vamos a tener que aprender a convivir con el COVID-19. Si tememos al virus con un miedo extremo, recurriremos erróneamente 'para sentirnos a salvo' (y no debemos) a permanecer en casa aislados hasta que haya vacuna para todos.
Hablo con varias personas y cada una está en una etapa emocional a diferente “ritmo”. Negación (aquí no va a llegar el virus), miedo (compras masivas), ansiedad (hiperactividad ocupacional), ira (¿cómo no se han tomado medidas antes?) más tarde desánimo y desesperación.
“Yo estoy igual. Nos estamos adaptando bien” contesto. Y veo sus caras de ‘WTF’ en la videollamada... para enmarcar.
Pues sí. La forma sabia de nuestro cerebro es enchufarse modo alerta. Es la inteligencia de nuestra mente para ayudarnos a una adecuada adaptación. Me decís: “pero no solo emociones, también mil pensamientos”. Cuando nuestra cabeza no encuentra soluciones, como ahora, resbala con cogniciones catastrofistas y ansiosas. Para que la mente se acomode a esta nueva condición procura encajar los sucesos tal cual vayan llegando y dándose. Gestiona la flexibilización y ocúpate de preocupaciones como planear tu día, objetivos cortoplacistas y cuestiones que puedes solventar. Las de largo plazo en pausa hasta nuevo aviso.
A los que acudís a mí buscando sentiros 'como antes', lo siento, no puedo ayudaros a ver nada positivo de todo esto y si lo hiciera os estaría ayudando más bien nada. Aprovecho para quejarme de los gurús del bienestar que predican sobre un aprendizaje interno en acabar el confinamiento... Todos esos misticismos me dan ganas de vomitar. No te desgastes buscando un nirvana inexistente. Saldremos de este confinamiento deseosos, eufóricos y a la vez exhaustos y preocupados. Será otro reto para saber modular.
Habrán personas que no se acercarán a otras que tosan, otras evitarán muchedumbres, unas cancelarán reuniones sociales, se negarán a asistir a espacios públicos, se estrenarán conductas neuróticas en referente a la ansiedad por la salud, otros lidiarán con sus nuevos problemas económicos y laborales… Pa' rato. Así que, lo más realista tras el cese del confinamiento es no esperar a continuar con los mismos estados emocionales y prácticas anteriores, sino que (y para eso los psicólogos sí podemos ayudar de maravilla); sigamos aprendiendo estrategias de afrontamiento y adaptación de cara a la próxima transición emocional, que posiblemente será de nuevo la del miedo.
Se alarga el confinamiento. Seguimos ante dos luchas de aquí a semanas: una biológica (COVID-19) y otra psicológica (estados de ansiedad, miedo, enfado). Nuestra sociedad es frenética y al no poder acceder a sus distractores habituales se generan estados de ansiedad. Por este motivo surge esa necesidad de actividades constantes y ultraproductividad en las redes de la que tanta gente se está sorprendiendo. Está siendo más que evidente que, para sobrevivir necesitamos de recursos físicos y visibles, pero también emocionales. De ahí la importancia de cultivar la salud mental de aquí a las próximas semanas más difíciles de cuarentena.
Primer aspecto para ello: evita la sobreinformación. Estar involuntariamente recluidos en casa y a la vez expuestos continuamente a imágenes y noticias no nos ayuda. Así como se ingieren alimentos y se hace una digestión de la comida, debemos “deglutir mentalmente” al recibir información para conservar unos niveles de angustia que no resulten excesivos.
Segundo aspecto, muy sencillo: sobrevivimos en manada como especie humana. Es necesario que sigas conectado con el mundo, aunque sea virtualmente. Mantén contacto con tu gente y familiares.
Tercero: no niegues tus emociones más vulnerables (ya sea miedo o ansiedad). Acéptalas y mantén tu mente atenta conectada a tu presente. En medio del confinamiento, proyectar sobre una rutina adaptada a ti y a tus actividades cotidianas junto a un propósito diario te ayudará. Quizá esto explique cómo durante las primeras semanas la creatividad y la solidaridad se volvieron tan significativas para buscar tranquilidad y esperanza.
Cuarto y último punto que puede ayudarte a ganar cierta estabilidad psicológica es conseguir que interiorices que estamos confinados por salud. Dejar de mirarlo como un tormento insufrible (esto explicaría la irritabilidad de muchos). No siempre podemos elegir las circunstancias, pero sí la actitud. Intenta visualizar hacia otras direcciones que dependen de ti, como que entre todos tratamos de aportar en positivo a una situación tan complicada.
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